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Madre no hay más que ninguna

  • Dos bailaoras japonesas y una inglesa, padres caribeños, crean el espectáculo flamenco ‘Sin hij@s’, una denuncia de la infertilidad social con el apoyo de Páginas Violeta

De izquierda a derecha, Makiko Kobayashi, Esther Weekes y Riko Katsube.

De izquierda a derecha, Makiko Kobayashi, Esther Weekes y Riko Katsube. / José Ángel García

INGLATERRA y Japón estuvieron a punto de cruzarse en los octavos de final del Mundial de Rusia. Estas dos japonesas, Riko y Makiko, se cruzan casi a diario con la inglesa Esther en los ensayos del espectáculo flamenco Sin Hij@s, una denuncia de la infertilidad social de la mujer con la colaboración de Páginas Violeta.Como si fueran de Triana y Lebrija, los ensayos los hicieron en los corralones de la calle Castellar y el estreno mundial en el Espacio ZM de la calle Pasaje Mallol, un antiguo local de ensayos de la compañía de Mario Maya. “No es flamenco para guiris”, dice Esther Weekes (Londres, 1970). La casualidad se alió con el destino. Teresa Alba, de Páginas Violeta, necesitaba equilibrar sus energías y acudió a la consulta de Riko Katsube (Kashiwara, Japón, 1963), traductora de japonés y masajista de shiatsu, técnica para aliviar dolores de espalda, piernas, cuello, cabeza...

Cada una descubrió el flamenco a su manera. Makiko Kobayashi (Kanazawa, Japón, 1972), dejó su trabajo en Japón como periodista de televisión. “Fui al Corral de la Morería y me impresionó lo que vi”. También le impactó el espectáculo que Cristina Hoyos presentó en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Riko Katsube trabajaba en su país como profesora de japonés para extranjeros y en asistencia a domicilio. Su padre dirigía un museo arqueológico y ella era alumna de una academia de baile flamenco de Osaka. “Mi profesora japonesa era muy buena, pero yo quería conocer el flamenco por mis ojos”.

El padre de Esther Weekes nació en Barbados; su madre, en Guayana. “Vinieron de las colonias para reconstruir Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial”. En Londres, esta bailaora trabajaba de psicóloga y en un colegio con niños en riesgo de exclusión social. En Londres hay buena afición al flamenco. Fue uno de los últimos lugares donde cantó Lebrijano poco antes de morir, cuando compartió escenario con Farruquito. “Fui con un amigo a ver un espectáculo y me fascinó esa mezcla de ritmo y de elegancia”. Se apuntó a la academia de Nuria García, una sudafricana que había vivido en Jerez.

Cuando el destino, ayudado por el shiatsu, las unió, decidieron darle forma a un espectáculo. “Queríamos hacer algo sobre el proceso de la vida”, dice Riko, “queríamos empezar por el principio, por el nacimiento, pero ninguna de las tres somos madres”. Teresa Alba, de Páginas Violeta, vio que ahí estaba “el arte como denuncia y sensibilización, en la línea del teatro de Távora”. La fundadora de Páginas Violeta vio en ese trabajo una primicia antropológica y sociológica. “Hace años, el problema era el control de la natalidad. Ahora ocurre todo lo contrario, hay muchas mujeres que quieren tener hijos y no pueden. No tienen medios, no tienen estabilidad, no tienen hogar”. De hecho, en la sinopsis de su trabajo, se habla de tres bailaoras “que siguiendo sus sueños se les escapó la maternidad”. En el espectáculo, Kiko de Alcalá canta una nana en la que implica al hombre. “Es un mensaje de conciliación laboral”.

En puertas de los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020, Riko y Makiko no tienen previsto regresar a su país, aunque la primera viaja dos veces al año para ver a sus padres, mermados por el alzheimer. El día del estreno era noche de fútbol, pero llenaron la sala de Pasaje Mallol. Quieren llevar el espectáculo por toda Andalucía. Huyen de cualquier etiqueta de exotismo. “Lo hemos hecho con los cánones del flamenco”. Inglaterra y Japón no se cruzaron en el Mundial, pero Inui, el japonés mundialista que ha fichado por el Betis, podrá ver este trabajo cuando se incorpore a la disciplina del equipo verdiblanco.

Dos japonesas y una inglesa que denuncian la infertilidad social y han descubierto una insospechada fertilidad artística. El camino no les resultó fácil. Las barreras no se las encontraron solamente en su lugar de destino, donde la ortodoxia las podría considerar intrusas o advenedizas. Fue en el origen donde surgieron las primeras pegas.

“A mi madre al principio la idea le pareció horrible”, dice Riko Katsube. “El flamenco lo asociaba con el mito de Carmen, la mujer inmoral, la prostituta, la femme fatal”. En la casa londinense de Esther no se quedaron muy conformes con la vocación de su hija. “La imagen de la chica negra bailando, cantando. Mis padres pertenecen a una generación que fue a Inglaterra para que sus hijos estudiaran y tuvieran una formación y de repente su hija decidía irse a España a perfeccionar flamenco”. Era como una vuelta a sus orígenes. “Me da la sensación de que no soy la primera. Son mis parientes. El ritmo flamenco tiene mucho de africano, dicen que la palabra fandango viene de Nigeria”. en el siglo XVII un diez por ciento de la población de Sevilla eran negros. Periodo que estudió su compatriota Hugh Thomas y retrata la serie La peste de Alberto Rodríguez.

El espectáculo se divide en ocho movimientos: Tictac (prólogo), Búsqueda, Camino, Tesoro (Alegrías), Lluvia (narración), Oscuridad (soleá), Batalla (seguiriya), Libertad (epílogo). El cartel, de Fran A.M. Alvarado, es una bailaora como sombra chinesca junto a una cuna (nido) vacía. No lo hacen “por amor al arte, sino por amor al flamenco, que es un arte”. Esther está en un grupo que fusiona flamenco y jazz con un guitarrista holandés, Tino van der Sman. Desde Japón e Inglaterra descubrieron una expresión universal y vital.

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