Calle Rioja

La musa del tratado de Utrecht

  • Estrella. El paso hace 32 años de Sylvia Kristel, que acaba de fallecer, por el festival de cine de Sevilla eclipsó las ausencias en el certamen de John Huston o Billy Wilder.

EL 20 de octubre de 1980 se inauguró la primera edición ddel Festival de Cine de Sevilla. 32 años y un día después, nadie lamenta que John Huston no viniera a Sevilla por prescripción facultativa, aunque sí llegó su película Evasión o Victoria para gloria cinematográfica de Pelé, Ardiles o el polaco Deyna; o que faltara Billy Wilder por encontrarse en pleno rodaje. Las heridas de tan importantes ausencias cicatrizaron al confirmarse la presencia en Sevilla de Sylvia Kristel.

La actriz holandesa (1952-2012), que acaba de fallecer a los 60 años, acaparó todo el protagonismo de un certamen en el que eclipsó la presencia de cineastas como Otto Preminger -traducido en su comparecencia por Victoria, hija del conde de la Maza-, Luigi Comencini, indignado por problemas de proyección de su película Vuelve Eugenio, o Tony Bill, más conocido por ser el productor de El golpe o Taxi Driver.

Francisco Millán fue el director de aquella puesta de largo de una efímera aventura que sin embargo puso el andamiaje del festival que pronto echará a andar con la dirección de José Luis Cienfuegos. Millán fue testigo de excepción del paso por Sevilla de Sylvia Kristel. La recepción en el aeropuerto fue apoteósica: Antonio Mozo Vargas, miembro del comité ejecutivo del festival, la acompañó en las escalerillas del avión, con el fotógrafo Rafael Debén haciéndole sus primeras fotos nada más llegar a Sevilla.

Lo de menos era la película que presentaba, Misterios, del danés Paul Lussanet, basada en una novela del danés Knut Hamsun. Fue un festival donde se presentaron películas basadas en buenas novelas: Preminger llevó al celuloide El factor humano, de Graham Greene, estreno en dicho Festival, que acogió la première de La verdad sobre el caso Savolta, la primera y mejor novela de Eduardo Mendoza, con José Luis López Vázquez encarnando al detective Pajarito de Soto.

Sylvia Kristel venía con una película de culto pero precedida de la popularidad de su papel en Enmanuelle, de Just Jaeckin, primera de las cuatro entregas de una saga con tantas secuelas como Rambo. La pornografía es el erotismo de los pobres, decía Berlanga. Sylvia Kristel dio pruebas de su elegancia a su paso por Sevilla. Invirtió los códigos de una estrella de cine: la máxima expectación la despertó primero en el aeropuerto, eclipsando a una delegación política cuya presencia pasó desapercibida; después en la multitudinaria rueda de prensa, donde los periodistas hacían preguntas para no perderla de vista. Y a mucha distancia, en el interés que despertó la película.

En el estreno de Misterios, que tuvo lugar en el Alameda Multicines -Manuel Melado había instalado en ese drugstore su peluquería-, la actriz se sentó entre Rafael Escuredo, presidente de la Junta de Andalucía, y Manuel del Valle Arévalo, presidente de la Diputación Provincial que tres años después llegaría a la Alcaldía de Sevilla. Nunca se habían visto en otra los abogados laboralistas de Capitán Vigueras.

Los partidos políticos podían haber firmado un tratado de Utrecht, localidad holandesa donde nació la actriz. Millán y su equipo -Eduardo Benítez, Alfonso Eduardo Pérez Orozco, que dirigió la segunda edición- hicieron encaje de bolillos en un galimatías de siglas: en la Diputación y la Junta gobernaba el PSOE; el alcalde, Luis Uruñuela, era del Partido Andalucista; el Gobierno central, de la UCD; y la comisión de Cultura de la Diputación la presidía Amparo Rubiales, perteneciente al Partido Comunista.

La actriz holandesa fue la musa de un festival que estrenó películas de Kurosawa y Konchalowski y que premió la cinta Rocío, de Fernando Ruiz Vergara, que posteriormente sería secuestrada y obligó a su director a autoexiliarse a Lisboa, donde murió. La amabilidad de Sylvia Kristel fue el contrapunto de la descortesía del actor alemán Helmut Berger. Aquella primera edición contó con la presencia de directores como Paul Mazursky o John Landis, homenajeó a Imperio Argentina doce años antes de Azabache y fue el comienzo del idilio sevillano de Elmer Bernstein, autor de las músicas de Los Siete Magníficos o Los Diez Mandamientos. Mas Huston.

Sevilla no supo aprovechar el mal momento del festival de San Sebastián. Aquel año, 1980, se saldó con el mayor número de víctimas de ETA. Tres meses después se produjo el 23-F. Tiempos complicados que suaviza el recuerdo de la sonrisa de esa belleza que había sido tan clandestina en España como las obras de Lenin.

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