Un hombre para todas las estaciones

Guerra en plena acción.
Guerra en plena acción.

13 de julio 2025 - 03:00

En la política española vivimos tiempos convulsos y arrebatadores de los pensamientos serenos. En vez de buscar la procura de las mejores soluciones para el común de los mortales, los responsables públicos se dedican a enjaretar acuerdos para alcanzar o mantener el poder –sirva para lo que sirva–; a fabricar relatos ensalzadores de los pasajeros caudillos del momento –caso del “puto amo”–; o a intentar presentarse –cuando muchos de ellos y ellas ni siquiera habían hecho la primera comunión– en guardadores de los principios y proponedores de las acciones que acabaron con la inicua dictadura franquista. Aquí vale todo: ¡Celebremos el 75 aniversario de la muerte del tirano, con grandes fastos y múltiples eventos, como si ellos –los Sánchez, Monteros, Puentes, Ábalos, Cerdanes y demás “victimas herederas” de la Dictadura– hubieran estado todos allí!

La política en España se ha convertido en el territorio del relato y la desfachatez. En todos los partidos y en todos los territorios. No se trata de elaborar propuestas y desarrollar acciones destinadas a lograr lo mejor para el común de los ciudadanos, para reforzar la solidaridad de todas las personas que habitan la multiplicidad de los territorios de España y para hacer lo posible que cada uno de los españoles sea “un poquito más feliz y se sienta un poquito mas seguro cada día”. Eso y no otra cosa es la Política: “Intentar que la gente que vive al mismo tiempo que tú sea un poquito más feliz”. Sin embargo, hoy por hoy, en España, las reglas han cambiado: Se trata de trabajar para que la gente próxima a ti esté cada día más crispada, cada día se sienta más insegura y cada día odie más a todos los que no son como ellos mismos.

Entre mediados de los años setenta y hasta finales de los años noventa los políticos españoles, de diversos signos, no actuaron así, sino que pensaron –cada uno desde sus puntos de partida propios– que era necesario crear un país y un Estado nuevos, en el que pudieran convivir en paz, con reglas claras y con búsqueda de la decencia, la inmensa mayoría de los españoles. Ahí coincidieron personajes procedentes del propio régimen franquista, comunistas de largo caminar, nacionalistas de distintos territorios, republicanos de honda fe, socialistas, democristianos y hasta “marxista-leninistas del pensamiento Mao Tse Tung”. Para todos ellos, entonces, lo importante era la democracia y las libertades, y a partir de ahí que los ciudadanos decidieran con sus votos cuáles serían los gobiernos.

Ahí estuvo, dando el callo desde los primeros años 60, Alfonso Guerra. Empezando muy joven como uno de los que se puso al lado de los viejos socialistas –como Alfonso Fernández Torres, o Curro López del Real, o Paco Román, o Diego Vadillo o Cándido Méndez– que se habían dedicado a mantener viva la llama del PSOE. Y ahí siguió y sigue manteniendo la fe en el socialismo democrático y habiendo llegado a ser, junto a Fernando Abril Martorell, uno de los dos auténticos padres de la Constitución Española de 1978. Fueron ellos dos los que, noche tras noche, se dedicaron a pulir, fijar y dar esplendor a los principios y artículos básicos del texto constitucional que nos llevó a un tiempo nuevo. Y ahí sigue, muchos años después. Defendiendo las mismas rigurosas ideas sobre España y sobre la política democrática. Un hombre para todas las estaciones.

stats