La vida según Fran Lebowitz

Salir al cine

La serie 'Supongamos que Nueva York es una ciudad' reúne a Martin Scorsese y a Fran Lebowitz, escritora y cronista satírica de la ciudad, su historia y sus costumbres, en una conversación tan apasionante como divertida.

Fran Lebowitz en la estación de metro de la Calle 23 en Nueva York.
Fran Lebowitz en la estación de metro de la Calle 23 en Nueva York.

Glosada ya en las páginas de este diario por el compañero Braulio Ortiz, una serie documental de Netflix reúne de nuevo al infatigable Martin Scorsese y a la escritora, cronista neoyorquina y satirista universal Fran Lebowitz (Morriston, NJ, 1950) después de un primer encuentro en 2010 en Public speaking. Diez años después, Lebowitz no parece haber atenuado un ápice su chisposa inteligencia y su particular y algo misántropo sentido del humor a la hora de analizar el mundo y a sus congéneres, esa molesta gente con la que se cruza por las calles y que, a pesar de todo, es la que hace ciudad, esa Nueva York de adopción que la escritora ha hecho suya de la misma forma que también lo ha hecho Scorsese a través de sus películas.

Supongamos que Nueva York es una ciudad da así voz y gesto a una de sus mejores observadoras, conocedoras y críticas, a una mujer de otra época (la suya) que ve cómo aquella urbe sucia, prometedora y salvaje de los 70 se ha transformado en un parque temático entre las tumbonas de Times Square, los gimnasios con escaparate y los vagones de metro donde ya nadie lee ni tira periódicos al suelo.

A través de sus siete episodios de media hora, la serie traza un mapa de la historia reciente y la cultura de la Gran Manzana al tiempo en que deja entrever (aunque nunca del todo) la propia autobiografía sentimental de Lebowitz, una mujer rápida y elegante capaz de hacer de la nostalgia y sus propias manías materia para la comedia lúcida, la trasmisión del saber y el autodescubrimiento. Su pasión por los libros y las librerías, sus pocas dotes para ganar y ahorrar dinero o realizar buenas operaciones inmobiliarias, su velocidad de crucero para juzgar y caricaturizar su entorno más inmediato hacen de ella una privilegiada cronista de su tiempo y un referente de lo que debería ser la crítica cultural o social en tiempos de autopromoción y corrección política.

Da un poco de envidia comprobar cómo Nueva York tiene plumas a su altura, voces auténticas y discordantes no exentas de sentido del humor, hijos adoptivos que han sabido hacerla suya y dotarla de una identidad a prueba de operaciones de maquillaje y reconversión. Fin de raza, Lebowitz pertenece, como Pauline Kael, a esa estirpe del escritor que, ya sea desde el cine o la literatura, desde el ensayo, la novela o el articulismo diario, es capaz de proyectar una visión personal y única del mundo en la que muchos podemos reconocernos y con la que podemos identificarnos desde la distancia. Son estas figuras las que hacen ciudad, aunque no necesariamente creen comunidad. Paradójicamente, la Lebowitz llena teatros y sube audiencias en sus apariciones públicas y televisivas, siempre fiel a sí misma y a ese personaje, gafas, buenas camisas, abrigo largo y botas de cowboy, que nadie interpreta mejor que ella.

El acosador nocturno: a la caza del asesino satánico

No es de oro todo lo que reluce en esta edad dorada del true crime en serie. Después de las buenas impresiones causadas por El estado contra Pablo Ibar (HBO), American Murder: the family next door (Netflix), con un interesante formato extraído exclusivamente de las cámaras policiales, y Asesinato en Middle Beach (HBO), llega a Netflix Night Stalker, que sigue la pista de la busca y captura de Richard Ramírez, el famoso asesino en serie que atemorizó a la población de Los Ángeles y San Francisco entre 1984 y 1985.

La serie de Tiller Russell se reviste de cierta estética sensacionalista y da voz a los policías que llevaron la investigación, también a los familiares de las víctimas y supervivientes de sus brutales asaltos nocturnos, reconstruyendo algunos de ellos con ayuda de imágenes de archivo que inciden siempre en la vertiente más morbosa del caso, marcado por connotaciones satánicas derivadas de la personalidad narcisista y trastornada de Ramírez. Tal vez sea precisamente la revelación final del perfil del asesino, que se mostró como una auténtica y desafiante estrella rock durante el juicio, lo que más nos interesa de un trabajo sobredirigido que, además de coquetear con el sentimentalismo, deja entrever una cuestionable complacencia con la pena de muerte en su alegato final.

'Z': el cine político según Costa-Gavras

Z (1969) es sin duda la película que lanzó a Costa-Gavras a la primera línea del cine mundial, ganadora de dos Oscars (mejor montaje y mejor película extranjera) y epicentro del debate sobre las señas de identidad del cine político en una época convulsa, un debate que se polarizaba entre la necesidad de politizar también las formas (a lo Godard) o, como en el caso del cineasta de origen griego, acercar los mensajes críticos o combativos a través del cine de género de cierta vocación popular.

Cincuenta años más tarde, la película con guion de Jorge Semprún y protagonizada por Yves Montand y Jean-Louis Trintignant (premiado en Cannes) parece haber sobrevivido a aquella dialéctica y sigue manteniendo viva la llama de su condena de la corrupción gubernamental, los estados policiales y la falta de libertades democráticas, expuestos aquí en clave de thriller en un país mediterráneo imaginario. Lunes 25 a las 15:50h. en Cicus.

El estreno de la semana: 'El profesor de persa'

Basada en la novela de Wolfgang Kohlhaase, El profesor de persa, de Vadim Perelman, ganadora del premio del público en el pasado SEFF, nos lleva de nuevo a los campos de concentración nazis en plena Segunda Guerra Mundial para contar la historia de Gilles (Nahuel Pérez Biscayart), un prisionero que esconde su condición judía y se ve obligado a impartir clases particulares de persa a un oficial alemán para prolongar su mentira de supervivencia.

Trailer 'El profesor de persa'
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