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Flaca es la memoria y muy gruesos son sus estragos

  • Olvido y recuerdo. El aniversario del estado de alarma lo conmemoró la ciudad con 'botellonas' en la calle, con muestras de falta de civismo y un espejismo de euforia

Una imagen del centro de Sevilla con numerosas personas de paseo y en las terrazas.

Una imagen del centro de Sevilla con numerosas personas de paseo y en las terrazas. / juan carlos muñoz

Más que en el primer aniversario del estado de alarma, la gente, en su desescalada al Everest de la irresponsabilidad parecía haber salido a la calle para conmemorar por adelantado el séptimo centenario de la muerte de Dante Alighieri, que tendrá lugar el próximo 14 de septiembre. Porque el panorama en las calles de Sevilla el sábado, un año después de que el presidente del Gobierno anunciara el estado de alarma en un país sin mascarillas, era completamente dantesco. Paseaba uno y parecía que alguien hubiera firmado un decreto del estado de borrachera general. Todo el mundo con mascarilla, eso sí, pero compartiendo macetas en la acera, buscando lugares para la botellona con bolsas en las que sonaban los cascos de las botellas, gente de pie haciendo guardia hasta que les correspondiera una mesa. Una sensación paradójica, porque la alegría por la ampliación de los horarios y la relajación de las restricciones, por el regreso de los autobuses turísticos, se veía empañada por una catarsis mal entendida. Como si el personal no hubiera visto los telediarios cuando dejaban de hablar de las Crónicas Murcianas. Hoy hace un año del 15-M más triste y sombrío de los últimos años. Comenzaba un severo régimen de clausura, con toque de queda, con los niños estudiando desde casa conectados como pequeños astronautas, con sus padres teletrabajando o directamente perdiendo sus empleos y arruinando sus expectativas, con la guadaña cebándose con las residencias de mayores. Los shakesperianos idus de marzo empezaban a cebarse con el país más festero de Occidente: las Fallas, la Semana Santa, la Feria, el Rocío, los Sanfermines… Hubo una tormenta de verano que fue un puro espejismo, un remedio que le dio alas a la enfermedad. Hace un año fue precisamente un derbi el primer partido de fútbol que se perdió la ciudad. Ya nos hemos acostumbrado a verlos sin público, con los suplentes haciendo de clap. Hace un año faltaban dos semanas para el pregón de Semana Santa de Julio Cuesta. El Domingo de Resurrección de este año es justo un año menos un día después del Domingo de Ramos del año pasado, a ver si de verdad resucitamos en una pandemia que al menos no puede derrotar al azahar y al incienso. No habrá procesiones, pero la gente asiste a la consagración de la primavera. En el primer aniversario del estado de alarma, el único lugar donde no había aglomeraciones era en el Museo de Bellas Artes. Los empleados casi le hacían la ola a los visitantes que acudían a ver la Virgen lactante de la Roldana que ha adquirido la Junta de Andalucía, colocada en la sala de los murillos, que también supo de pandemias que diezmaron hasta la mitad la población de la ciudad. Fuera de la pinacoteca, no se cabía en los bares. Risas de borrachería como las que sonaban en Muerte en Venecia. Vaivenes de personas con algunas copas de más, una euforia desaforada, como si las copas en vaso largo tuvieran la virtualidad de vacunas infalibles. Hoy es 15-M y según las últimas estadísticas es como si en el último año, de marzo a marzo, España hubiera vivido quinientos 11-M, uno detrás de otro cada día. Hasta el pabellón de Ifema que pronto acogerá a Fitur volvió a llenarse de cadáveres como tras los atentados en aquella macabra campaña electoral de 2004. Se habla de una cuarta ola, de nuevas cepas sin control, pero da igual, la gente confía a ciegas en la penúltima como señuelo de la inmortalidad. Porque pedir la última es de mal gusto y de mal fario. El bicho viaja por el aire, no descansa, no se toma un respiro y vive de las respiraciones. Sevilla no es una isla ni España una autarquía, palabra que se llevó aquel al que sacaron del Valle de los Caídos para llevarlo a Mingorrubio. Un año del estado de alarma. ¡Cualquiera lo diría! Lo escribió Machado: "El pasado no ha muerto. El porvenir no está escrito".

Un año después del vacío, todo estaba lleno. Flaca es la memoria y gruesos sus estragos. El 27 de abril se cumplen quinientos años de la muerte de Magallanes, pero todo el mundo quiere jugar el papel de Elcano y sentirse un superviviente. Si los sanitarios y los científicos hubieran hecho gala de la misma capacidad de relajación y amnesia colectiva de muchos de nosotros, no habría vacunas todavía. El olvido, nos enseña la buena literatura, está lleno de memoria. Pero la memoria a veces, nos enseña la triste realidad,está llena de olvidos lacerantes. La muerte se ha dado el gran banquete y pensamos que ya está en los postres. Ojalá y sea un triste recuerdo en puertas de las Postrimerías de Valdés Leal, en puertas de su centenario, también solitario en los silencios del museo.

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