Sevilla

José León Castro: “Yo creía que el Señor volaba por los aires”

  • En su segunda novela, ‘Sucedió en Sevilla’, se adentra en la intrahistoria de Sevilla para trazar una serie de intrigas donde de forma muy sutil aparecen los incidentes de la Madrugada de 2000

José León Castro, en un momento de la entrevista.

José León Castro, en un momento de la entrevista. / carmen castellano

Ha sido catedrático de Derecho Civil y entre 2000 y 2004 fue hermano mayor del Gran Poder. Después de esos cometidos, José León-Castro Alonso (Sevilla, 1950) ha vuelto a su verdadera pasión: la literatura. Primero, ‘Postales sólo de ida’. Ahora, ‘Sucedió en Sevilla’ (Terra Ignota).

-¿Qué hay de ficción y qué de realidad?

-Es ficción prácticamente todo, menos el título y el final, un hecho histórico que para mi desgracia viví en primera persona y en primera fila.

-¿A qué hecho se refiere?

-A las carreritas de la Madrugada del 20 de abril del año 2000. Era teniente de hermano mayor e iba presidiendo el Gran Poder. Mi primera reacción fue mirar atrás y despedirme del Señor. Estaba completamente convencido de que se trataba de un atentado. Yo creía que el Señor volaba por los aires.

-¿La literatura llena los vacíos de la investigación?

-Está claro que aquello tuvo un porqué. Alfredo Flores era fiscal jefe y le pedí el sumario. Cuenta con él, Pepe, me dijo. Todavía lo estoy esperando. El Jueves Santo apareció una pintada con la frase Kemar Iglesias. No fue un juego de rol ni una gamberrada ni esa solemne tontería de algunos sociólogos de que era una tentativa de recuperar el espacio urbano.

-¿Qué le dice el escritor al jurista?

-Hay algo que no es literatura. Sabían lo que hacían, justo cuando las seis hermandades de la Madrugada estaban en el radio más reducido de la ciudad. -La novela parece ‘Dos hombres y un destino’, que como en la película tiene nombre de mujer… -A Miryam, una mujer agradable, amable, muy atractiva, la mando a Nueva York. Se da a entender que habrá recibido órdenes de las instancias islámicas para el 11-S.

-¿Es un final abierto o cerrado?

-Si en una novela desde el principio no ves el final, no hay novela.

-¿Es un duelo de personajes?

-El protagonista de una novela no son los personajes. Es la idea. Imagino que la novela histórica tendrá su propio discurso. A mí no me gusta la novela histórica. Con salvedades como los Episodios Nacionales de Galdós. O esa moda de la novela de historia sagrada que empezó con El Código da Vinci de Dan Brown.

-¿Dónde nace su vocación literaria?

-Mi padre era catedrático de Medicina. Sus cuatro hijos, tres chicas (Pilar, Charo, Aurora) y yo, el más chico y único varón, elegimos carreras de Letras. Cuando terminé Cuarto y Reválida le dije a mi padre que lo que me gustaba era escribir. Me dijo que cuando acabara Derecho estudiara Literatura. Tuve la suerte de encontrarme un maestro extraordinario, don Alfonso de Cossío, que me introdujo en el Derecho Civil. Yo escribía mucha poesía, pero mi poesía no era buena y la abandoné. Al jubilarme, un día me puse a escribir y al final del verano espero sacar mi tercera novela. Sobre el procès catalán.

-En ‘Sucedió en Sevilla’ se despacha a gusto con Sevilla: pueblerina, chovinista, vulgar, ruidosa, sucia…

-Yo quiero mucho a Sevilla, soy más sevillano fuera de Sevilla que dentro. Aquí me dicen que soy muy poco sevillano. La ciudad ha cambiado en unas cosas para bien, desde el punto de vista de la modernidad, el urbanismo o el progreso. En otras cosas, se ha vulgarizado enormemente. Sevilla era mucho más fina. Tenía un estilo, una categoría que los ha perdido. Con diez o doce años, acompañaba a mi padre a la librería Lorenzo Blanco. Él participaba en la tertulia y a mí en la trastienda me daban libros juveniles. A la salida, pasábamos por La Isla y mi padre compraba pescado frito para cenar.

-¿Qué ha producido ese cambio?

-No sé, la idiosincrasia colectiva. El triángulo Catedral-Alcázar-Archivo de Indias, con el añadido de la torre del Oro, no lo hay en ninguna ciudad de Europa. Dime cuántos chavales de quince años conocen el Alcázar, han entrado alguna vez en el Sagrario de la Catedral y no digamos en el Archivo de Indias. Sevilla es una ciudad cada vez más pueblerina.

-¿Sus escritores de referencia?

-Ahora leo menos porque en vez de leer escribo. Releo cada vez más. Me marcaron los clásicos, el Siglo de Oro, la generación del 98, Baroja me lo leí entero. La trilogía de Arturo Barea me parece la gran novela del siglo XX. Me gustaba el primer Ruiz Zafón; he leído a Aramburu, Mendoza, Isabel Allende, Manuel Halcón, que era primo de mi madre.

-Sus ‘Recuerdos de Fernando Villalón’ son extraordinarios…

-Le quita la imagen de señorito campero y borrico. Fue el que trajo a Sevilla a los poetas del 27. Alberti y Lorca decían que era el gran poeta de Andalucía. Para mí el gran poeta del 27 no es ni Lorca ni Alberti, es Salinas. Me gustaría hacer con Villalón una especie de Arboleda Perdida, salvando las distancias con Alberti, un juego literario del campo y el mar.

-En la novela se habla de sus dos pasiones, los toros y el fútbol…

-Mis ídolos fueron El Viti y Paco Ojeda. Sólo volvería a los toros por Morante o El Juli. Soy tremendamente bético. Yo he tirado dos radios por la ventana. No voy al fútbol en partido oficial desde el gol que nos marcó Zidane con el Girondins de Burdeos. Fui también al partido de homenaje a Gordillo y quiero ir al de Joaquín.

-Es de una familia de catedráticos…

-Mi padre lo fue de Medicina; mi hermana Aurora, de Historia del Arte, Pilar de Arqueología y yo de Derecho Civil. En Jerez. Volví a Sevilla en el curso 91-92. La época del ‘boom’ universitario. Había nueve mil alumnos en la Facultad de Derecho. Algunos jamás llegaron a ver al profesor.

-Llegó a hermano mayor del Gran Poder el fatídico año 2000…

-Se hicieron muchas cosas. Se pudo circular por un templo que es circular. Se levantó el monumento a Juan de Mesa; un salón de actos muy bueno. Hicimos un modelo de hermandad que no le interesaba a nadie. Sevilla es más de cofradía que de hermandad. Trajimos a figuras como Manuel Losada Villasante, Navarro Valls o Iñaki Gabilondo y había que salir a la plaza para coger a la gente a lazo. Un día llevamos a un imaginero que hablaba de una fractura en el cuello de la imagen de la Virgen y se llenó.

-Durante su mandato se firma la Concordia con la Macarena.

-Ahí se volcó el cardenal Amigo, con el que había tenido algunos problemas.

-¿De qué tipo?

-Por el recurso del Gran Poder, que llegó incluso a Roma. Manteníamos que éramos una asociación privada de fieles, no pública como decía Monseñor Amigo. Si era pública, teníamos que dar cuenta de nuestro patrimonio ante la Iglesia. Era privada porque la hermandad la crean unos particulares, los duques de Medinaceli; el templo es una iniciativa privada. Nos acogíamos al Derecho Canónico, pero se nos negó la razón. Si al Gran Poder le hubieran seguido ocho o diez hermandades hoy seríamos una asociación privada de fieles.

-Su mandato coincide con el 11-S y el 11-M.

-Fue un comienzo de milenio extraño.

-¿Da para otra novela?

-Hay que tener cuidado con los anacronismos y las distopías.

-¿Por qué los Venturato de su novela vienen de Florencia?

-No conozco otra ciudad más parecida a Sevilla.

-Su primera ‘novela’ fue la tesis doctoral…

-Me la dirigió Cossío. Sobre la reserva ordinaria, es decir, las reservas patrimoniales para los vástagos en las segundas nupcias.

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