Los primeros Paisanos de Atín Aya
Calle rioja
El segundo paisanaje de Atín Aya. En 2010, la Obra Social de Cajasol editó el catálogo y la exposición Paisanos, una colección de fotografías de Atín Aya (1955-2007), un recorrido por el paisaje humano de la Baja Andalucía. Esta muestra se inaugura mañana en la Fundación María Forcada de Tudela (Navarra). Los Paisanos de Atín se encuentran con los que fueron sus paisanos en una triple dirección: este trabajo fotográfico vuelve a la tierra de sus ancestros, porque el fotógrafo nace en Sevilla, pero su familia procedía de Navarra. Su segundo apellido, Abaurrea, es una de las siglas del acróstico empresarial de Abengoa. La exposición estará hasta el mes de julio y Atín viajaba casi todos los años a Pamplona para correr los sanfermines. De hecho, estuvo en mi despedida de soltero pero faltó a mi boda porque era un 7 de julio en Triana y Atín estaba en los dominios de Hemingway. Y finalmente en la Universidad de Navarra estudió Ciencias Sociales. Aunque será Granada, donde hizo Psicología, la ciudad en la que toma por primera vez contacto con la fotografía a través de un compañero de piso. Lo cuenta Pablo Martínez Cossinau en sus Notas para un Abecedario sobre Atín Aya.
La portada de la exposición que se inaugura mañana en Tudela es una estampa del rito de la matanza en el Cortijo don Pedro de Aguilar de la Frontera (Córdoba), patria chica de Vicente Núñez, uno de los integrantes del grupo Cántico de poesía. Un guiño a la poética de la imagen que hay en la forma de trabajar de Atín Aya. Dice Martínez Cossinou que nunca ejerció la psicología, pero ésta siempre le acompañó en el calado psicológico de sus retratos. Sus dos carreras se aliaron, porque la Sociología, con la que se familiariza en Pamplona, es una disciplina científica que con Max Weber y Durkheim nace casi a la par que la fotografía. Una materia que Atín Aya tiene muy presente en su acercamiento a los marginales, a unos oficios y menesteres muchas veces en vías de extinción, como su manera de concebir la fotografía, donde le da prioridad al blanco y negro del documentalismo de Cristina García Rodero y no entra en contacto con las técnicas digitales.
En los rostros de sus personajes está la dialéctica de ruptura entre el campo y la ciudad. “Documenta un presente en rápido proceso de desaparición”, dice el estudioso de su obra, que la sitúa en una “premodernidad intemporal” en paralelo con el periodo de transición política.
La primera exposición de Paisanos fue comisariada por María Aya, hija del fótografo, y por su amigo Diego Carrasco, con quien Atín comparte experiencias en el grupo Equipo 28, cuyo primer trabajo data de 1983. Algunos miembros de ese colectivo, incluidos Diego y Atín, iban a jugar al fútbol a los campos de san Benito donde los arquitectos Cruz y Ortiz levantarían la estación de Santa Justa inaugurada en 1992. Un tiempo y un espacio claves en las inquietudes del fotógrafo sevillano.
La exposición Paisanos sustituye en Tudela a otra centrada en la obra del arquitecto navarro Rafael Moneo, con obras en Sevilla como la ampliación del aeropuerto de San Pablo o el edificio de Previsión Española frente a la Torre del Oro. Atín Aya participó en un proyecto del Colegio de Arquitectos de Andalucía Occidental de 1991. Se tituló Sevilla x 15. Dividieron la ciudad en quince cuadrantes para documentar los cambios urbanísticos producidos por la Exposición Universal de 1992. A Atín le correspondió el Casco Antiguo.
“¿Qué es nuestro rostro sino una cita?”, dice Lola Garrido citando a Roland Barthes en el catálogo de Paisanos. “La fotografía es la gran aventura de nuestro tiempo, un objeto de fascinación, una forma de realidad inquietante, ambigua, un acto cargado de sentido: una última mirada sobre el mundo como la evocación de Win Wenders”. Valga este guiño cinematográfico para recordar que uno de los detonantes de la historia de la película La Isla Mínima, de Alberto Rodríguez, fueron una serie de fotografías de Atín sobre las Marismas del Guadalquivir. Una prospectiva fotográfica en la que fueron determinantes el cambio de su Vespa por una moto BMW de color verde y la lectura de viajeros románticos que contaban su viaje en barco desde Sanlúcar de Barrameda río Guadalquivir arriba. El contrapunto de Magallanes.
La fotografía de Atín Aya es un ejercicio solitario donde, según Martínez Coussinou, se mezclan “la agilidad y rapidez del cazador con la paciencia y elaboración del agricultor”. El Delibes padre que novela su pasión cinegética con el Delibes hijo que aboga en el Parlamento Andaluz por una solución sensata para Doñana.
Una soledad artesanal, casi furtiva, de ermitaño de la Leica y la Linhof, que sin embargo empezó como fotógrafo en algo tan social como los periódicos: Abc y después Diario 16 Andalucía, donde tantas veces trabajamos juntos: buscando los rastros del homínido de Orce en Venta Micena o esperando la llegada de Borges en el aeropuerto. Un Atín marismeño, lleno de barro hasta las trancas, pero también urbano: su cámara captó la primera sesión del Parlamento Andaluz en el Alcázar en el verano de 1982, cuando Diario 16 tenía de forma provisional la redacción en la calle Martínez Montañés, en su barrio de San Lorenzo. Miguel Muñoz enmarcó en su casa el abrazo con Vicente Miera tras el 12-1 a Malta, imagen con la firma de Atín Aya, a quien el día del partido Forges, en una viñeta inolvidable, le atribuía uno de los goles a Bonello, el portero maltés, a quien deslumbraba con el flash de su cámara.
Paisanos está lleno de anónimos de las ocho provincias andaluzas: oficios en retirada, como el de Luis Aguilar Astola, carbonero de la calle Parras, la última carbonería se Sevilla, el soldador de los astilleros de Puerto Real o los gañanes de San José del Valle, en Cádiz. Como en otras colecciones captó a Matilde, la quiosquera de la Alameda que vendía en los ochenta los periódicos con las fotos de Atín, o la droguería de la calle Peris Mencheta. Anónimos y también personajes populares, como la galería fotográfica que hizo para la serie de entrevistas que firmaba Lola Cintado. Donde Atín inmortaliza a Camarón y a Jacinto Pellón, a Diego Cañamero y a la duquesa de Alba, al jornalero que ocupaba las fincas y a la aristócrata que las poseía. Y que fue anfitriona de Borges.
Atín se doctora en el retrato, en las cocinas y en esa forma de igualar lo popular con lo aristocrático gracias al mejor de los maestros, su amigo el pintor Manuel Salinas, que le enseñó la luz de los pintores del Siglo de Oro. De ahí pasó a un neorrealismo italiano sin salir de Sevilla. Era coleccionista de curiosidades del Titanic, hizo tres viajes inolvidables con su hija María, le metió uno de los doce goles a Malta y, vecino de la calle Marqués de la Mina, junto a Rafita y la Galería-Taberna Ánima de Peter Mair, siempre fue un aristócrata del alma, un jornalero de la perspectiva. Atín Aya. Paisanos al cuadrado, vuelve a correr los sanfermines.
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Contenido ofrecido por el Ayuntamiento de Rota