Sevilla

Flor de un día

  • Ni olvido ni soledad. San Fernando es una urbe muy concurrida cada primero de noviembre

  • Atrás quedaron aquellas estampas en las que se acudía al cementerio con ropa de abrigo

Dos mujeres limpian y depositan flores sobre la lápida de un ser querido.

Dos mujeres limpian y depositan flores sobre la lápida de un ser querido. / reportaje gráfico: juan carlos vázquez

A cinco euros el paquete de margaritas. El mismo coste que el de crisantemos. El primero lleva una docena. El segundo, sólo media. Los aledaños del camposanto tienen poco que envidiarle estos días al mercado de las flores de Amsterdam. A la entrada del cementerio fluyen canales de gente perdiéndole el cariño al bolsillo para honrar a los difuntos. Una primavera en este otoño de 30 grados. Los más caros son los canastos de rosas y gladiolos. Cien euros cada uno. Se los llevan puestos en la cabeza las gitanas, las que menos apego le tienen al dinero a la hora de recordar a los seres que ya descansan en la paz de San Fernando. Aunque en este 1 de noviembre lo que menos hay en esta ciudad amurallada es paz.

El trasiego de personas es continuo. La avenida principal se convierte en una sucursal de la calle Sierpes. Curiosos, familiares, turistas y asistentes a un duelo que tiene lugar en estos momentos. La imagen tira por tierra los versos cernudianos. No hay olvido que habite en esta tierra. Ni soledad becqueriana. El bullicio lo acapara todo. Apenas queda un resquicio para el silencio.

Son muchos los que se acercan al mausoleo del Gallo, Juanita Reina y Paquirri. El malogrado torero de Barbate tiene colocado a sus pies un sucinto ramo de flores. Menos es más, que diría su viuda, depositaria -junto a su hijo- de esta minúscula ofrenda a su memoria. Los claveles se suceden en el de doña Juana, como así la conocen los forofos de la peina y el volante. Una turista argentina, algo despistada, se pregunta cuál es la Virgen que preside el túmulo funerario del Gallo. "La Macarena, señora, la Macarena", le espeta un sevillano que parece ofendido por la duda de la extranjera.

Al final de la gran avenida se alza el Cristo de las Mieles. Un cartel advierte de la prohibición de arrojar cenizas en esta glorieta. A la espalda del crucificado de Susillo se abre la calle Esperanza. Titulares de esta cofradía de ultratumba. La bulla aquí se difumina. Se esparce en los laterales. Primero en la visita a las lápidas, coronadas de ángeles y crucificados. Luego, en los extremos, donde se multiplican los nichos.

Una mujer camina entre nichos abandonados. Una mujer camina entre nichos abandonados.

Una mujer camina entre nichos abandonados.

El sol aprieta a las once de la mañana. Mujeres que vienen a limpiar las tumbas de sus seres queridos se desprenden de la ropa de abrigo. Se busca ya la sombra, que empieza a ser escuálida. Hay quien se protege bajo los altos cipreses, aconsejados por aquella célebre cita de Miguel Delibes. Las familias gitanas son las que mejor aguantan la embestida del astro rey. Algunas se han traído la sombrilla para soportar el calor. Sus panteones representan un homenaje al horror vacui. No hay hueco libre de flores. Ya sean de tela o natural. Sus colores no son nada discretos. Una severa llamada de atención al recuerdo. Las matriarcas gitanas vienen enlutadas. Las más jóvenes, con mallas de tonalidades estridentes. Tan pegadas al cuerpo las llevan que no permiten dar rienda suelta a la imaginación. Todo en ellas queda definido. Al descubierto. Resucitando la mirada y el espíritu de algún que otro que daba por enterrada -y difunta- la libido.

En las calles del camposanto se habla de lo divino y de lo humano. De vez en cuando se guarda silencio. Algunos (los menos) rezan. Y muchos, la mayoría, charlan de Cataluña. Los visitantes vienen solos, en pareja y con niños. Los más chicos encuentran en el albero una forma de distracción. Epílogos de playa con el mar de la eternidad de fondo. La vida y la muerte bordadas en las manos.

La gente sigue llegando. Los hay con pantalón corto y sandalias. Fuera del cementerio, la Policía Local empieza a multar a los coches mal aparcados. En el Bar Goma se ha pasado del café a la cerveza. La temperatura invita a ello. A beber. Y a seguir viviendo. Como flor de un día.

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