El Rastro de la Historia

1579 y 1613: dos explosiones que asolaron Triana (y Sevilla)

El puente de barcas y una Triana sin caserío.

El puente de barcas y una Triana sin caserío.

Antes de ser un barrio exclusivamente residencial, turístico y comercial, Triana fue un arrabal con una intensa actividad industrial y agropecuaria. Sus antiguas actividades económicas como la alfarería, la huerta, la pesca, la forja o la fabricación de jabón (en sus famosas almonas, cuyos restos aún podemos ver en el Paseo de la O) suelen ser bien conocidas por el gran público e, incluso, han dejado alguna huella en el callejero del barrio y en su folclore. Sin embargo, no está tan extendido el conocimiento de que Triana fue un centro importante de fabricación de pólvora en los siglo XV, XVI XVII, actividad de alto riesgo -como veremos ahora- que provocó algún que otro desastre.

Al menos se tienen documentadas dos grandes explosiones que causaron enormes destrozos y mortandades tanto en Triana como, en menor medida, el resto de Sevilla. Son las del 15 de mayo de 1579 y 14 de noviembre de 1613. Estas se debieron a la explosión de los molinos ubicados en Triana que fabricaban la pólvora necesaria para abastecer a las armadas reales y los sistemas defensivos de las Indias. La explosión de los polvorines y molinos de pólvora era algo frecuente en el Antiguo Régimen, algo que ocurría por el mal almacenamiento y conservación de un producto altamente inflamable. En Andalucía, incluso, se llegó a registrar la gran deflagración del polvorín de la Armada en Cádiz en una fecha tan tardía como el 18 de agosto del año 1947. La explosión fue tal que levantó un hongo similar al de una bomba nuclear y el eco llegó a escucharse en Portugal. El resultado fue terrible: 150 muertos, más de 5.000 heridos y unos 2.000 edificios afectados.

Las crónicas no dejan lugar a dudas de que la explosión de 1579 fue devastadora. El suceso afectó a los molinos de Ramón Martín, que fabricaba hasta 1.000 quintales de pólvora anuales, y el de Pablo Matías, mucho más pequeño, cuya producción no pasaba de los 50 ó 60 quintales. Ambos se ubicaban cerca del muelle de los camaroneros, justo enfrente de la Torre del Oro. Junto a estas factorías, se destruyeron "otros treinta pares de casas en su acera y alrededor", según las fuentes históricas recopiladas por Julio Domínguez Arjona. Incluso "se vido estremecer y sacudirse toda Sevilla, aun con estar el río Guadalquivir en el intermedio". El autor del texto incluso nos cuenta que él, en el momento de la explosión, se encontraba comiendo en la collación de San Bartolomé y sintió "que tembló toda la casa y se me hinchó de tierra toda la mesa". El número de víctimas calculado por algunas fuentes hablan de 200 muertos, una cifra que sería terrible hoy en día, pero que en aquellos tiempos tuvo que ser apocalíptica. 

La reacción de las autoridades no se hizo esperar. Trasladaron los molinos a un lugar más alejado del caserío, el conocido como las Bandurrias, en las traseras del Convento de los Remedios, hoy ubicado en la Plaza de Cuba. De ahí debe venir que el nombre del camino que discurría por lo que hoy es la Avenida de la República Argentina: "de la polvorilla". Sin embargo, el traslado no fue garantía de seguridad. El 14 de noviembre de 1613 se registró una nueva y terrible explosión "causando muchas muertes y destrucción de casas". Finalmente, las autoridades civiles como las eclesiásticas (las explosiones habían dañado gravemente las vidrieras de la Catedral) hicieron que, en 1676, el propio Rey Felipe IV, decretase el traslado de tan peligrosas fábricas a la zona del Cortijo de Cuarto.

Como curiosidad diremos que el propio Cervantes habla de estos molinos de pólvora trianeros y los sitúa junto al famoso Patio de Monipodio que aparece en sus novelas ejemplares El coloquio de los perros y Rinconete y Cortadillo. Como se sabe, la tradición señala que tal nido de delincuentes estuvo situado en la confluencia de las calles Troya y Betis, como bien marca el azulejo cervantino diseñado en su día por José Gestoso.

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