La fuerza de la perseverancia

El mundo del costal La Paz integra en la cuadrilla del Señor a un hermano invidente

Antonio Manuel Ares sufre una ceguera total desde hace más de diez años y esta cuaresma ha cumplido su sueño de ser admitido como costalero

Antonio Manuel Ares, con la ropa de costalero y su perra guía en la Plaza del Triunfo.
Antonio Manuel Ares, con la ropa de costalero y su perra guía en la Plaza del Triunfo.
Carlos Navarro Antolín

11 de marzo 2009 - 05:03

Su hermano era dos décadas mayor que él. Era un trabajador de Astilleros que formó parte de las cuadrillas de profesionales y que, como la letra de la sevillana, le dejó de herencia un costal y una faja que hoy guarda celosamente en una funda de plástico. "El costal es de una arpillera de las buenas, de las antiguas, tiene 30 años y se encuentra en perfecto estado". Gracias a él se metió debajo de un paso de palio hace muchísimos años, cuando aún no había perdido la vista como consecuencia de una enfermedad. Antonio Manuel Ares Llorente (Sevilla, 1975) es hijo de un gaditano que se enamoró de la Semana Santa de Sevilla. Padece una ceguera total desde los 20 años, lo que no le ha impedido casi terminar sus estudios universitarios de Periodismo. La suya es una vida que confirma que el que tuvo, retuvo: "Me conozco las calles de la ciudad perfectamente. Siempre he caminado muchísimo. Sé meterme en una bulla de Semana Santa y salir de ella sin problemas. Y suelo ser el que sigue guiando a mis amigos de siempre".

Acaba de cumplir un sueño gracias a su perseverancia: ingresar en la cuadrilla de costaleros del Señor de la Victoria. Han sido muchos años de espera. El próximo Domingo de Ramos irá en la última trabajadera de la cuadrilla de menor altura, la que tiene asignada, por ejemplo, la entrada y la salida. Por fin ha encontrado su hueco. A la igualá se presentaron varios aspirantes para la vacante, pero el capataz Antonio Santiago se fijó en él, un muchacho invidente, vecino de los Bermejales, que acudió a la cita con su perra Lacei. Santiago sólo le pide que se cuide la espalda, que haga ejercicio y que estire bien los músculos.

Aquel día regresó a la hermandad de su vida, la de los años de su adolescencia feliz, cuando tocaba el bombo o la trompeta en la banda de música. "Me recibieron con muchísimo cariño. En la Paz me siento perfectamente integrado".

Aún no sabe cómo se las apañará el Domingo de Ramos. "La perra no podrá venir conmigo. Supongo que iré detrás del paso cuando no me toque estar debajo. También tendré la compañía de algún amigo. Tengo la suerte de tener buenos amigos. Puedo presumir de ellos. Cuando me quedé ciego, seguí tocando en la banda. Iba con la mano en el hombro de algún compañero. De mi casa a la iglesia soy capaz de ir sólo este Domingo de Ramos, eso lo tengo clarísimo". Tiene la convicción de que ese día sentirá muy de cerca a dos personas: "Sé que mi padre y mi hermano, ya fallecidos, estarán conmigo desde el cielo, viéndome cumplir un sueño, ayudándome. Y mi madre estará en casa, atenta a la televisión y a la radio".

Ser costalero es su ilusión. Mucho más que cualquier otra. "Tengo claro que mi problema no tiene cura por el momento. Mi única esperanza son las células madre, pero hace tiempo que dejé de obsesionarme con las noticias sobre los avances científicos. Quiero ser costalero porque quiero volver a sentir lo mismo que aquella vez que me metí debajo de un paso con mi hermano".

Tiene un sentido del humor envidiable del que hace gala al hablar de su mejor compañera: "Lacei tiene ya 11 años, está algo mayor. Le gusta ir a la Facultad de Periodismo de la Cartuja mucho más que a la antigua sede de Gonzalo Bilbao. Siempre tiene hambre. ¿Nunca has oído eso de que tienes más hambre que el perro de un ciego? Pues ella es un buen ejemplo. El Domingo de Ramos se quedará esperándome mientras guarda la casa. Cuando la vea por la noche, le diré: soy ciego y costalero de la Paz, porque no quiero serlo de otra cofradía más que de la Paz. Y a mucha honra".

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