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Andalucía

15 días de soledad

  • La victoria política de Griñán lo ha convertido en una de las referencias del PSOE nacional cuando antes del 25-M se le daba por amortizado

"Estaba muerto, y enterrado". De este modo, y así de crudo, se refirió José Antonio Griñán en una conversación mantenida con este medio antes del verano a lo sucedido entre el mes de febrero de 2012 y el 25 de marzo siguiente, el día en que el PP ganó sus primeras elecciones andaluzas. A pesar de esta ventaja de los populares, el presidente de la Junta se apuntó una victoria política; su contrincante, Javier Arenas no consiguió la mayoría absoluta, y ello llevó a Griñán a una suerte de resurrección: el muerto y enterrado es ahora visto por buena parte del PSOE federal como un posible sucesor de Alfredo Pérez Rubalcaba. Es el único presidente socialista de una comunidad autónoma, a excepción de la uniprovincial de Asturias.

No obstante, y para ser precisos, sus palabras fueron : "Me habían matado, y hasta enterrado". "Casi todos", añadió, lo que denotó la soledad que el presidente, su equipo y una parte del PSOE andaluz sintieron durante esos meses, una sensación que se volvió más severa durante la campaña electoral, 15 días marcados por un Javier Arenas al que casi todas las encuestas -incluidas, las propias del PP- le otorgaban una mayoría absoluta de al menos 55 parlamentarios. Sin embargo, la distancia que el PP había sacado al PSOE en las anteriores elecciones municipales y generales, que fueron de hasta siete y nueve puntos, quedaron reducidas ese 25-M a algo menos de 50.000 votos. Ni un punto.

El 29 de julio del año pasado, Griñán tomó una decisión que, finalmente, se ha rebelado cómo la clave de lo que ha sucedido desde entonces. Ese día, quien era presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, le telefoneó para comunicarle que adelantaba las elecciones al 20 de noviembre, y le solicitó que se sumase a ello con una acción similar: unos comicios conjuntos. Zapatero lo quería, y buena parte de la Ejecutiva federal y un grupo significativo dentro del PSOE andaluz, que entendían que, si Rajoy ganaba las generales, tal como estaba previsto, el empujón de su victoria iba a llevar en volandas a Javier Arenas hacia el Palacio de San Telmo.

Griñán ya había diseñado su estrategia de la aldea gala, la de Astérix, donde unos socialistas aislados y rodeados de romanos (los populares) serían capaces de marcar diferencias en sólo unos meses respecto a las políticas del PP, que se esperaban iban a ser duras. La idea era muy arriesgada, pero le salió bien: nada más llegar, Rajoy subió los impuestos, contraviniendo su propio programa electoral; ejecutó una reforma laboral que reducía a la mitad la indemnización del despido improcedente, y su ministro de Economía, Luis de Guindos, avisaba que en 2013 se seguiría destruyendo empleo. La esperanza en la marea azul se esfumó en sólo unos meses.

Un estudio poselectoral realizado por el sociólogo Manuel Pérez Yruela sobre las autonómicas indica que la victoria política de Griñán se debió, básicamente, a una decepción del votante de centro en Andalucía con las políticas de Rajoy, a quien habían confiado su voto a pesar de estar escorados hacia la izquierda. Esto se tradujo en un aumento de la abstención del 39,22% y el taponamiento de la sangría socialista. La subida de IU, en último término, procuró a Griñán sortear uno de los momentos más difíciles del PSOE andaluz. Si su partido perdió casi 70.000 votos respecto a las elecciones generales del 20-N, el PP se dejó en el camino 414.779 sufragios. Bestial.

Para comprender la soledad de Griñán no sólo hay que considerar que todos los sondeos vaticinaban la victoria plena de Javier Arenas; también lo sucedido en Sevilla el primer fin de semana de febrero, cuando él y sus colaboradores perdieron el congreso federal del PSOE, en el que apostaron por Carme Chacón en lugar de Alfredo Pérez Rubalcaba. Aunque, formalmente, Griñán era el secretario general de los socialistas andaluces, no era aún su líder. Esa derrota, la de Chacón, y el hecho de que su presidencia la había ganado en el Parlamento por decisión de Manuel Chaves, que lo designó como sucesor, hicieron de él un dirigente más débil, cuestionado dentro de su partido y de modo mayoritario en las provincias de Cádiz, Almería e, incluso, Jaén.

Griñán llegó, así, a la campaña electoral, con un Javier Arenas que, prácticamente, se dedicó a celebrar por adelantado su victoria por toda Andalucía y un presidente con un equipo de escasos fieles, que le acompañó durante esos días. Su esposa, Mariate Caravaca, que se ha mantenido siempre en un segundo plano, estuvo durante todos los días en la caravana, un hecho que, algunos de sus colaboradores, juzgan como un elemento sustancial en el ánimo de Griñán quien, no obstante, nunca dudó de las opciones que tenía de arrancarle al PP la mayoría absoluta de las manos. Sólo el último día quiso suspender un viaje a Córdoba, pero desde el PSOE le convencieron de lo contrario.

Quienes hoy son sus colaboradores en el Gobierno y el partido, Susana Díaz -ahora, consejera de Presidencia- y Mario Jiménez -vicesecretario general desde hace menos de un año- hicieron campaña en sus provincias, pero monotorizaban la de Griñán, que viajó acompañado de Miguel Ángel Vázquez, hoy portavoz del Gobierno. La campaña socialista, centrada en las diferencias con las políticas de Mariano Rajoy, contó con el apoyo silencioso de algunas organizaciones de profesionales de la salud y de la educación, pero, en especial, de los sindicatos CCOO y UGT, muy molestos con el PP a causa de la reforma laboral. Este hecho, que venía a reforzar el eje de la campaña de Griñán, pasó inadvertido a la dirección del PP, que prácticamente no supo ver el resultado adverso hasta el mismo 25-M.

Aunque Javier Arenas llevaba a sus espaldas varias campañas electorales, tanto andaluzas como nacionales, no calibró bien el efecto de las políticas de Rajoy en el electorado andaluz. Prueba de su exceso de confianza fue el rechazo a participar en el debate de Canal Sur Televisión, cuya ausencia no fue definitiva, pero sí una oportunidad desaprovechada y una prueba de que él también creía que las elecciones se habían ganado antes de comenzar la campaña. Esa noche, la del 25-M, en la sede de los populares en la calle San Fernando de Sevilla, Arenas no desplegó la pancarta preparada: Gracias, Andalucía. Dos meses después, dimitiría como presidente del PP.

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