Alegría de vivir, costumbre de morir
Calle Rioja
Reacción. Una semana después de los Goya de Granada, las películas que compartieron el galardón, ‘La infiltrada’ y ‘El 47’, llenaron sendas salas del Avenida Multicines

Justo una semana después de los Goya, a la misma hora y en dos salas diferentes del Avenida Multicines, proyectaban El 47 y La infiltrada, que por primera vez desde que existen los premios del cine español han compartido en Granada el galardón a la mejor película. No quedaba una sola butaca libre en la Sala 3 para ver La infiltrada. Si no fuera por la presencia de los sanguinarios Txapote y Kantauri podría verse como una película basada en una novela de John le Carré.
Un mundo de hombres como el de ETA contado por tres mujeres: Arantxa Echevarría, la directora; María Luisa Gutiérrez, la productora, de la que partió la idea de la película, la que removió más de una conciencia en su discurso de recepción del icono de Fuendetodos; y Carolina Yuste, inconmensurable en su interpretación de la agente de la Policía que se infiltra en un comando de ETA en la parte antigua de Donosti. La productora es socia de Santiago Segura y en su intervención defendió el “cine de palomitas”. Eran muchos los espectadores que entraron en la sala con este complemento que es más propio de las películas de aventuras o de Marvel. Pero la historia tiene su lado aventurero. Al final, un hijo que vio la película con sus padres, que probablemente no había nacido cuando ETA anunció el cese de la lucha armada, le decía a su progenitor: “no me he aburrido, me ha encantado. Y la batalla final me gusta mucho”. El padre le dice que uno de los etarras, el de ascendencia gallega, ya actuó en As Bestas. “¿En La Siesta?”, pregunta el hijo, que no llega a las cotas de cinefilia de su padre.
Una película rodada íntegramente en escenarios del País Vasco: además de San Sebastián, Rentería, la patria chica del fotógrafo Miguel Ángel Morenatti, o Guetaria, la cuna de Juan Sebastián Elcano, el marino que completó la gesta de Magallanes de dar la primera Vuelta al Mundo, cuyo monumento en Sevilla esculpió el escultor Antonio Cano, el esposo de la artista Carmen Jiménez y padre del arquitecto del mismo nombre.
Mitad de la década de los noventa. Ramón García y Ana Obregón dan las uvas para recibir el año 1996, cuando José María Aznar releva a Felipe González en la Presidencia del Gobierno. En la película se recrea el asesinato a sangre fría, Truman Txapote desalmado, de Gregorio Ordóñez, que era concejal del Ayuntamiento de San Sebastián. La película narra el pique entre la Policía y la Guardia Civil. Se detiene en julio de 1997, mes que se inicia con la liberación del funcionario de prisiones Ortega Lara y prosigue con el secuestro y asesinato casi en directo de Miguel Ángel Blanco, concejal del Ayuntamiento de Ermua, de ascendencia gallega como uno de los terroristas que conviven con la infiltrada. Los puntos suspensivos de esos años con los que terminaba el siglo y el milenio llegarán al penúltimo día de enero de 1998, con el asesinato del concejal del Ayuntamiento de Sevilla Alberto Jiménez-Becerril y su esposa, la procuradora Ascensión García Ortiz. Aunque la película se centra en las actividades de ETA en el País Vasco.
Por la radio sabemos que la Real Sociedad, que ayer jugó en Sevilla contra el Betis, había ganado fuera ese domingo. El Mallorca era líder, el Extremadura de Almendralejo había subido a Primera División. Paisanos de Carolina Yuste, la actriz que encarna a la agente que decide hacerse policía porque “en Logroño no pasa nada”. La música, que es un personaje más de la película, es de Fernando Velázquez, vizcaíno de Guecho. Ritmos de Velázquez para una película con Goyas.
Hay referencias a Crónicas Marcianas y en la tele los etarras están viendo La Vaquilla de Berlanga. Es una suerte de piso turístico para dos terroristas y una infiltrada. Un turismo macabro. Dos hombres y un destino que ven por la tele al ministro Mayor Oreja. La ansiedad permanente en la que viven recuerda las páginas de Patria, aunque la comicidad que provoca su propia estulticia, el ridículo heroísmo de uno de ellos, la Arcadia feliz con la que sueña el otro, evocan más otra novela de Fernando Aramburu, Hijos de la fábula. Ellos comen pipas mientras se van terminando las palomitas en la Sala 3 del Avenida. Un multicines especializado en películas en versión original con subtítulos que aparecen en las conversaciones en euskera. La infiltrada no da clases de vasco, sino de tango. A todos ellos les une el desarraigo familiar: a la agente y a los etarras. Uno de ellos resume la felicidad en las lentejas que hace su madre. La comida favorita de la duquesa de Alba.
La Sala 3 del Avenida se llenó para ver La infiltrada, que fue vetada en el festival de cine de San Sebastián. Parece que al presidente del Gobierno le gusta más El 47, donde también se vería la película con palomitas. El guiño de la productora a su socio Santiago Segura. La infiltrada, que vive con la muerte en los talones, se pone a cantar Alegría de vivir, de Ray Heredia. El compositor murió el 17 de julio de 1991. El 30 de ese mes nació Carolina Yuste en Badajoz. Los caprichos del calendario. Aparte de su contenido político, la película se ve como una historia de aventuras. Con un trasfondo moral para agitar indiferencias y equidistancias. Una historia con tres mujeres que arranca con una referencia al asesinato de Yoyes. El guiño de La Vaquilla, la inteligencia del genio Berlanga para encontrar humor en el horror, es como una metáfora de esa doble vara de medir de las memorias históricas a las que se refirió la productora en su intervención a dos pasos de la Alhambra y el Generalife.
Al chaval le gustó la última batalla. Han caído los dos, como la canción de Radio Futura. Como una novela de John le Carré en el País Vasco. O de Javier Marías. El paso del tiempo convertirá el último de sus libros publicados antes de su muerte, Tomás Nevinson, en uno de los más contundentes alegatos contra la vileza del terrorismo etarra y la hipocresía de sus cómplices. El autor de la trilogía Tu rostro mañana que ha cautivado a Brad Pitt, sitúa la acción en una ciudad media donde tampoco pasa nada, como la Logroño de la protagonista, y les llama a los etarras sin ambages ni florituras “saco de mierda”.
Antes de la proyección, anunciaron la proyección de Hair en el cine Cervantes doblada y con subtítulos. La música de Fernando Velázquez permite que las palomitas no perturben la audición de la película. No sales del cine igual después de ver una película como La infiltrada. La fuerza transformadora del invento de los Lumière. Valiente porque se meten en la boca del lobo de un pasado demasiado reciente, no hay que remontarse a Zumalacarregui. La Real Sociedad ganó fuera de casa. Ayer jugó contra el Betis. La Real de Sociedad de la canción que le dedicó al equipo de Heliópolis el rockero Silvio. Equipos realistas: Real Sociedad, Real Betis Balompié y el rey San Fernando, que al llegar a Sevilla se preguntó: ¿dónde está mi Betis? Cuando Unamuno regresa del exilio parisino en 1930 y atraviesa Hendaya, punto fronterizo que aparece en la película, se encuentra a los aficionados que salen de ver un partido de fútbol Real Unión de Irún-Real Madrid.
La infiltrada compartió con El 47 el Goya a la mejor película. Describe los desastres de un delirio, las goyescas de un disparate identitario de esos que se prolongan si uno no lee a tiempo a Stefan Zweig. Es el mundo de ayer, de anteayer a lo sumo. Tres mujeres en un mundo de hombres. Con clases de tango.
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