"Faltaban seis años para la Expo y no había ni un teatro"
Los invisibles
EN los Gobiernos de Escuredo, Borbolla y Chaves, Pedro Navarro Imberlón (Adra, Almería, 1949), ocupó cargos de delegado provincial, director general y viceconsejero. Se bajó del coche oficial y del escalafón y es profesor en el IES Polígono Sur, muy lejos del poder.
-¿Cómo es la Sevilla a la que se incorpora como director general de Fomento y Promoción Cultural?
-Mi primer despacho estaba en la Cuesta del Rosario. Era una locura en todos los sentidos. Llegué en agosto de 1986 y en octubre me casé. Traía dos hijas de mi primer matrimonio. Mi primera mujer había muerto. Fue un cambio importante en una familia muy tradicional como la mía, que por sus orígenes italianos nos regíamos como un clan.
-¿Se adaptaron sus hijas?
-Perfectamente. Macarena tenía nueve años y María Luisa seis. Después de un viaje tan largo como aquél, sus respectivos compañeros son de Almería.
-¿Qué recuerda de aquellos siete años de director general?
-Fue una época apasionante. Una movida, por muy tópica que sea la palabra, importantísima. Es la época de los grandes equipamientos culturales. Faltaban seis años para la Expo y no había teatros ni orquestas. Con la colaboración de José Ramón Moreno, que era director general de Arquitectura, se puso en marcha un plan de rehabilitación de todos los teatros públicos.
-¿Ya había pensado en la alternativa de la enseñanza?
-Salvo un breve periodo en la empresa privada, como gerente de una empresa de exportación de hortalizas de Almería, mi vocación era la enseñanza, que empecé a ejercer en el colegio Abdera, nombre fenicio de mi pueblo. Una vez que tengo claro que mis hijas se van a quedar en Sevilla, me presentó al concurso en 1988 y saco la plaza en 1989.
-Deja la política y vuelve...
-Me había nombrado Torres Vela y le presento la dimisión a Suárez Japón. Inmaculada Romacho me volvió a llamar para organizar la viceconsejería de Educación. Los dos años de la famosa pinza.
-¿Tiró por la borda un hipotético futuro de consejero o ministro?
-Yo he vivido la política prácticamente desde adolescente. Reconstituí el Partido Comunista en mi pueblo. Pero los tiempos cambian. Y además la alternativa era un centro como este instituto donde el compromiso social está garantizado. Aquí hago política todos los días.
-Deja la política en 1996. ¿Por el triunfo de Aznar y la vuelta de la derecha?
-No, en absoluto. Como posibilista, las alternancias pueden ser hasta buenas y creo que la derecha debe detentar el poder. Me fui por otros motivos. Como había tantas cosas por hacer y se hicieron tantas cosas, se produjo un cierto anquilosamiento y la ilusión no era la misma.
-¿Qué personaje le deslumbró?
-Sin duda, Jack Lang, a quien conocí en unas circunstancias muy divertidas. Fui a París con un grupo de flamenco para actuar en el día Mundial de la Música. Antes de la actuación de los flamenquitos, se produjo la entrada majestuosa de Jack Lang. Creo que entró del brazo de la modelo Imán. Procedía del festival de Avignon y está claro que mantenía ese sentido teatral de la política.
-¿Hay cosas tangibles de su paso por la Administración?
-Un día nos reunió Torres Vela en Alcalá de Guadaíra. Conservo un documento de aquella reunión, donde figuraban todos los proyectos que deberían llevarse a cabo: el plan de Bibliotecas, el de teatros públicos, el de espacios escénicos para municipios con más de cincuenta mil habitantes, el Centro Andaluz de Teatro, el Centro Andaluz de Danza, las cuatro orquestas, dos de cámara y dos sinfónicas. Perdón por la vanidad, pero todo se hizo, es verdad que veníamos de un páramo. Soy vecino de Torres Vela y a veces recordamos ese documento.
-¿Cómo se ven las cosas desde el Polígono Sur?
-La necesidad de transformación sigue siendo importantísima. Ha habido mucha actuación pública, pero no se ha producido la transformación social necesaria. La única política en la que creo es la política transformadora.
-¿Qué se puede hacer con la educación?
-El papel que juega es importante, pero mucho más el que puede jugar. Yo participé con el director del instituto y otros profesores en un proyecto de adaptación curricular para niños procedentes de ambientes de marginalidad social con problemas de desescolarización. Doy clases voluntarias en uno de esos cursos; no sólo se dirigen a los alumnos, sino a sus madres con un programa llamado Aprende y empléate. En la última clase, con doce ordenadores, hemos adaptado el juego de la oca a los personajes de los Simpson.
-¿Almería está muy lejos?
-Lo que está lejísimos es Sevilla. Mi mujer y yo somos unos entusiastas de la A-92, que nos conocemos kilómetro a kilómetro. En el salvapantallas tengo una foto de mi casa en la isleta del Moro, en el cabo de Gata. El mar es mi mayor afición. Estoy entrando en un estadio hedonista de dejar la ciudad y la enseñanza. Este año he estado a punto de hacerlo.
-¿Colecciona desilusiones?
-No es eso. El mar tiene para mí un poder hipnótico. Cuando estoy en un barco, me desaparecen todos los problemas. Me concentro en el ruido del motor, en el ruido del viento en la vela. Cuando navego y pierdo de vista la tierra es cuando más a gusto me siento.
-Usted trabajó en la pre-Expo y la Expo que trajo el PSOE y le "regaló" en el 91 a Rojas-Marcos. ¿Hubo muchas fricciones?
-Algún problema hubo con el teatro de la Maestranza y la Orquesta Sinfónica, pero en general hubo una gran colaboración institucional. La Sinfónica sale adelante con la colaboración del Ayuntamiento, con la presencia de Rojas-Marcos en su consejo de administración.
-¿Es gratificante que el político no sea esclavo de sus siglas?
-Pues es algo que ahora echo de menos. En la transición se produjo un espíritu de trabajo irrepetible. Yo trabajaba entonces en la empresa privada, pero me llamaban de muchos centros de enseñanza para que divulgara los pactos de la Moncloa. Hoy eso sería impensable.
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