Fallece el empresario y taurino Ángel Ridao Segura a los 88 años
OBITUARIO
Mi abuelo, Ángel Ridao Segura, nació en Antas (Almería) el 20 de diciembre de 1928. Era el sexto de ocho hermanos. Su infancia siempre nos la describió como una etapa feliz, a pesar de haber nacido en el seno de una familia humilde y de haber vivido en medio del drama de la Guerra Civil, ayudaba en lo que podía al sustento de la familia porque toda ayuda era poca, según nos decía él. Siempre nos contó lo que disfrutaba cuidando las cabras, y hasta en alguna ocasión organizaban carreras y peleas con ellas. Él siempre nos habló de Antas con plena felicidad.
Al terminar la Guerra, la familia se trasladó a Sevilla, al barrio de San Jerónimo, donde compraron unos terrenitos para dedicarlos a la agricultura y hacer así más llevaderos los estragos de la posguerra. Allí, mi abuelo, persona inquieta, decidió que quería estudiar pese a la oposición inicial de sus padres, que le decían que eso era "de ricos". Gracias a una tía suya que le costeó los estudios pudo cumplir su sueño y estudiar, primero en el colegio y posteriormente en la Escuela de Peritos Industriales. Esto le permitió entrar a trabajar en la compañía Sevillana, donde se embarcó de lleno en el mundo de la electricidad. A los pocos años, su espíritu emprendedor le llevó a fundar una exitosa empresa de instalaciones eléctricas junto con Antonio Marín y Luis Benavides.
De esta época nos contaba cómo recorrió Andalucía en su coche para controlar personalmente la marcha de los trabajos. La gestión de la empresa la compaginó con otros negocios que ha ido dirigiendo hasta sus últimos días, prueba de la vitalidad de la que ha hecho gala hasta el final.
Tenía tres hijos: María Luisa (mi madre), Miguel Ángel y María Inmaculada. Y era un orgulloso abuelo de seis nietos. La afición principal de mi abuelo fue siempre la Tauromaquia. Como cualquier niño de su época soñó con ser torero. Fue lo primero que le llamó la atención cuando llegó a Sevilla. Siempre nos narraba las triquiñuelas que hacía para colarse en la plaza de toros cuando no se podía costear una entrada y las entradas de sol que compraba cuando había donde rascar. Hasta que por fin un día se convirtió en abonado en la barrera del Tendido 1. Cosechó grandes amistades en el mundo del toreo, entre las que se podría destacar la de Manolo Vázquez, su vecino de asiento durante muchos años, con quien llegó a tener una estrecha amistad. Fue muchos años jurado de los premios taurinos de la Real Maestranza, tenía un conocimiento sobre este arte que difícilmente podrá alguien igualar.
Su afición al fútbol y al Sevilla F. C. fueron también claves en su vida. Hasta sus últimos días en el hospital sacaba fuerzas para comentar cómo iba la jornada. Fue abonado del Sevilla en el viejo estadio de Nervión, y estrenó el Sánchez Pizjuán. Nos contaba cómo en su época de mozo, los jugadores de fútbol eran mucho más humildes. Siempre habló con total normalidad de su amistad con jugadores míticos como fueron José María Busto, Campanal, etcétera.
El Real Club de Golf fue importante en su madurez. Fue de los socios más antiguos, acudía casi a diario y echó sus últimas bolas dos días antes de entrar en el hospital. Su grupo de amigos del golf eran sus tesoros más preciados, él se reía mientras nos contaba que era veinte años mayor que ellos pero que ninguno le igualaba en calidad.
Otra de sus aficiones fueron los libros de Filosofía, viajar, la música clásica, el cante jondo y, por supuesto, el Arte y la Historia. De hecho, todas las actividades anteriormente comentadas las compaginó siendo director de la escuela de Artes Aplicadas, donde conoció a grandes artistas sevillanos como Antonio Dubé de Luque, Juan Roldán o Luis Álvarez Duarte, quien esculpió la Virgen de Guadalupe, con la que él tenía especial debilidad.
Más que cofrade, mi abuelo era amante de la Semana Santa, le encantaba visitar templos por las mañanas junto a mi abuela, Floriana Carlini, fallecida sólo horas después que mi abuelo, y sentarse por las tardes a ver las cofradías en su palco de la Plaza de San Francisco. Por la noche también le gustaba a veces escaparse a ver alguna cofradía de vuelta. Acudía cuando podía a la basílica de la Macarena, donde salió de nazareno en aquellos tiempos de su juventud en la que escaseaban los capirotes (sospechamos que nunca llegó a hacerse hermano). La del Silencio fue la cofradía que mis abuelos maternos decían que habían aprendido a querer por influencia de mi padre.
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