El mundo simbólico de Antonio Sosa

l El artista de Coria exhibe su magisterio en 78 dibujos y dos esculturas realizados en la última década l La Casa de la Provincia analiza su pulso entre lo local y universal

El mundo simbólico de Antonio Sosa
El mundo simbólico de Antonio Sosa
Charo Ramos Sevilla

15 de diciembre 2012 - 05:00

Antonio Sosa, natural de Coria del Río, residente en La Puebla, ofrece en la Casa de la Provincia de Sevilla hasta el próximo 27 de enero un recorrido por su trayectoria creativa de la última década. Pintor y escultor "orgulloso de sus raíces, emocional y vitalmente anclado en ellas, pero universal y abierto al mundo a través de su brillante currículum artístico", a decir de los organizadores, Sosa (1952) posee un particular lenguaje con el que ha conquistado un ámbito de privilegio en la producción actual. Es un creador solitario y, al mismo tiempo, un ser afable, extraordinariamente sensible, que gusta cultivar la amistad y el intelecto mientras pasea o corre junto a la ribera del Guadalquivir, atento siempre a las formas de la naturaleza. La inauguración de su muestra, anoche, fue un hervidero de compañeros, colegas y vecinos rendidos a su talento tanto como a su carisma.

En esta exposición, impulsada por la Diputación de Sevilla y de la que son comisarios Juan Ramón Rodríguez-Mateo e Iván de la Torre Amerighi, el artista desnuda sus inquietudes, sus obsesiones, en trabajos realizados entre 2002 y 2012 que se distribuyen por dos salas de la Casa de la Provincia. En la última década Antonio Sosa prácticamente no ha trabajado la escultura, disciplina con la que se dio a conocer en los años 80 en la galería La Máquina Española y en una recordada antológica de artistas sevillanos en la Torre de los Guzmanes, y que le consagró, sobre todo a partir de su exposición en la Fundación Luis Cernuda de 1989, como uno de los creadores andaluces más interesantes y de lenguaje más internacional. En esta cita, que supone otro punto de inflexión en su trayectoria, estrena una pieza en volumen donde interioriza toda su estética y recupera materiales de épocas pasadas. "Empecé utilizando arena del río y hacia el año 90 me pasé a la ceniza. Hace tiempo que no hago este tipo de obras escultóricas y volver a usar estos materiales de fundición me supone un reencuentro conmigo mismo. En mi casa había un polvero y esta ceniza, que pesa muy poco, se utilizaba para dar volumen en las azoteas", señala Sosa. La nueva escultura está presidida por un mural, su debut con el Photoshop, donde destacan como motivo los remates de la Catedral en la zona próxima al Archivo de Indias. Esos flameros, que tienen tanto que ver con formas esenciales y simbólicas presentes en toda su obra, como conos, cilindros o espirales, los reproduce además en escayola asemejando cáscaras vacías cuyas huellas se abren paso entre la ceniza que almacena el palé o cajón que preside esta estancia. Alusiones a la pretensión un tanto inútil de apresar la esencia de los contenidos sobrevuelan este trabajo al que se accede tras recorrer dos pequeñas salas introductorias -contienen dibujos, pinturas y esculturas de épocas dispares- cuya iluminación más tenue subraya el carácter de misterio del conjunto.

Sosa, que ha leído con gran provecho e inteligencia a Jung, rastrea en todos estos trabajos -la mayoría procedentes de su estudio aunque hay importantes préstamos del CAAC, Cajasol y otras colecciones- las pulsiones y latidos más profundos del ser humano. Se acerca a la naturaleza como algo sagrado, fascinado por el mito del Génesis, y concibe la cultura, según escribió en su día Kevin Power, "como una proyección peligrosa del yo, como un elemento alienante". Así, recrea formas y colores donde él detecta la esencia del ser humano, su ámbito más profundo y auténtico, con independencia de que emplee ceras, carboncillo o esos bolígrafos con los que dibuja de modo compulsivo y catártico.

Para Rodríguez-Mateo, "el trabajo de Antonio Sosa parte de lo absolutamente concreto y local para trascender lo circunscrito de manera radical". En 1999 el artista se apartó de la escultura aunque hasta 2002 realizó indagaciones pictóricas con círculos concéntricos de marcado carácter tridimensional. A partir de 2002 se decantó por la pintura, como demuestran los 28 dibujos de gran formato reunidos aquí junto a otros 50 pequeños donde se autorretrata incluso como un minotauro. "Se siente fascinado por el rito, por el símbolo. Religión, mitología, erotismo y muerte, principio y final, se dan la mano en su obra", reflexiona Iván de la Torre en el bello catálogo de la muestra.

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