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San Jacinto: el trianero del siglo

  • Centenario. En 1913 se plantó en San Jacinto, iglesia parroquial y convento dominico, un ficus que es el segundo faro de Triana y que señaliza el cambio del paseante en peatón.

ESTE árbol lleva cien años siendo trianero del año. Trianero del siglo, plantado en 1913, en puertas de la Velá el centenario ficus de San Jacinto es el segundo faro de Triana. Ya se divisa su fronda desde el puente donde estuvo el primero, que da nombre al restaurante bajo el que salía la línea fluvial Sevilla-Sanlúcar-Mar. Hay que madrugar para oír misa en San Jacinto, en el convento de los dominicos. Ocho de la mañana. O esperar a la fresquita: nueve de la noche. Eucaristía sostenible. Entre horas, el ficus queda en el recinto conventual.

El hormigueo de transeúntes es incesante entre Pagés del Corro y San Jacinto. Esta calle es peatonal hasta la capilla de la Estrella y está abierta al tráfico a partir de la iglesia que le da nombre a la calle. De la capilla a la iglesia, el paseante se convierte en peatón. Frente a la iglesia hay un chino, Zang Chao. Junto al convento, la parada del 40, que hace la línea Tardón-Plaza de la Magdalena. Los que se bajen aquí pueden apreciar el retablo dedicado a la Virgen del Rocío que salió del taller de cerámica de Hermanos Mensaque y Vera en 1931 (en números romanos). Enfrente, el bar Blanca Paloma. En tiempos, este edificio acogió hasta cuatro hermandades y era frecuente ver a los chavales encaramados al ficus para verlas.

Bajo el ficus están a piñón fijo un africano que vende pañuelos y el cuponero. Alguien le compra el número 27585 en homenaje a la fecha en que su chica alcanzó la mayoría de edad que le permitía estrenarse como votante de Felipe González. Por Pagés del Corro pasa un vecino de esta calle, Manuel S. García-Junco, representante de los vinos Fuente Reina de Constantina, una bodega fundada en 1930, un año antes del retablo de la Virgen del Rocío. Por San Jacinto, en silla de ruedas, pasa un ilustrísimo vecino de esta calle, el periodista José María Gómez, que sabe todo de Triana y de Cecilia Böhl de Faber.

El despacho parroquial abre por las tardes. Junto a la puerta, carteles de una modista y de un apartamento en Isla Cristina. Alguien abre la puerta del despacho. "El párroco, Jesús, está en Cuba, como todos los veranos". Al interlocutor le consta la veteranía del ficus. Se define a sí mismo como "un simple monaguillo". Está en Triana de paso, tiene acento gallego, estuvo diez años destinado en un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí quiere acordarse, Almagro, pero por el destino pastoral al que ha dedicado sus últimos veinte años todos lo conocen como "el congoleño".

El despacho parroquial está en San Jacinto esquina con Ruiseñor. La mole parroquial cambia de color, del corinto pasa al blanco. Una pintada cobarde, curas muertos, escrita por alguien que nunca atendió a una madre enferma o a un niño huérfano en un dispensario del Congo. El ficus da sombra en toda la calle. El árbol de la ciencia. En su primera encíclica, el papa Francisco define la teología como "la ciencia de la fe". Detrás del edificio parroquial, el residencial Patio de Triana. Una rehabilitación posmoderna en un antiguo corral de vecinos que data de 1993, tercer año del mandato municipal de Alejandro Rojas-Marcos.

La calle Ruiseñor serpentea y da nombre a un bar que ofrece tapas y raciones. El cronista repara en el nombre de la plaza, Lucía de Jesús, y lo asocia con la primera presencia en Sevilla de José Saramago. "Pilar del Río vivía aquí arriba", dice Antonio de la Cerda, dueño del bar, "bueno, en realidad, la dueña es mi mujer". Era la placita a la que unos cuantos periodistas vinimos a mediados de los ochenta a entrevistar a un joven escritor que empezaba a despuntar en los suplementos. "Vino hasta María Teresa Campos", dice Antonio, que nació en el bar cuando era casa de vecinos. "Saramago ha comido aquí muchas veces. Pilar está ahora en Lisboa preparando una exposición".

Lo dice el día que el portugués Rui Costa ha ganado la etapa del Tour de Francia. En sus primeras incursiones sevillanas, no le pasaría desapercibido el ficus de San Jacinto al escritor lusitano. En su discurso del Nobel, recordó al abuelo de Azinhaga que le enseñó a amar a los árboles. "El ficus de San Jacinto es como un monumento. Hay que pararse para verlo", dice Ángel Vela, que hoy presenta en el hotel Zenit, edificio adyacente a la iglesia de San Jacinto, un libro sobre los flamencos centenarios de Triana.

El ficus es metáfora familiar del árbol genealógico. Y del giro que dio la vida de Saramago, a cuya prehistoria romántica nos lleva este segundo faro de Triana. "... Y para colmo, ahora, me caso con una española lindísima, cosa que para un portugués es el sueño, siempre la española ha sido el sueño". Lo dice Saramago en el libro José y Pilar (Alfaguara), conversaciones inéditas de Miguel Gonçalves Mendes. "La mía no es sólo española sino que es andaluza y de Sevilla. ¿Qué más se puede pedir?". Sólo le faltó decir: y de Triana. Vecina del bar Ruiseñor y de la calle que va a Zang Chao y a la parada del 40.

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