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Tribuna

A vueltas con el origen del nombre de la Torre del Oro

  • El significado de la denominación de este monumento se cuestionaba desde el siglo XVI

  • El autor desglosa las distintas tesis y su rigor científico 

La Torre del Oro desde el edificio Cristina.

La Torre del Oro desde el edificio Cristina. / Juan Carlos Vázquez

Con permiso de la Giralda, la Torre del Oro es la torre más famosa y celebrada de la ciudad e, incluso según algunos estudiosos, del mundo islámico en su tipología militar. Mucho se ha escrito sobre ella, y más lo merece en estos momentos que acaba de cumplir 850 años, pero poco ha trascendido los verdaderos orígenes de tan curioso apelativo.

Su nombre es una traducción literal del que tuvo en época musulmana (Bury al-dahab o Borg al Azahar). Como Torre del Oro  figura por primera vez en la Primera Crónica General (1270-1274) de Alfonso X el Sabio, y en una carta escrita por el propio monarca al clero sevillano acerca del uso que a la misma se le daría como capilla a San Isidoro.

Sobre el significado de su nombre ya se empieza a hablar en los siglos XVI y XVII. El primero que lo hace es el cronista Luis de Peraza, aunque en este caso se refiere al añadido del segundo cuerpo: “ay otra torre más pequeña labrada de azulejos verdes que de mui lejos con su resplandor los ojos ciegan”. También se refiere a dichos recubrimientos el historiador Diego Ortiz de Zúñiga cuando escribe: “créese que adornos de azulejos que han deshecho el tiempo, despidiendo rayos unos, cuando le herían los del Sol, le dieron el nombre”.

Hay que advertir que en los dos extractos reseñados no consta el término dorado. Fue en 1900, con motivo de la restauración de la fortificación, cuando los eruditos José Gestoso y Leopoldo Torres, partiendo de las crónicas, sobreentendieron “azulejos dorados”, dando por sentado, sin pruebas, dicho término y añadiéndolo al imaginario popular. El primero, de hecho, reconoce que: “mucho empeño puse también en ver si descubría algún fragmento de azulejo dorado, o como dicen los ceramólogos contemporáneos, de lustre o reflejo metálico y en los cuales se pudiese haber fundado la tradición del nombre de la torre, pero en este punto mis pesquisas fueron infructuosas”. En conclusión, no consta testimonio arqueológico de los supuestos azulejos dorados, ni texto que nos hable con calidad de ellos hasta que ambos personajes escribieron sus respectivas opiniones sobre la torre.

La Torre del Oro vista desde el río. La Torre del Oro vista desde el río.

La Torre del Oro vista desde el río. / Marcos Pacheco

Esta teoría ha sido rebatida en las últimas décadas, en especial por el profesor Teodoro Falcón, quien, sobre el origen del término, opina que procedería de su proximidad a la Casa de la Moneda. Además, los lingotes americanos –añade este autor– que los viajeros y escritores vieron desembarcar al pie de la fortificación nunca entraron en ella, por ser estos propiedad de la Corona y almacenarse en el Real Alcázar. Falcón Márquez es asimismo de la opinión de que el vulgo muy bien pudo denominarla así por su enlucido amarillento, en contraposición a la Torre de la Plata, que hasta los albores de la Exposición Universal estuvo blanqueada.

Entonces, ¿tuvo la Torre del Oro algunos registros o fajas de azulejos dorados? Una obra de sus características nunca pudo estar enteramente revestida de tales elementos vidriados. En la España musulmana los únicos azulejos de reflejo metálico, aunque interiores, están en el palacio del Cuarto Real de Santo Domingo (Granada).

Sin embargo, todavía hay quienes piensan que dicho famoso reflejo se debía al tercer cuerpo de la Torre del Oro, pero este, en realidad, es un añadido de 1776; colocado tras el terremoto de Lisboa. De planta circular, se cubrió con una cupulilla de revestimiento dorado siguiendo la tradicional teoría de la torre.

Por el contrario, según la última investigación llevada a cabo en 2005, todo parece indicar que la Torre del Oro se llamaba así por su enlucido. Esto último es una espesa capa (4-5 centímetros de espesor) de mezcla estucada que servía de protección a las tapias, pintándose sobre el mismo falsos sillares o ladrillos. Y es curioso que este hábito llegara en ocasiones a engañar a cronistas y viajeros, quienes describen algunas ciudades con muros de piedra cuando en realidad eran de tapial disfrazado.

Como norma muy generalizada, los enlucidos blancos u ocres predominaron en el paisaje urbano de al-Ándalus, procedimiento constructivo que con el paso del tiempo fue desgastándose. Por eso el vulgo acostumbraba a denominar las torres militares por el color de sus enlucidos exteriores. Existen unos cuantos ejemplos al respecto. En la misma Sevilla, de siempre, se conoce como Torre Blanca a una fortificación en el trozo de muralla entre la puerta de La Macarena y Córdoba. Fuera de Sevilla, en Niebla (Huelva) también existió una Torre del Oro, ya desaparecida. En Doña Mencía (Córdoba) hay una atalaya de vigilancia tradicionalmente conocida como Torre de la Plata. Torre Blanca también es llamada, desde antiguo, a la albarrana del castillo de Gibralfaro (Málaga), además de a otra en la alcazaba de Antequera (Málaga).

De hecho, en la barbacana de La Macarena se han descubierto enlucidos blancos, e incluso algo de amarillo en la parte superior de los merlones. Por tanto, si las murallas de Sevilla estaban pintadas, la Torre del Oro no podía ser una excepción. Las groseras fábricas de esta tal y como hoy aparecen, sin duda tuvieron un revestimiento externo de estuco pintado de color ocre o pajizo. Puede chocarnos, y hoy con nuestra mentalidad hasta parecernos cateto, pero tenemos constancia de que en origen el mismísimo Partenón (Atenas) estuvo pintado de azul, rojo y verde o, sin irnos tan lejos, los ladrillos de la Giralda en rojo.

Por lo tanto, la Torre del Oro no enseñaría, como se ve hoy, el ladrillo, tapial y piedra de una manera tan vulgar. Se trataba de una torre que servía de emblema para un puerto musulmán que, por aquel entonces, ya empezaba a despuntar. Su enlucido de recio estuco era imprescindible para liberar a los materiales del desgaste de las humedades del Guadalquivir y cuidar su aspecto, en especial de cara a los marineros y viajeros del camino a Jerez. El color magnificaría la construcción convirtiéndola en punto relevante, como era el caso de algunos faros de la antigüedad.

Por lo tanto, si la Torre del Oro era así llamada es porque toda ella recibió un revestido de estuco color amarillento, no de azulejos dorados; tesis esta última que seguirá de actualidad porque realmente es bonita y sugestiva, pero de frágil apoyatura científica.

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