Juan Antonio Carrillo Donaire, profesor especializado en Derecho Administrativo, es un ilustrado tardío que cree que el hombre es el centro de todas las cosas y que la educación puede ser una herramienta para transformar a las personas y la sociedad. Es por eso que su principal vocación ha sido la de la enseñanza, llamada de la que sólo se distrajo una época en la que también ejerció una abogacía de "guante blanco" en una conocida firma de leguleyos madrileños. Ahora se siente como pez en el agua en la Universidad Loyola, la institución inspirada por la Compañía de Jesús que pretende "formar buenos profesionales, pero también buenas personas". Su relación con los jesuitas, a los que ve como una "élite moral e intelectual", es antigua: su padre siempre se sintió muy vinculado a la orden fundada por San Ignacio y sus años escolares transcurrieron en el colegio Portaceli (extraños tiempos éstos en los que el espíritu de Diderot se refugia en la casa del de Loyola). La tauromaquia es su gran pasión, especialmente la que ejercen o ejercieron los toreros de arte como Curro Romero, Rafael de Paula y Morante. Sin embargo, no le llama especialmente la atención el ambiente taurino de Sevilla, al que ve "demasiado casposo y alejado de la modernidad". Cree firmemente que los buenos aficionados son una "especie en extinción".