Murillo le ganó la partida a Valdés Leal
Calle Rioja
Despedida. Emotivo funeral de Enrique Valdivieso y su esposa, Carmen Martínez. A un lado, su familia biológica, hijas, yernos y nietos. Al otro, la ‘familia’ de los hermanos de la Caridad
La autopsia confirma que Enrique Valdivieso y Carmen Martínez murieron por inhalación de humo

LO fácil, lo prosaico sería decir que Valdés Leal le había ganado la batalla a Murillo en el adiós a los catedráticos Enrique Valdivieso y Carmen Martínez. La Historia del Arte y el Latín como disciplinas hermanadas para certificar el falso triunfo del ‘In Icti Oculi’. Si hacemos caso a la homilía de Juan Antonio Salinas, capellán del Hospital de la Caridad, Murillo le ha ganado la partida a Valdés Leal. Los esposos de la calle Mateos Gago han viajado “de la muerte a la vida”. Por eso el oficiante eligió para el funeral en la iglesia de San Jorge un texto del Apocalipsis de San Juan por lo que tiene de cercanía, de serenidad, de aliento. Porque es el propio Jesús el que habla.
Esa manera de suavizar los estragos de la muerte inesperada con la teoría de la comunión de los santos por parte del sacerdote concelebrante encaja perfectamente con los cientos de veces que en conferencias, libros, charlas informales, congresos hablaba Enrique Valdivieso del valor terapéutico, sanador de las pinturas de Murillo, que contra la moda de los zafios realismos, hoy hechos crudos telediarios, intentaba mitigar en sus cuadros las devastadoras consecuencias de la peste que diezmó la población de Sevilla. Por eso elegía niños risueños, entre la picaresca y la beatitud. Unos niños que ayer, en el funeral de sus abuelos, encarnaban los dos nietos de Enrique y Carmen llegados desde París.
La víspera se celebró una misa en el mismo escenario. Ayer el funeral incorporó el rito casi medieval de los hermanos de la Caridad. Suenan los toques del muñidor y desde el patio, con una arriesgada maniobra, sendas cuadrillas de costaleros allegados a la familia ascienden los dos féretros por el pasadizo que une el patio con la iglesia. Detrás de los féretros, los hermanos de la Caridad con las oraciones de rigor y cerrando el cortejo la familia de los fallecidos. Sus tres hijas Olimpia, Beatriz, Leticia, los yernos, repitiendo el ritual que tantas veces seguiría con respeto y reverencia Enrique Valdivieso en el adiós a otros hermanos de la Caridad. Se nos ha ido el mejor guía de este compendio del Barroco sevillano y universal. ¡Cuántas veces no habrá explicado el contenido de esta sacra pinacoteca! Enrique Valdivieso era junto a Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz y Juan Miguel Serrera (el hermano del americanista Ramón María, deshecho de dolor) uno de los autores de la Guía Artística de Sevilla y su Provincia que editó la Diputación bajo la presidencia de Miguel Ángel Pino.
Es muy verosímil que el texto que acompaña al Hospital de la Santa Caridad llevara la firma del propio Valdivieso. En cualquier caso da una idea cabal de lo que allí se acababa de celebrar. “Esta institución remonta sus orígenes al siglo XV, dedicándose en principio a enterrar a los ajusticiados y a los ahogados en el río”. Las obras se terminaron en 1670. Ocho años antes es admitido como hermano Miguel Mañara, que encargó a Valdés Leal y Murillo los conjuntos más singulares del recinto construido junto a las Atarazanas de Alfonso X el Sabio, el incómodo vecino que se convertirá en nuevo espacio cultural de la ciudad.
El hermano mayor de la Caridad dirigió el santo Rosario por el sufragio de las almas de Enrique Valdivieso y Carmen Martínez. Desde el rector de la Universidad, Miguel Ángel Castro, a la legión de compañeros de Valdivieso y de los 25 cursos a los que impartió su magisterio (el cálculo es de su antigua alumna Teresa Lafita), el funeral tenía aires de claustro universitario, también de sesión científica de historiadores del Arte. “Quinto misterio: Cristo muere en la Cruz”. Así terminaba el hermano mayor. La cruz del retablo central está vacía. Sólo están Dimas y Gestas, los dos ladrones, en las cruces adyacentes. El santo exprés y el pecador a fuego lento. El retablo es obra de Bernardo Simón de Pineda. Cristo acaba de morir en el santo rosario, pero en la parte inferior del retablo, las mujeres, el apóstol que tanto amaba y los leales Nicodemo y San José de Arimatea protagonizan el entierro de Cristo, obra de Pedro Roldán.
El féretro de Valdivieso fue colocado junto a sus familiares. El de Carmen, su mujer, a la vera de los hermanos de la Caridad. Y presidiendo la escena, un retrato de Miguel Mañara. En las peticiones, se reiteraron los anhelos para que canonicen al beato Marcelo Spínola y para que beatifiquen al Venerable Miguel Mañara. En 2027 se conmemora el cuarto centenario del nacimiento de Mañara. ¡Qué gran comisario se ha perdido Sevilla con esta prematura muerte del máximo especialista en el siglo XVII! Mañara nace el año que mueren Góngora y Juan de Mesa. En Sevilla, como diría el capellán de la Caridad, siempre se viaja de la muerte a la vida.
A Enrique y Carmen los hizo abuelos la hija que reside en París. Una forma de hacer las paces con ese país. Porque Enrique Valdivieso, como el general Castaños, Agustina de Aragón o Lamine Yamal ha sido uno de los españoles que más minó la moral de los franceses. En determinados círculos de ese país debería constar como el enemigo público número uno: nadie catalogó con tanto rigor ni denunció con tanta vehemencia el latrocinio con el patrimonio artístico que se produjo primero con el mariscal Soult, después con los buitres en forma de galeristas, museos extranjeros o particulares ávidos de especular con obras de arte. De la Caridad volaron algunas obras que nunca volvieron.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Sevilla, se abrían las puertas de la iglesia de San Jorge. Las hijas hacían piña para compartir el dolor. Murillo empezaba a ganarle la partida a Valdés Leal. En la iglesia, compañeros de Valdivieso como Teodoro Falcón o Rafael Sánchez Mantero. “Nos dieron la cátedra el mismo día a tres profesores, a Enrique en Historia del Arte, a mí y a José Manuel Rubio en Geografía. Nos fuimos a celebrarlo a un restaurante de la calle Betis”. El profesor Rubio, como Valdivieso, también era de Valladolid y de la Academia de Buenas Letras, ayer muy bien representada desde su director, Pablo Gutiérrez-Alviz a buena parte de su nómina.
Valdivieso es de Valladolid y del Valladolid. Una de las rarezas de su producción se titula ‘Cromos de fútbol del Real Valladolid. La época Dorada. 1948-1964’. El Valladolid jugó una final de Copa del Rey. La perdió contra el Madrid, con gol de Gordillo. Su equipo es el farolillo rojo, pero es el único que dedica su estadio a un poeta y dramaturgo, José Zorrilla. El autor del Don Juan Tenorio, un mito literario que emergió en carne y hueso para torpedear la candidatura de Mañara para subir a los altares. Los hermanos de la Caridad no pierden la Esperanza.
La sombra de Enrique y Carmen es muy alargada. Eran buenos vecinos y parroquianos. “Alguna vez nos veíamos en La Fresquita”, dice el alcalde, José Luis Sanz, que llegó a la iglesia no sin antes saludar al personal de Lipasam que trabajaba en el jardín adyacente al teatro de la Maestranza, entre las estatuas de Mañara, obra de Antonio Susillo, y el Mozart de Rolando Campos. El Réquiem de Enrique y Carmen lleva sones de bolero. Los hermanos de la Caridad, su otra familia, son los servidores de los internos, herederos de aquellos ajusticiados y ahogados en el Guadalquivir que no tenían donde literalmente caerse muertos. Esto no va de Postrimerías. La historia no ha hecho más que empezar. Con la vista de un cielo nuevo y una tierra nueva. El mejor guía de la Caridad hizo su mejor trabajo con las bendiciones de Mañara. A un lado, sus hijas y sus nietos, un cuadro de Murillo en el país de Manet; al otro, sus hermanos, esa familia llena de tradición y de futuro.
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