Mano a mano de Muñoz y Van Gogh
Calle Rioja
Paseíllo. El cartel taurino que Fausto Velázquez ha hecho para la feria de La Algaba viaja hoy desde la Casa de la Provincia a la plaza de España de su pueblo
HOY hace el paseíllo desde la Casa de la Provincia hasta la provincia, su casa. Vivida y contada por Fausto Velázquez, La Algaba, donde el pintor y galerista nació un 8 de noviembre de 1950, es una Nueva York a escala. A las nueve de la noche, en la plaza de España de su localidad natal, se presenta el cartel que ha realizado para la feria taurina de su pueblo, que se celebra en la única plaza de toros con un tentadero de carros que hay en España.
Fausto Velázquez vive inmerso en una humana paradoja. "Sentimentalmente, soy taurino, pero racionalmente soy antitaurino. Me pasa como con Dios; racionalmente no creo, pero sentimentalmente soy creyente". Pese a sus dudas, el autor del cartel es el tercer integrante de un paseíllo simbólico, una terna que completan Curro Romero, que se cortó la coleta en tan histórico coso, y Emilio Muñoz, propietario de las zapatillas del cuadro, las mismas que se calzó el diestro trianero cuando tomó la alternativa en la plaza de toros de Valencia.
Dios y la tauromaquia están unidos en la génesis de este cartel. La idea, el fogonazo, surgió un Domingo de Resurrección en una exposición en La Caja China, galería que regentan Piluca y Pepe Barragán. "En el fondo, yo lo que quería era hacerle un homenaje a Van Gogh, a un cuadro que tiene con unas botas llenas de barro. Me fascina esa capacidad de mostrar la belleza dónde nadie la ve. Pensé que lo más parecido era pintar las zapatillas de un torero y Piluca me dijo que ella conocía a Emilio Muñoz".
Las ha pintado tantas veces, en dibujo, en grabado, al óleo, que igual hace una exposición monográfica sobre las zapatillas de Emilio Muñoz. Fausto nació en una localidad de raigambre taurina. Cita dos ascendientes femeninos. "Mi abuela Teresa era prima hermana de la madre de Pepín Martín Vázquez". El galerista es pariente de Joaquina Ariza, la primera mujer torera, nacida en La Algaba, la patria chica del banderillero Bazán y de la estirpe de los Algabeños, el padre "bueno" y el hijo, el matarife que sembró el terror en plena guerra civil con las turbas de Díaz Criado.
El viaje de este cartel taurino desde el corazón de la capital, a dos pasos de la Catedral y del Alcázar, al corazón de su pueblo, traslada a su autor a un episodio fundamental de su trayectoria artística. Una amiga francesa a la que retrató desnuda posando en la Ribera del Huelva presentó la obra a un jurado internacional y Fausto recibió la medalla de bronce de las Olimpiadas Culturales que se celebraron en Bélgica en 1968 como correlato de los Juegos Olímpicos de México.
La medalla la recibió en la plaza de Brabante de la capital belga de manos de Paola de Lieja "porque su madre, la reina Fabiola, estaba de vacaciones en España". También fue cumplimentado por el ministro Fraga Iribarne y el premio consistió en un viaje "por toda Europa menos por el telón de acero". Una propina de ese viaje fue entrar en una cafetería de París y saludar a Pablo Ruiz Picasso. El pintor malagueño aprobaría esta combinación de tradición y modernidad: las zapatillas de un torero transgresor, picassiano a su modo, y la reproducción de un mural del rey Minos en el palacio cretense de Knosos. Goya, Picasso, Gustavo Doré y tantos otros pintores que han abordado la tauromaquia, ignorados por esa cumbre de ignorantes que en San Sebastián han decidido prohibir la fiesta.
Con las zapatillas de Emilio Muñoz, Fausto Velázquez hace otros viajes al pasado. Uno al festival de Nancy, cuando acompañó al teatro Lebrijano que dirigía Juan Bernabé en su condición de director del teatro Algabeño. "Nos recibió nuestro amigo Jack Lang, que luego sería ministro de Cultura". En ese grupo teatral, el pintor actuó como dramaturgo (autor del Canto del trigo y la cizaña), compuso copla y se incorporó al reparto para sustituir a algún actor "e includo a una actriz" cuando tuvo que interpretar a una prostituta barbuda.
El Teatro Algabeño usaba como local de ensayos la torre de los Guzmanes de este laborioso pueblo. Circunstancia que remite a Fausto a otra historia donde se mezclan los toros y la pintura. Torres Zapico, alcalde de La Algaba tras las elecciones municipales de 1979, le encargó un cartel para ilustrar la feria taurina de aquel año. Lo hizo, pero en lugar de percibir una remuneración económica le propuso un cobro alternativo y nada pecuniario: organizar en la torre de los Guzmanes una exposición de grabados con firmas como Carmen Laffón, Paco Cortijo, Félix de Cárdenas, Paco Reina o Rolando Campos. "Fui el comisario de la primera exposición, que montó Paco Molina". Como asesor artístico actuaba Juan Bosco Díaz de Urmeneta, colaborador de las páginas de Arte de Diario de Sevilla. Una insólita pinacoteca amurallada, tan singular como la plaza de los carros, este Guggenheim de ruedas que llegó a tener hasta cuatro pisos.
Es La Algaba pueblo de toreros, de futbolistas (Bazán, Cabrera Bazán, Diego Tristán) y de algunos pintores, de los que Fausto menciona a Calvo Carrión, "era amigo de Dalí y murió en Mallorca", y a Juan Gallardo. Y este Fausto Velázquez que tiene su estudio de San Isidoro cercado por las máquinas de las obras veraniegas. Se instaló como joven pintor en Sevilla en un estudio del Pasaje Amores, calle misteriosa próxima a Amargura y a Feria, callejero poético.
Su abuelo fue alcalde; su padre, concejal. Este teatrero ortodoxo e iconoclasta corta hoy orejas y rabo entre sus paisanos con el cartel del paseíllo de Creta y las zapatillas de Emilio Muñoz.
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