Ecosistema del Águila Imperial

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Estampas. Se cumplen cuarenta años del Plan Romero, una iniciativa de Antonio Falcón, amigo y abogado de Rafael Álvarez-Colunga, que fue uno de los mejores anfitriones en su casa del Rocío

El Simpecao de Triana ante la ermita de al Virgen del Rocío.
El Simpecao de Triana ante la ermita de al Virgen del Rocío.

ESTE 2023 en el que las elecciones municipales coinciden con el Domingo de Pentecostés se cumplen cuarenta años del Plan Romero. El Plan Romero es en realidad hijo directo del Plan Falcón. En septiembre de 1982, un mes antes de las elecciones generales que con 202 diputados llevaron a Felipe González a la Moncloa, José Rodríguez de la Borbolla, consejero de Gobernación en la Junta de Andalucía que presidía Rafael Escuredo, nombró a Antonio Falcón (Alanís, 1951-Sevilla, 2020) director general de Política Interior.

En su espléndido libro Ejercicio de memoria (Copia de Seguridad) que desgraciadamente se convirtió en una suerte de testamento, escribía que en el Estatuto de Autonomía de Andalucía ni se mencionaba la Protección Civil. Carencia que se puso de manifiesto después de unas aparatosas inundaciones en Valencia. Es en ese contexto en el que se pone en marcha la primera edición del Plan Romero en el Rocío de 1983, que cuatro décadas después sigue manteniendo su nombre y su eficacia.

Cuenta Falcón que el alcalde de Almonte, municipio al que pertenece la aldea de El Rocío y donde se concentran un centenar largo de hermandades, había mostrado su preocupación por la insuficiencia de los recursos municipales para atender al incremento incesante de asistentes a la romería del Rocío. Así nació el Plan Romero, que coordinaba las actuaciones de servicios municipales, autonómicos y de la administración central. Un modelo y un precedente en la actual guerra de taifas competenciales. Fue tan buena la acogida del Plan Romero que Falcón contaba en su libro que llegó a ser presentado “con gran éxito” en unas jornadas sobre Protección Civil en Ginebra. Los creadores del Plan Romero le confiaron a Falcón que el nombre era “un secreto homenaje por mi segundo apellido”.

Las vidas de Antonio Falcón y Rafael Álvarez-Colunga se cruzaron por muchos conductos. El primero fue amigo y abogado de cabecera del segundo. Eran dos de las personas que durante diez años los últimos jueves de mes se reunían para mantener una velada gastronómica en un restaurante, creo que era el Becerrita. Frente a la farmacia del empresario en la esquina de María Auxiliadora. Una farmacia que tiene una historia literaria: en la casa residió el poeta Pedro Salinas cuando estuvo de catedrático en la Universidad de Sevilla, con Luis Cernuda entre sus alumnos. Y una historia política: desde uno de los balcones se desplegó una bandera del Partido Comunista tras la legalización del Sábado Santo de 1977.

Falcón es el artífice del Plan Romero y Rafael Álvarez-Colunga era el mejor anfitrión para los periodistas y otros muertos de hambre en El Rocío. Su casa en la calle Águila Imperial era parada obligada para un descanso, una vitualla, una conversación. Allí te podías encontrar al cura Federico Pérez Estudillo, capellán del Sevilla, o al cantante Tomás Aspiazu, que era un clon de Luciano Pavarotti. Pasados el Quema y el Ajolí, la casa de Rafael era la penúltima escala antes de llegar a la aldea. La auténtica aldea global en la que nunca pensó Marshall MacLuhan. Un abrevadero después de la solana de seguir la estela de tres amazonas: la reina Sofía, ella a lomos del caballo Regaliz, y las infantas Cristina y Elena.

Rafael Álvarez-Colunga llegó a ser presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía. Firmó acuerdos de negociación colectiva con UGT y Comisiones Obreras siendo Chaves presidente de la Junta. Álvarez-Colunga ocupa junto a los pintores Paco Cuadrado y Rolando Campos los capítulos finales que Falcón dedica a sus amigos en su libro de memorias escrito con alegría y sin resquemor ninguno.

Un líder de la patronal al que un importante dirigente comunista, José Benítez Rufo, llegó a proponer para que fuera en la candidatura del Partido Comunista por Sevilla para el Senado. Tuvo que lidiar “con los que se oponían por considerarlo un terrateniente”, pues había salido en la revista Campo, que dirigía José Antonio Garmendia, “vestido de corto, montado en una jaca, como la viva estampa del señorito”. Para defender su propuesta, Benítez Rufo citó a Gramsci, intelectual marxista que decía que al Partido se llegaba por tres vías: la del cerebro, propia de los intelectuales; la del corazón, para los idealistas y personas románticas; y la del estómago, para los obreros y proletarios. Y que esta última era la menos meritoria.

Nunca fue en las listas del Senado del Pecé el Lele Colunga, que sin embargo cedió la planta alta de su farmacia para la instalación del Comité Electoral del Partido, pagó la cuenta del teléfono y, como cuenta Antonio Falcón, actuó de testaferro en la compra de la sede del Pecé en la calle Teodosio, “pues sus propietarios jamás habrían accedido, por cuestiones ideológicas, a vendérselas a los comunistas”. Falcón perteneció al Pecé entre 1974 y 1979, año en el que se encargó de la campaña de las elecciones municipales en las que los comunistas lograron los mejores resultados de su historia.

Fue en la casa de Álvarez-Colunga en la aldea donde el empresario me dio las claves del auge del Rocío, que junto a las legítimas y originarias razones de fe y de devoción, había crecido de forma exponencial por dos factores: los todoterrenos y las sevillanas. Las sevillanas rocieras se convirtieron en un género artístico, en un bom del boom, que no sólo fue el del realismo mágico. En una casa del Rocío se le encendió a Manuel Garrido la historia de sus sevillanas del adiós que hasta el papa Juan Pablo II se aprendió de memoria. Ya es sabido que el pontífice polaco, que nunca estuvo en la Semana Santa sevillana, sí fue a la Feria (celebró una misa en la calle del infierno en diciembre de 1982) y al Rocío, en 1993. Visita que como periodista cubrí junto a un reportero sin igual: el cura y periodista José María Javierre, del que el año próximo celebraremos el centenario de su nacimiento. El otro factor, el esplendor de los todoterrenos, me lo ha recordado el titular de la crónica del Rocío de Diego J. Geniz: El triunfo de los 4x4. Yo debuté como cronista del Rocío en 1983, el año del Plan Romero, en Diario 16 (cuatro por cuatro).

Falcón describía en un texto que escribió en el décimo aniversario de su muerte a un Rafael Álvarez-Colunga renacentista, capaz de apadrinar proyectos o aventuras tan diferentes como la Fundación Antonio Mairena (con la Llave del Cante), las asociaciones para la defensa de la capa y el sombrero de ala ancha, la Cruz Roja, el Club de Leones, la Exaltación de la Saeta, el Museo de Carruajes, la Academia de Gastronomía, incluso disputarle a Manuel Ruiz de Lopera la presidencia del Real Betis Balompié, otra de sus pasiones.

Como la de ver los buitres leonados del peñón de Zaframagón, en Coripe, desde la casa familiar de Orihuela, en el término de Olvera, donde más de una vez coincidimos con su hermano Antonio. En una entrevista, le pregunté que quién había cambiado la palabra deuda por ofensa en el Padrenuestro y me contestó que el cura Castillejo. Seguro que con sevillanas rocieras y un todoterreno llevado por arcángeles, ha encontrado en el cielo un Becerrita para parlamentar con su amigo y abogado de cabecera Antonio Falcón, que le hizo un hermoso retrato entre pintores.

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