El largo adiós

La Noria

La salida de Emilio Carrillo del gobierno municipal, que abandona Urbanismo después de un lustro en la Gerencia y nueve años en el núcleo duro del poder local, deja al alcalde sin apenas alternativas para poder renovar su equipo

El largo adiós
El largo adiós

03 de agosto 2008 - 05:03

BERTOLT BRECHT ya nos enseñó quiénes son los hombres imprescindibles: aquellos que luchan toda la vida por aquello en lo que creen. Sea por los sobrevenidos o por las convicciones -mejor las segundas que los primeros-, lo cierto es que en la vida no abudan quienes estén comprometidos con algo hasta el punto de defenderlo hasta sus últimas consecuencias. Entiéndase bien: no es cuestión de demencia, sino de algo mucho más simple. De coherencia. Un concepto del que la política actual suele andar bastante huérfana. En especial por aquello que decía Churchill: "Un buen político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después el porqué no ocurrió lo que él predijo". Hipocresía, se llama la figura.

No deja de resultar sorprendente, en consecuencia, que un gobernante diga adiós a los cargos y a las prebendas del poder, a lo que supone estar en la cúspide -con independencia del tamaño que ésta ocupe-, sencillamente porque estima que no cuenta con la confianza de aquel que le nombró. En política suele darse justo la situación opuesta: la gente trata de permanecer donde está, o donde ha logrado llegar -a veces con prácticas nada edificantes-, con independencia de si su inmediato superior confía en su persona. Se da por descontado que, en lo que se refiere al poder, la desconfianza es casi consustancial a la respiración. Genética.

Emilio Carrillo, edil de Urbanismo hasta hace unos días, vicealcalde de la ciudad durante el pasado mandato municipal, lo ha hecho esta semana de forma ejemplar: en relativo silencio -por carta- y dejando claro que sus motivos son personales. El teniente de alcalde, al que los analistas suelen atribuirle la cabeza mejor amueblada del Ayuntamiento -uno, en realidad, no diría que es la mejor, sino probablemente la única-, ha dejado el puesto más envidiado por cualquier gestor público -la dirección del urbanismo de una gran ciudad, un área que permite transformar la realidad y, al tiempo, está llena de peligrosos cantos de sirenas- sencillamente porque la situación interna del gobierno local no le permitía seguir con su trabajo. En un ejecutivo de coalición, como es el caso de Sevilla, donde PSOE e IU gobiernan juntos desde hace ya un lustro, usualmente los problemas suelen venir del socio de gobierno. De la cohabitación. En esta ocasión, sin embargo, las querellas no eran del otro, sino de miembros de la misma familia -la socialista- que contemplan con pavor cómo el juego de mayorías y minorías existente en el PSOE sitúa ya a Carrillo como alternativa política a Alfredo Sánchez Monteseirín, que llegó a la Alcaldía -tras pactar en 1999 con el PA- después de ganar unas primarias a José Rodríguez de la Borbolla, entonces portavoz municipal del PSOE. La misma historia, acaso, se repita ahora. Aunque con ciertos matices distintos. Monteseirín alcanzó al Consistorio desde fuera, avalado por el aparato socialista -José Caballos nunca estuvo dispuesto a que su antiguo enemigo, Borbolla, tuviera la opción de ser regidor- y sin dimitir de su puesto de presidente de la Diputación Provincial, en el que sucedió a Miguel Ángel Pino.

AQUELLAS PRIMARIAS

Tras aquella victoria -se olvida con frecuencia que, formalmente al menos, fueron los militantes socialistas quienes eligieron a Monteseirín como candidato a alcalde en 1999-, los cambios en el grupo socialista municipal no se hicieron esperar. Borbolla quedó reducido a un simple edil raso y la portavocía fue entregada a alguien -entonces- del aparato: el concejal Carmelo Gómez, después defenestrado por su antiguo mentor. Es cierto que en aquel momento los socialistas no gobernaban -el ejecutivo local estaba formado por PP y PA- y que la fórmula Monteseirín se planteó por exclusión (de Borbolla) más que por convencimiento. Pero, con el tiempo, el actual regidor fue haciéndose tan omnipresente, para lo bueno y para lo malo, que quedó como referente esencial de los socialistas en la ciudad. Una condición que, probablemente desde hace tiempo, pero sobre todo tras los últimos comicios locales, empieza a diluirse con cierta velocidad.

Carrillo, que durante casi una década ha formado parte del núcleo duro de este proyecto político, ha decidido hace días irse a casa -aunque sin renunciar a su condición de concejal electo- acaso porque atisbe que, al igual que le ocurrió a Borbolla, el nuevo aparato ya no vea con buenos ojos a Monteseirín y sea hora de romper amarras -en realidad ya hace mucho que éstas estaban rotas- con quien, con independencia de sus palabras, por la vía de los hechos siempre ha vinculado su posición orgánica -su decisión de apoyar a la lista de Viera en el último congreso- con su papel institucional. E incluso ha consentido con ciertos movimientos tácticos -con los tribunales penales de por medio- para quemarlo antes de una hipotética sucesión que quizás no llegue a producirse nunca. Lo fácil hubiera sido quedarse en el atrio, por si acaso. Pero Carrillo, al igual que ocurre en la novela de Chandler, donde Marlowe decide defender a un hombre por pura convicción, casi por intuición, sin apenas conocerle, ha optado por entonar un largo adiós que pudiera -sólo pudiera- ser un hasta luego. Con ciertas opciones, quizás. Pero sin garantía alguna de éxito. Lleno de incertidumbre.

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