Peruanos al tren
calle rioja
Encuentros. Casi todos los hispanistas descubrieron la vocación en Andalucía: después de Gerard Brenan en las Alpujarras, Raymond Carr vino de luna de miel a Torremolinos.
UN buen grupo de viajeros del tren Sevilla-Málaga se bajó en Marchena. Iban todos invitados a una boda. Entre ellos, el arquitecto José María Cabeza Laínez, cónsul honorario de Japón en Andalucía. El tren siguió su marcha y llevaba su cuota de sorpresa. Me correspondió un asiento con mesa pero sin viajeros. Al otro lado del pasillo sí estaban ocupados los cuatro. Un matrimonio, 47 años de casados, en el tren la gente lo cuenta todo, entró en conversación con una joven hermosa y esbelta. Por lo visto, también lo contaría ella después, había conocido el mundo entero, incluidos los Emiratos Árabes y Australia, gracias al baile. Lo dijo cuando habló de sus precauciones ante ciertas comidas. La bailarina o bailaora, que no lo precisó, creció en una familia de ferroviarios y por ahí por lo visto surgió un nexo con sus interlocutores que les dio tema de conversación hasta que el tren llegó a la estacio Málaga María Zambrano.
No sé cómo el cuarto ocupante de esa mesa podía concentrarse en su lectura. Iba leyendo en una tableta (pobre chocolate, le han arrebatado los derechos de autor) una Antología de Poesía Lírica Andalusí. Alguien se preguntará que cómo lo supe, porque la bailaora o bailarina y los casados hace casi medio siglo no se privaban de contar su vida con todo lujo de detalles, pero el lector de la antología lo hacía en un silencio de ermitaño. Fue él quien reparó en mi presencia. ¡Qué sorpresa, Paco! Yo no soy bailarín ni ferroviario, pero también encontré a mi interlocutor. El lector de la antología lírica andalusí se llama Leopoldo de Trazegnies Granda. Peruano de nacimiento, se casó con Carmen Otero, una española de nacimiento, zamorana, que le falta desde 2010. El viudo Leopoldo, ya sin la compañía de esa estupenda mujer a la que tuve la fortuna de conocer, que había trabajado con Fraga en la dirección general de Fotografía, encuentra el consuelo en los libros, los que lee, los que escribe y los que edita, y en la familia.
Fue algo mágico. Yo iba leyendo un libro titulado Hijos de la espuma del mar.Le conté que era la historia del Perulero, sobrenombre de Alonso de Molina, un tipo de Úbeda que participó con Almagro y Pizarro en la conquista del Perú. Un libro escrito por Arsenio Moreno, que también nació en Úbeda y fue allí alcalde, en la patria chica de los también novelistas Antonio Muñoz Molina y Salvador Compán y la vida de novela de Joaquín Sabina.
Se mezclaron las dos conversaciones. Yo iba a Málaga porque ayer mi madre cumplió 82 años. La niña del 33. Leopoldo también iba de cumpleaños. Sus nietos Jorge y Estrella cumplían ocho años. Son mellizos, hijos de su hija Carmen y un yerno sevillano. En Málaga, son vecinos de Ian Gibson. Casi todos los hispanistas descubrieron la vocación en Andalucía: después de Brenan en las Alpujarras, Raymond Carr vino de luna de miel a Torremolinos y Paul Preston conoció España después de un viaje a Benalmádena. Leopoldo también vivió en Bruselas y allí vive su otra hija, Rosa, que se casó con un flamenco (de Flandes) y lo hizo abuelo de otros dos nietos gemelos. Llegó el tren a Málaga, ese bailarín atigrado que echa humo como un búfalo. La bailarina se despidió de sus amables interlocutores. Yo cerré el libro del Perulero y me despedí del Peruano. Leopoldo se fue a celebrar el cumpleaños de sus mellizos y nosotros, sus cinco hijos, apagamos en Los Mellizos, orgullo marinero de Benalmádena, las 82 velas de mi madre.
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