El sevillano siglo de las luces

Calle Rioja

En familia. Nietos, bisnietos y tataranietos del maestro Otero asisten a la reedición de su 'Tratado de Bailes' en el centenario de su publicación, epílogo de la Bienal.

Antonio Caballos, de la Universidad, Antonio Zoido y Rocío Plaza.
Antonio Caballos, de la Universidad, Antonio Zoido y Rocío Plaza.
Francisco Correal, Sevilla

21 de noviembre 2012 - 05:03

Hizo la revolución rusa, la francesa y hasta la revolución industrial. José Otero Aranda (1860-1934) bailó ante los zares en San Petersburgo, llevó un elenco de gitanas de la Cava al Coliseum de Londres y con sus amigos Gustavo Bacarisas y Ramón Carande de testigos estrenó Carmen en Estocolmo el 30 de octubre de 1923. Una vida exagerada, que diría Bryce Echenique, que acabó como El crimen de las estanqueras: el maestro Otero murió en un atraco a mano armado en la primavera de 1934 en la administración de lotería que regentaba en Méndez Núñez.

Manuel Otero tiene doce años; Gemita, once. Cosecha del siglo XXI que ayer asistieron al homenaje que Sevilla le rindió en Cicus a su tatarabuelo, el hombre que a finales del siglo XIX revolucionó los cuadros flamencos. Ya quisieran otras instituciones, y no sólo del mundo cultural, ofrecer la lección de generosidad que han dado quienes a lo largo de los últimos 32 años han estado al frente de la Bienal de Flamenco.

Cuando Rosalía Gómez fue nombrada para dirigir la Bienal de este año, llevaba en su cartera unas notas: Año 12, maestro Otero. Puso en marcha este sueño de reeditar en el centenario de su publicación el Tratado de bailes del maestro Otero, que hace cien años prologó Manuel Chaves Rey y ahora aparece con un estudio de Rocío Plaza y Antonio Zoido.

José Luis Ortiz Nuevo, que creó hace más de tres décadas la Bienal, se sumergió en la hemeroteca municipal para buscar las huellas en la prensa de José Otero. El resultado es el libro Coraje Del maestro Otero y su paso por el baile. Baile en los tablaos del papel de periódico donde adquirió una notoriedad inusitada. Libro que dedica a Manuel Otero Luna, nieto del maestro, que falleció hace una década y cuya voz se recupera en un documental que editó su hija María Teresa Otero Alvarado para una productora que dirigían los hermanos José María y Alfonso Eduardo Pérez Orozco, que dirigieron la Bienal de 1986.

Otero Luna murió en 2002, año de Bienal. La última de las tres que dirigió Manuel Herrera, presente en el acto y pieza fundamental para esta doble proeza impresa. Un trabajo de pequeños cíclopes posible por un cuadro flamenco con 85 suscripciones individuales -incluidos los munícipes de la oposición Juan Espadas y Mercedes de Pablos- y la colaboración de cinco peñas flamencas, una biblioteca, un coro rociero, una escuela de flamenco, un restaurante, el hotel Inglaterra donde pernoctó Verdi y los duendes de Tecnographic. Un elenco con dieciocho Oteros. Ramas de un árbol frondoso en cuya copa habita un maestro que enseñó sevillanas a la reina Victoria Eugenia.

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