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El lenguaje de las mareas no conoce faltas de ortografía

  • Frontera. Ayamonte comparte aguas del Guadiana con la vecina Portugal y es escenario de la intriga literaria en la novela de Salvador Gutiérrez Solís, novelista en tierra de pintores

Florencio Aguilera y su hijo Chencho, junto a un cuadro de Rafael Aguilera en el convento de Santa Inés.

Florencio Aguilera y su hijo Chencho, junto a un cuadro de Rafael Aguilera en el convento de Santa Inés.

Yo sigo en Ayamonte". Aunque ya hemos vuelto a Sevilla, mi mujer sigue enganchada a la novela de Salvador Gutiérrez Solís El lenguaje de las mareas, que empieza con la desaparición de dos chicas en Punta del Moral, punto de pescadores de este Finisterre andaluz. "Pues yo sigo en Ginebra". Me refería a la ciudad donde transcurre buena parte de la acción de El misterio de la habitación 622, la última novela del joven escritor suizo (ya no tan joven, tiene dos años más que Messi) Jöel Dicker. En Punta del Moral me he leído en diferentes años tres novelas de este autor, La verdad sobre el caso Harry Quebert, La desaparición de Stephanie Mailer y ésta de la que sólo dejé para Sevilla el inesperado desenlace final y el remate con una frase muy propicia: "Las aventuras son las vacaciones de la vida". Una historia de amor entre un falso Romanov y una falsa Habsburgo donde aparece la ópera El barbero de Sevilla. Como en las anteriores, se queda uno con la duda final de si ha leído una obra maestra o una tomadura de pelo.

La pandemia interrumpió el año pasado la buena costumbre de ir a pasar unos días a Ayamonte, que comparte con Portugal las aguas del Guadiana, el más universal de los ríos, porque aparece en el Quijote, el más homérico en su elipsis subterránea de Villarrubia de los Ojos. Con mucha menos presencia que en Matalascañas, Chipiona o Punta Umbría, es el paraíso de bastantes sevillanos. El historiador Juan Ortiz Villalba o el cardiólogo y fotógrafo Román Calvo están casados con dos hermanas ayamontinas, lo que los convierte en ciudadanos consortes de la villa en la que Sorolla se instaló para pintar la recogida de pescado en su serie para la Hispanic Society de Nueva York. Uno de sus aprendices fue Rafael Aguilera, padre de Florencio, abuelo de Chencho, tres generaciones de pintores cuya obra ha recorrido medio mundo.

Pandemia por medio, murieron dos clásicos: Antonio del Chiringuito y Joaquim Gomes

Queríamos repetir en los clásicos, pero la Parca nunca está de vacaciones. El Chiringuito de Antonio ha perdido su condición de tal y parece una biblioteca o un tanatorio. Es donde se quedaban los equipos a los que entrenaba Joaquín Caparrós. Recuerdo una mañana la presencia en la playa de Toquero y Aitor Ocio cuando el de Utrera estaba en San Mamés en la dirección técnica del Athletic de Bilbao. Antonio, el robinsoniano promotor del chiringuito, ha muerto. Han cogido el testigo sus sobrinos. También murió Cayetano, el dueño del restaurante Estadio, junto al antiguo campo de fútbol de Ayamonte que ahora ocupa el Edificio Estadio. Allí celebramos el gol de Iniesta a Holanda en la final del Mundial de Sudáfrica de 2010. Y como no hay dos sin tres, recién comprada la novela de Gutiérrez Solís en una librería junto al mercado, cogemos el ferry hasta Vila-Real de Santo Antonio, entrada del Algarve. Esta vez no pudimos degustar el simpar bacalao dourado de Joaquim Gomes porque también se ha muerto y el restaurante está cerrado a cal y canto. Todas las campanas de la iglesia local parecen sonar a repiques de difunto.

La iglesia de las Angustias de Ayamonte está en lo más alto de la localidad. Con una imaginería portentosa, rúbricas de los antiguos obispos Rafael González Moralejo e Ignacio Noguer en una diócesis donde ahora está Santiago Gómez Sierra, el que fuera auxiliar de monseñor Asenjo Pelegrina en Sevilla. Los domingos de agosto no se cabe de la gente que va a misa. Por la mañana está vacía, suena la música de Enya, El lago de los cisnes de Tchaikoski o la voz de Andrea Bocelli. El lenguaje de las mareas no conoce las faltas de ortografía y se adentra en las maravillas de la orografía. Ayamonte es la cuna de Pitingo, una de las patrias elegidas de Kiko Veneno, a quien uno imagina cantando con la compañía de Javier Perianes, pianista de Nerva, la patria de Daniel Vázquez Díaz, cuya música tantas veces sonó en el Patio de la Jabonería en el festival de música que contra viento y marea puso en marcha el pintor local y universal Florencio Aguilera, renacentista del siglo XXI.

La dueña del apartamento se llama Glenda, como la protagonista de un relato de Julio Cortázar. Queremos tanto a Glenda. No debieron ver bien el gol con la mano de Maradona a Peter Shilton. En la estantería, sendas biografías de Roy Keane, el irlandés que jugó en el Manchester United, y de Bobby Robson, el británico que tuvo a Mourinho de segundo en el Barça. Uno de los campos de fútbol de Ayamonte tiene el nombre de Blas Infante. Fue notario al otro lado de la ría y el espigón, en Isla Cristina. Rechazó una propuesta para una notaría en Gandía y prefirió la de Coria del Río. Vivía en Villa Alegría, de donde se lo llevaron para fusilarlo el 10 de agosto del 36 junto a Emilio Barbero, José González Fernández de la Bandera, Fermín de Zayas y Manuel Barrios Jiménez.

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