Luis Cortés Rodríguez. Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

"En los parlamentos leen los discursos, no hay oradores"

  • Cortés Rodríguez es uno de los estudiosos del discurso oral en español, al que ha dedicado media vida desde que se doctorara por la Universidad de Salamanca en 1982 con su tesis sobre la sintaxis del coloquio.

-¿Qué le parecen los discursos políticos actuales? 

-El problema es que se están perdiendo, ya casi no quedan, los oradores parlamentarios, los del discurso largo. Lo que hacen la mayoría es oralizar un discurso escrito, lanzarlo, unos con más fortuna que otros. Tienes que llevar datos en los que apoyarte, pero tú diriges el discurso y lo enriqueces. El que hablara Castelar en las Cortes se anunciaba en la prensa exactamente igual que una actuación de una famoso cantante de ópera. Como orador se cuidaba la voz como un tenor, jamás fumaba y adecuaba su alimentación. Cánovas, Salmerón, Moret, Martos... todos eran oradores, creaban y escenificaban sus discursos, en tanto que nuestros políticos leen textos escritos para ser oralizados. 

 

-¿Quién le gustó más en el debate de investidura? 

- Me gustó el discurso de Albert Rivera. Fue valiente, se enfrentó al auditorio hablando a los diputados y no leyendo. Quizá un poco rápido y acelerado, pero mucho mejor que los demás, que se limitaron a leer una partitura. Pensaba que Pablo Iglesias iba a ser mejor orador, con una intervención más ingeniosa, porque presumen de amantes de la ciencia política, pero me decepcionó. Rajoy se mantiene como el más irónico y Pedro Sánchez me recuerda a Zapatero, con un discurso sin chispa, sin brillo, a pesar de su buena vocalización. 

 

-Percibe un nivel bajo de oratoria en las Cortes...

-Por lo general, sí. A nuestros políticos les falta imaginación, brillo, recursos como las citas... Sus discursos los preparan equipos de seis o siete personas y a veces no reparan en lo elemental que es su estructura. Tienen que estar armados para que los ciudadanos desde sus casas, no los que están allí para aplaudir, sepamos qué quieren transmitir, las partes que lo integran, a dónde pretenden llegar o los aspectos que van a abordar. Y esos mecanismos son fundamentales; una intervención sin elementos de ironía, cultura, creatividad o de espontaneidad controlada para mantener el interés del oyente y ganarte a los demás, no sólo a los tuyos, no tiene el nivel suficiente.  

 

-¿En qué han evolucionado los temas que se abordan en los debates en torno al estado de la Nación?

-Los temas de interés son muy similares y han pasado más de diez años desde que comencé a estudiarlos. Recuerdo una intervención de Zapatero lamentando los recortes del Gobierno de Aznar o las continuas alusiones de todos a la reforma de la FP que no se han llegado a aplicar. Lamentaba el PSOE estando en aquellos años que las mujeres ganaran un 30% menos y no se tomaran medidas y hoy la situación de la desigualdad que dibujó Pedro Sánchez en su última intervención es casi idéntica. Son asuntos que se repiten como el de la inmigración. El tema cultural, por ejemplo, no existe. La cultura no existe en los debates del Estado de la Nación. En todos los estudiados sólo hay una alusión al aniversario de El Quijote que realizó Zapatero. El del empleo y bienestar sociales son una constante, si bien la economía qu+e antes se circunscribía a un 11%-12% del discurso pasó después a acaparar, en las últimas legislaturas, más del 70%. 

 

-Estos debates nacen para enriquecer la vida parlamentaria. ¿Se ha logrado?

- Creo que, al menos, se hace una parada. Los ciudadanos prestan atención y los medios analizan con profundidad el discurso político y lo abordado en el Parlamento. Me parece interesante, de hecho, los discursos están bien escritos, lo que no están es bien teatralizados. La gente le presta algo más de atención que a la agenda política del día a día. La idea de Felipe González en el año 83 fue un acierto para la vida política, para remover los problemas del país. Además, González ha sido el mejor orador que ha tenido España desde la Transición. 

 

-Asegura que la enseñanza oral es la gran olvidada del sistema educativo...

-Lo digo porque el español formal, el del discurso oral, no se aprende en colegios e institutos. Los estudiantes no conocen el esqueleto del discurso, cómo se construye con su inicio, las partes conectadas de un desarrollo y el cierre. Lo ideal sería que se trabajara en la escuela porque los conocimientos que un alumno debe tener para hacer una exposición oral son mucho más sencillos de entender que si el me o el sé es complemento directo como estudian en 1º de ESO. La Universidad de Almería es una de las pocas que tiene una asignatura de expresión oral. 


-Es un firme defensor del andaluz en los discursos. ¿Puede ser negativo un acento muy pronunciado?

-Hay un librito que se llama La oratoria española de Niceto Alcalá que estudia los más importantes oradores de la historia y de los 14 principales, 7 son andaluces. Cánovas, Castelar, Salmerón, Martos o incluso él, que no se incluye siendo uno de los más brillantes. Santiago Carrillo en sus memorias habla de sus debates con Niceto, antes de la Guerra Civil, y de lo bien que hablaba con su exquisita musicalidad andaluza. La creencia de que los andaluces hablamos mal es tan antigua como falsa. Los filólogos tienen claro que el español tiene dos normas, la castellana de centro y norte del país y la andaluza que se habla en nuestra comunidad y en otras como Murcia, además de en países de Latinoamérica. Hablar bien no es sólo pronunciar bien, sino también utilizar la sintaxis, la morfología, los gestos, las pausas. No hay mejores ni peores acentos. Los andaluces podemos tener una pronunciación menos clara, pero sin errores morfosintácticos y respetando la norma. 

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