Precauciones, ausencias y sabiduría

El perfil

L. S. M.

10 de marzo 2014 - 13:42

Francisco Socas es un hombre prudente. Antes de conceder la entrevista pide referencias a otros que ya pasaron por el trance y llega a la cita en el bar Europa, en pleno meollo de la Sevilla romana, con algo de precaución. Hace bien, ya lo dice el viejo refrán castellano. Su fama de sabio se acompaña de su aspecto de sabio: barba y calvicie platónica que protege con una de esas gorras que visten los antiguos del campo y los modernos de la ciudad; una delgadez extrema, como si se hubiese sometido a algún antiguo y olvidado camino de perfección, y una parsimonia y lentitud en los movimientos que al entrevistador le recuerda a los pobladores de los malpaíses de Adeje, localidad tinerfeña en la que nació el padre de este filólogo clásico. El trato que concede al plumilla es amistoso y sonriente, aunque se percibe en su mirada cierta ausencia: cita versos de Lucrecio sobre las aves o las semillas y su mirada se va, no se sabe muy bien a dónde, durante unas milésimas de segundo. Pedagogo entusiasta y admirado por sus antiguos alumnos, pidió su prejubilación para poder culminar una serie de trabajos e investigaciones "ahora que estoy a las puertas de la vejez". Así, crudamente, sin temer a las palabras ni a la vida, con la sabiduría de un hombre que conoció el mundo antes de la Revolución Industrial.

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