Hermoso de Mendoza celebra sus bodas de plata saliendo a hombros

Un 'dantzari' bailó un 'aurresku' en honor del rejoneador Hermoso de Mendoza y del diestro Enrique Ponce.
Un 'dantzari' bailó un 'aurresku' en honor del rejoneador Hermoso de Mendoza y del diestro Enrique Ponce.
Paco Aguado (Efe) Bilbao

20 de agosto 2014 - 01:00

El jinete navarro Pablo Hermoso de Mendoza celebró su veinticinco aniversario como rejoneador de alternativa saliendo a hombros por la puerta grande de la plaza de Bilbao (norte), al final del atípico festejo, en el que alternó mano a mano con el matador Enrique Ponce. Dos de los grandes ídolos de la afición bilbaína, el rejoneador Hermoso de Mendoza y el diestro Enrique Ponce, están este año de celebración: el jinete navarro conmemora sus veinticinco años de alternativa, cumplidos ayer, y el valenciano su vigesimoquinta temporada como matador. Ambiente festivo y amable, más allá de lo que sucediera en el ruedo.

Salvando las distancias y valorando por separado, como merecen dos tauromaquias de tan distinta técnica y riesgo, Hermoso ha tenido una actuación más regular y de mayor nivel que la de Ponce.

El caballero de Estella le ha hecho un toreo muy puro y templado al primero toro de Bohórquez, en una faena casi redonda de no ser por sus fallos con el rejón de muerte. Pero como sí ha matado a la primera a su segundo de Carmen Lorenzo, se le han concedido dos orejas, generosa la segunda, que avalaban su salida a hombros en tarde tan señalada. En este caso, la faena de Hermoso se ha sostenido sobre la grupa de Disparate, con el que hizo su personal suerte de la hermosina a un toro de poco ritmo pero que acabó encelado en la cabalgadura. Pero para Hermoso el verdadero reto de la tarde ha sido la lidia de un toro de Victorino Martín, de un encaste nada habitual en las corridas de rejones y que con su escasa entrega y su medido trote exigía del maestro navarro un esfuerzo añadido y mucha más concentración en el empeño. Superaba Hermoso con creces el desafío, ayudado en el tercio de banderillas por Sergio Domínguez, que actuó como sobresaliente de rejones, pero no hubo más premio porque falló de nuevo con los aceros de muerte.

Enrique Ponce también eligió para la ocasión un toro de Victorino, que en su caso resultó ser un animal de generosa cuerna pero muy escaso trapío y remate. A pesar de eso, el cárdeno astado exigía que tiraran de su humillada pero no fácil embestida, lo que Ponce no siempre acertaba a conseguir con una actitud precavida. El primero del torero de Chiva ha sido un toro de Juan Pedro de escaso fondo al que ha hecho una faena técnica y templada pero que nunca cogió vuelo por la falta de emoción del conjunto. Y del mismo hierro ha sido también el sobrero que, como una dulce tarta de cumpleaños, se servía en bandeja en último lugar para que Ponce compartiera la felicidad de los fastos con su de siempre entregado público de Bilbao. La del valenciano, coreada y jaleada con entusiasmo en el tendido, ha sido una faena muy variada de suertes, espumosa, vistosa. Una obra para todos los públicos, en todo momento bien escenificada y compuesta para envolver con papel de celofán un toreo liviano, y no siempre limpio, que exigiera el mínimo esfuerzo al animal. Y que también hubiera tenido regalo de haber rematado bien con espada y descabello.

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