Un buen hombre en África
Calle Rioja
Fútbol y literatura. Frederic Kanoute, una vida apasionante. No en vano el de Malí jugó en Londres en el equipo del que era incondicional Alfred Hitchkock.
LOS jugadores del Madrid mantearon a Mourinho en San Mamés por ganar la Liga y los del Barcelona a Guardiola por poner fin a su exitosa trayectoria, ese Camino Soria de Gabinete Caligari que empezó perdiendo contra el Numancia y acabó cuatro años después con un empate en el campo del Betis. Pero el manteo más auténtico tuvo lugar mucho más cerca. En el campo de Nervión donde se añora a Juan Arza, donde se le rindieron honores recientes a Guillermo Campanal o a los paraguayos Toñánez y Achucarro. Con los jugadores del Rayo Vallecano como testigos de excepción, los jugadores del Sevilla mantearon a Frederic Oumar Kanoute, historia viva del sevillismo.
Muy poco después de ese manteo, seguí mi lectura de la biografía del jugador de Malí escrita por Juan Antonio Solís. El capítulo décimo de Miradas al cielo se titulaba "¿Quieres jugar en el Sevilla?", cotejada con una cita del escultor y antes guardameta de la Real Sociedad Eduardo Chillida. Kanoute es otro monumento a la tolerancia que el fútbol le regaló a Sevilla. El complemento perfecto que el fútbol africano le hizo para completar aquella mágica idolatría de Biri-Biri, el futbolista de Gambia que llegó procedente del fútbol danés.
Asocio la forma de ser y de jugar de Kanoute con una novela de William Boyd, Un buen hombre en África. El autor es un británico que nació en Accra, capital de Ghana. La leí hace muchos años, cuando Mercedes de Pablos me invitó a su casa de Cortelazor, en la sierra de Huelva, a ver la Eurocopa de Alemania de 1988. En esa competición se despidió Gordillo de la selección española. Contra Alemania jugó el 75 y último de sus compromisos internacionales. Hay un cierto paralelismo entre el africano de Lyon y el sevillano de Almendralejo. Y no sólo en la bonhomía y la química que hay entre ambos. Los dos debutaron en sus respectivos equipos, Olimpique de Lyon y Real Betis Balompié, con 19 años. Los dos produjeron la misma sensación de suspicacia, de incredulidad cuando ficharon con la misma edad, 28 años, uno por el Real Madrid, otro por el Sevilla. Y ahí sigue esa simetría: las cinco Ligas de Gordillo en el paseo de la Castellana, los seis títulos de Kanoute entre Eduardo Dato y Luis Montoto, incluidas dos Copas de la UEFA, dos Copas del Rey, una Supercopa de Europa y otra de España, desmintieron esos augurios.
Juancho (Solís) describe muy bien las diferencias entre el fútbol francés, el inglés y el español. Con la propina impagable del fútbol africano, ese retrato novelesco de los integrantes de la selección de Malí atravesando la jungla entre un país de muertos por la guerra y con protección de soldados de Naciones Unidas para enfrentarse a Liberia. Kanoute fichó por el Sevilla para estar más cerca de Bamako, aunque lo primero que le sorprendió fue que apenas había mezquitas. Debuta como sevillista en un amistoso contra el Celta que entrenaba el profesor de Inglés Fernando Vázquez, el mismo que hizo debutar a Joaquín en el Betis.
La tragedia de Antonio Puerta, cuyo gol al Shalke 04 aquel jueves de Feria vivió por la radio en su casa con 39 de fiebre, la sumó a la de Marc Vivien Foé, el camerunés con el que coincidió en el West Ham United, y que cayó fulminado en un partido con su selección. De ese equipo inglés era incondicional el cineasta Alfred Hitchkock. Allí coincidió un joven Kanoute con un futbolista ya de vuelta, Davor Suker, el croata que también había sido icono del sevillismo. Ascendió al Tottenham sin cambiar de ciudad, pero no le convenció que un entrenador lo utilizara de traductor y otro pusiera a prueba sus sólidas convicciones éticas con una pachanguita en las islas Mauricio. Lyon. Londres. Sevilla. Bamako. Las cuatro patas de esta biografía. La etapa londinense no le tiene nada que envidiar al libro de ese forofo del Arsenal llamado Nick Hornby, Fiebre en las gradas. Y en Bamako encuentra Juancho un guía insuperable, el escritor de viajes Cees Noteboom.
Frente a tanto manta como hay en el fútbol, el manteo de Kanoute con los figurantes vallecanos es una proyección a ese cielo del sevillismo donde se depositan los recuerdos del aficionado. Decía Albert Cohen en Bella del Señor que las estrellas son los ojos de los muertos. Desde allí, miradas del cielo, lo observan Juan Arza y Antonio Puerta. No fue fácil la llegada de Kanoute al Sevilla, su inicial adaptación. Le debe mucho a Fátima, su mujer, de la que ayer fue su santo. Al menos en el orbe cristiano, no sé en el musulmán. Pero la bondad sólo conoce una religión.
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