"Yo ya era decimonónico en mi época, ni Olivetti ni Remington"

Los invisibles

Manuel Olmedo, en su casa de Nervión, donde llegó desde los chalecitos de Heliópolis.
Manuel Olmedo, en su casa de Nervión, donde llegó desde los chalecitos de Heliópolis.

18 de abril 2009 - 05:03

EN pleno centenario, Manuel Olmedo (Sevilla, 1922) es el decano de los socios de la Asociación de la Prensa de Sevilla. Es doctor en Ciencias Químicas y se diplomó en Arte en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. Cogió el testigo de su colega, amigo y vecino Ignacio García Ferreira, Igarfe.

-El arte, la química, el periodismo. Buena mezcla.

-Y las mezclé. Mi tesis doctoral se tituló Aspectos químicos de los aceites vegetales. Aglutinantes y diluyentes en la pintura al óleo.

-¿Qué lugar ocupa el periodismo en su currículum?

-Estudié en la Escuela de Periodismo de Madrid, donde no aprendí nada, aunque encontré un amigo genial, Gonzalo Torrente Ballester. Terminé en 1953.

-¿En qué se especializó?

-En el colegio ya empecé a colaborar en el Abc, que mi padre dirigió entre 1952 y 1957. Fui redactor y redactor-jefe sustituto de director, crítico de arte, revistero taurino, crítico musical y cinematográfico. Hice hasta editoriales.

-Está en una forma magnífica...

-Será por mi bicicleta estática. Algunos me preguntan si conocí a Joselito el Gallo. Yo nací en 1922 y a Joselito lo mató un toro en Talavera en 1923. Pero sí he conocido a su hermano, a Rafael el Gallo. He platicado mucho con él.

-Y tenía un yerno banderillero.

-Ramón Soto Vargas, el marido de la Chiqui, la mayor de mis hijas. Lo mató un toro en la Maestranza en el 92, el año que murieron dos banderilleros en Sevilla, mi yerno y Montoliu. Yo estaba en Matalascañas y me llamaron. Se murió en la enfermería. Después de la cogida en el corazón, todavía se puso de pie. Me ha dejado tres nietos gitanitos. Le hacía gracia mi pseudónimo taurino. Como mi padre firmaba las críticas de toros como Don Fabricio, yo era Don Fabricio II. Y a mi hijo pequeño le pusimos Fabricio.

-Tiene un libro titulado 'Mis amigos los artistas'...

-Lo fui de los mejores: de Juan Miguel Sánchez, Alfonso Grosso, tío del escritor, José María Labrador. Elsa, la mujer noruega de Gustavo Bacarisas, me trajo a la muerte del pintor un cuadro suyo, una estampa de Ronda. Bacarisas le dio savia nueva a la pintura sevillana, que se había quedado anclada en el costumbrismo. Nació en Gibraltar y nunca quiso la nacionalidad española.

-¿Le han retratado?

-Me hizo un retrato Ben Yessef. Cuando estaba plantando, porque mi padre, que era un gramático meticuloso, decía que posar es un galicismo, cuando plantaba para el pintor, Ben Yessef me decía: eres más moro que yo. Había mucho mestizaje. Y más que va a haber. Yo podía haber sido negro. En 1963 salí de Rey Mago. Por ser ateneísta, iba a ser Baltasar, pero otro de la terna, Canela Morato, militar que trabajaba en el Ayuntamiento, tenía mucho interés en que lo pintaran de negro.

-¿Cómo ve Sevilla?

-Desde el Renacimiento hasta nuestros días, ha sido una de las ciudades más piropeadas. Cervantes dijo que todo en esta gran ciudad era en extremo perfecto. Y eso que estuvo preso aquí.

-¿A usted le parece perfecta?

-El proceso de degradación de Sevilla, que venía de largo, se disparó en el siglo XX. He sido testigo de los desmanes de la piqueta criminal en el teatro San Fernando. ¡Qué pena, qué maravilla de teatro! Se cargaron las plazas del Duque y de la Magdalena. Presencié la creación de nuevas barriadas estéticamente lamentables. En 1943, el escultor Enrique Pérez Comendador dijo a voz en grito: Munícipes negligentes, arquitectos antiartistas, estáis convirtiendo a Sevilla en una ciudad pueblerina y fea. En mi juventud, Sevilla era una ciudad pobre, honrada, conformista, acogedora y educada. Al paso que aumentaba el poder adquisitivo de los sevillanos, se relajaban las relaciones familiares, se deterioraba el vocabulario, convertimos Sevilla en una ciudad incómoda e inhóspita.

-¿Los periodistas tenían tan mala prensa como ahora?

-Cuando mi padre le dijo a Manuel Sánchez del Arco, periodista puntero, exégeta de nuestra Semana Santa, que iba a meter al niño en el periódico, le dijo que el periodismo era profesión de hombres malos. En su Historia de los heterodoxos españoles, Marcelino Menéndez Pelayo llama a los periodistas mala y diabólica ralea.

-Conoció al príncipe Felipe en el Alcázar. ¿Vio a su bisabuelo?

-Era yo un niño y vi a Alfonso XIII presidiendo el Santo Entierro.

-¿Qué recuerda de la Exposición de 1929?

-La montaña rusa.

-¿Y de la guerra civil?

-Yo tenía trece años. Yo no me daba cuenta de la tragedia, como todos los niños de aquella época en la llamada zona nacional. Mi padre era de la promoción de Franco, pero con la ley Azaña se retiró y no pasó de coronel.

-¿Qué haría con móvil y ordenador?

-Salir corriendo. Yo ya era decimonónico en mi tiempo, cuando iba con mi pluma y veía a mis compañeros con la Hispano-Olivetti o la Remington.

-¿Ha sido viajero?

-Recorrí media Europa con la asociación de Amigos de los Museos de Osuna. Guardo un escudo con el oso de Berlín que me regaló Willy Brandt cuando era alcalde de esa ciudad. Fuimos a Alemania. Venía Néstor Luján. De mi edad no queda ya ninguno.

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