Crónica de la Feria de San Miguel

Arrebatado, imperial, único...

  • Morante ejerció de sumo sacerdote del toreo en una faena antológica al cuarto toro para consagrarse como el torero de Sevilla

  • Fogonazos de Juan Ortega y tarde gris de Roca Rey

Las imágenes del triunfo de Morante en San Miguel

Las imágenes del triunfo de Morante en San Miguel / Juan Carlos Muñoz

Llegó esa eclosión que tanto se echaba en falta y ocurrió en el cuarto de la tarde gracias a la magia suprema del sumo sacerdote de la tauromaquia actual y también de la de otros tiempos, ¿de todos los tiempos?, la duda me corroe los adentros, pero la temporada más grande de su vida ha tenido el colofón de su faena a Jarcio, un colorao bien hecho corrido en cuarto lugar y que se fue sin sus orejas, que iban en las manos de José Antonio Morante Camacho, ese genio de la orilla derecha.

Había amanecido el gran día, viernes sin farolillos pero con un cartel que no admitía una sola objeción. Y se cuelga el no hay billetes, cuarto del ciclo, y la tarde es rutilante, sevillanísima, sin que le falte al guiso un perejil. Es la tercera cita del gran chamán de La Puebla encabezando una terna para soñar. Es también la tercera aparición del hombre que nos hizo salir toreando por las calles hace una semana, ese Juan Ortega presente ya en todos los devocionarios de la Fiesta para que le acompañe en su despedida el mayor imán de las taquillas de hoy, el peruano Andrés Roca Rey. Y en los chiqueros, seis toros de Juan Pedro Domecq, digno hijo de aquel criador de toros artistas, y que ha traído un lote completamente de cuatreños y bastante vareados.

Pero no puede empezar peor la tarde, pues el primer juampedro ve el pañuelo verde por su falta de fuerza y en su lugar sale un hermano sin las hechuras debidas para Sevilla. Tampoco sirve, embiste a saltos y Morante se lo quita de encima tras intentar un imposible. Y en el cuarto, de forma inopinada por las condiciones que exhibía el toro y gracias a cómo Morante fue inventándose la faena soñada, ésta surgió. Ya con el capote, el cigarrero había desempolvado una tauromaquia antigua con tijerillas genuflexo, con lances de revés para llevarlo a caballo, como si estuviera homenajeando a José, su ídolo. El acabóse llegó en la muleta mediante un Morante arrebatado, imperial y único que daba naturales redondos y redondos con una naturalidad marca de la casa y sin necesidad de que tocase la banda. Y en su arrebato fue cogido de mala manera, se fue por la espada y mató como dicen que mataba Lagartijo el Grande. Las dos orejas y la constatación de que, al fin, Morante se confirma como el torero de Sevilla.

Esperado con devoción Juan Ortega, su primero no le dio opciones con el capote, pero sí impregnó de torería el albero con la muleta. Con un majestuoso toreo a dos manos, el trianero llegó a los medios para pegar un par de trincherillas llenas de sevillanía. Haciéndolo todo muy despacio, diríamos que casi inventándose una faena que el toro no merecía, poniéndolo todo el torero y siempre muy despacio, marchoso aun con naturalidad en los desplantes, el pinchazo que antecedió a la estocada dejó todo en saludos desde el tercio. Cuando sale el quinto la plaza ya está sumida en el Síndrome Morante, en esas condiciones resulta complicado torear y si el toro no colabora, misión imposible, pero Juan Ortega sale de este San Miguel con el cartel por las nubes.

La tarde fue de absoluto contraestilo para Roca Rey, un torero que nunca optó por esta ganadería. Fue la tarde más gris en la andadura sevillana de Roca Rey y no puede decirse que no lo intentara, pero él necesita un toro que aporte más emoción que estos artistas de Juan Pedro Domecq. No pasó del saludo en ambos y la tarde, ya noche cerrada, remató con la gente toreando por las calles gracias a ese milagro que un torero como Morante es capaz de hacer con un toro.

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