"Nunca digo que soy española, ni en Japón, donde gustan tanto los de aquí"

Leilah Broukhim

Mezcla la música flamenca, sefardí e iraní en un espectáculo. Trabajó con Rafael Amargo y Javier Barón. Alumna de Farruca y Farruquito, se aficionó en Nueva York.

Leilah Boukhim, en la plaza de San Lorenzo, la primera Sevilla que conoció hace diez años.
Leilah Boukhim, en la plaza de San Lorenzo, la primera Sevilla que conoció hace diez años.

04 de diciembre 2010 - 05:03

ELLA sola podía patentar la alianza de las civilizaciones. Su padre nació en Teherán, su madre en Milán. Se conocieron en Los Ángeles. Leilah Broukhim (Nueva York, 1978) dejó el cine para hacerse bailaora. Ha vuelto a Sevilla a ver las fotos de su amigo Atín Aya.

-¿Cuándo vino por primera vez?

-Llegué a Sevilla el 13 de septiembre de 2000. Había sacado en Nueva York las entradas para la Bienal. Lo primero que vi fue a Sara Baras en el Maestranza. Yo iba sola, no conocía a nadie. Detrás de mí había dos amigas mías de Nueva York. Me dijeron que estaban estudiando con una familia, los Farruco. Al día siguiente, fui con ellas. Di clases con Farruca, la hija, y con Farruquito, el nieto, en la calle Castellar.

-¿La trataban como extranjera?

-Siempre guardo mis raíces, que acompañan a mi familia sefardí desde la expulsión de los judíos de España en tiempos de la Inquisición. Si me pregunta si me sentí extraña, nunca.

-¿Es asidua al Sur?

-En 2007 estuve ensayando con Javier Barón en Jerez el espectáculo Meridiana. El año pasado vine a un seminario que dio Eva la Yerbabuena en Dos Hermanas. Siempre que vengo aprovecho para comprar trajes flamencos en el Ciudad de Londres, ver a los amigos y comer en el Eslava.

-¿Por qué dejó el cine?

-El cine siempre está ahí, pero el flamenco era ahora o nunca.

-¿Encontró padrinos?

-No es la palabra. Pero cuando intervine en el festival Flamenco Pa tós, que organiza Gomaespuma, con Marina Heredia, Carmen Linares o Eva la Yerbabuena, Félix Grande me presentó como judía sefardí. Fue muy especial para mí.

-¿Y ejerce?

-El 4 de noviembre presenté en Nueva York mi espectáculo Dejando Huellas. La historia de una mujer sefardí a través del tiempo, con música flamenca, sefardí e iraní.

-La alianza de las civilizaciones en estado puro...

-Pero yo me vine aquí para aprender y crecer en el flamenco.

-¿Qué cine le interesaba?

-Al principio, yo era lo que despectivamente se llama en Estados Unidos una couch potato, todo el día en el sofá viendo la tele. De adolescente me gustaban las películas que le gustan a los adolescentes. En la Universidad me interesó un cine más intelectual y me hice admiradora de Kieslowski.

-Nació el año de la Constitución Española. Viene de un país joven con una Constitución vieja a un país muy antiguo con una Constitución que tiene su edad...

-Sólo puedo comparar con Nueva York. Un referente mucho más moderno, donde todo es más directo, más accesible, donde las cosas entran a saco. Aquí aprendí a ralentizar los tiempos, "Leilah, relájate, ya no estás en Nueva York", como me dijo una amiga. Me encanta Sevilla, la afición a la charla, al tiempo sin fin, al paseo. A nivel administrativo, tuve que pasar todas las fatigas de la inmigración. Pero para aprender flamenco tenía que estar aquí. No es sólo un baile, es una forma de vivir.

-¿Su nombre artístico?

-Los americanos no tenemos segundo apellido, utilizo el primero aunque lo escriban mal y lo pronuncien peor. En una gira por Holanda, sin consultarme me pusieron como Leilah Romero. Me sentí traicionada. Soy flamenca y soy de Nueva York. Nunca dije que soy española, ni siquiera en Japón, donde a los japoneses les gusta tanto la gente de aquí abajo.

-Será la bailaora más importante de Nueva York...

-Allí hay otras bailaoras muy buenas. Mi maestra, Meira, que hace muchos años trabajó en Los Canasteros. Allí me dio clases de baile una de las hijas de la Repompa de Málaga, una familia gitana que vivía en Nueva Jersey, trabajaban en Nueva York y se vinieron a Granada. Allí trabajé con dos compañías, la de Carlota Santana, en Nueva York, y la de María Benítez, en Santa Fe, Nuevo México. Un cantaor de Utrera de esta última me recomendó a un tablao de Sevilla. Me hicieron una prueba de audición en el tablao Las Brujas. Cuando lo cerraron me fui a Madrid. Mi primera compañía en España fue la de Rafael Amargo.

-¿Qué le quedó de las clases de Farruquito?

-Es el número uno. Hace poco actuó en Barcelona y le jaleé tanto que me quedé afónica.

-Él protagonizó una versión sevillana de 'La hoguera de las vanidades', la novela de Tom Wolfe.

-Ese tema siempre va a surgir, pero él ha sido mi maestro y lo sigue siendo. Un bailaor impresionante y un maestro muy generoso. No conozco a otro artista con su sensibilidad y su sabiduría.

-¿Gusta el flamenco en su casa?

-Mi padre no entendía que dejara el cine, pero ahora me apoya. Mi hermana Soraya es actriz. En casa hablamos cinco idiomas. El iraní es nuestro idioma secreto.

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