Las chicharras laboriosas de Curro González

El pintor sevillano inaugura hoy la temporada de la galería Rafael Ortiz con '¿Qué hacías durante el verano?'

Curro González, durante el montaje de varias de las obras en las que empezó a utilizar la iconografía de la cigarra y la hormiga, eje de su nueva muestra.
Curro González, durante el montaje de varias de las obras en las que empezó a utilizar la iconografía de la cigarra y la hormiga, eje de su nueva muestra.
Charo Ramos Sevilla

25 de septiembre 2013 - 05:00

Pionero de la técnica de animación fotograma a fotograma (stop-motion), el entomólogo Ladislaw Starewicz se convirtió, gracias al centenar de películas que filmó entre Rusia y Francia desde principios de siglo hasta su muerte en 1965, en uno de los cineastas más surrealistas del siglo XX, reivindicado varias décadas después por realizadores del calibre de Tim Burton y Terry Gilliam. Uno de sus trabajos de juventud, La cigarra y la hormiga (Rusia, 1911), del que rodó un remake francés en 1927, constituía una cinta de culto para el pintor sevillano Curro González, a la que ahora rinde homenaje en varias de las piezas que componen la muestra ¿Qué hacías durante el verano? con la que esta noche (20:30) arranca su temporada la galería Rafael Ortiz.

"La fábula de la cigarra y la hormiga, presentada como modelo de conducta ejemplar, siempre me había inquietado. Gracias al libro de J. H. Fabre Costumbres de los insectos corroboré que estaba plagada de falsedades", explica González. En la versión más conocida, la recreada por La Fontaine, a la cigarra se le acusa de pasarse el verano dedicada a su afición al canto, al placer, en lugar de almacenar víveres para el crudo invierno. "Alrededor de esa historia moral se teje un sentimiento de culpa que puede ser común al que estamos experimentando en este momento en los países del sur de Europa. Nos repiten hasta la saciedad que somos responsables de la crisis por no haber hecho las cosas como se tendrían que haber llevado a cabo", continúa. Ese latigazo, ese reproche continuo de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, al pintor le parece "una falacia". "Fabre cuenta en su libro cómo son las hormigas las que se aprovechan de las cigarras y terminan muchas veces devorándolas porque son depredadoras. En cambio, la cigarra o lo que en el sur conocemos como chicharra, y no el saltamontes usado frecuentemente en las ilustraciones, canta sólo cuando está en su momento de plenitud pero no está en absoluto ociosa y lo que hace es fijarse a un árbol para absorber la savia, procurándose su alimento hasta que las hormigas se lo arrebatan", desentraña González con pasión zoológica.

En la serie dedicada a las cuatro estaciones que preside su nueva exposición, las hormigas y los saltamontes se adueñan subrepticiamente de la escena. Motivos florales y colores más cálidos para la primavera y el verano -el único cuadro de este conjunto de óleos al agua en que aparecen figuras humanas, en traje de baño y semiderretidas por el calor-, contrastan con el blanco y negro del lienzo dedicado al invierno, donde el saltamontes fallece, como en la fábula, aterido de frío y obligado a vivir al raso por las codiciosas hormigas. Junto a él, un coyote amenazante se ha introducido en una esfera que bien puede ser la luna llena "o la bola de cristal de la película Ciudadano Kane con todos los misterios que celosamente guardaba", propone.

En la pared al fondo de la sala, una docena de obras de distintos formatos pintadas en acrílico rompen la continuidad visual, el ritmo de las otras composiciones. "Son cuadros donde empecé a utilizar la iconografía de la hormiga y el saltamontes. En otros incorporo motivos que me han llamado la atención, como hipopótamos, trenes que descarrilan, calcetines agujereados, espacios industriales, piscinas o un dibujo que hallé en internet, La viga en el ojo, que me hizo pensar de nuevo en toda esa gente que ve la paja en el ojo ajeno y no en el propio".

Junto a estas imágenes libres y heteróclitas, González ha ubicado una pantalla donde puede verse la animación de un minuto de duración que ha concluido este verano y en la que prolonga su homenaje a Starewicz con guiños a las exigencias de los vecinos del norte y por donde se cuela incluso una recia Angela Merkel. "Consta de 800 dibujos hechos a mano en tamaño A-5, lo que antes era una cuartilla. Trabajo con una pequeña caja de luz que me permite realizarlos en distintos momentos y, de hecho, la animación me ha ocupado un par de años".

La animación como género, "pese a que es un trabajo agobiantemente lento que requiere muchas horas de trabajo", le ha permitido acercarse a otros públicos a los que siente que no llegaba de la misma manera con sus dibujos y pinturas. También cree que facilita la recepción internacional de su obra. De hecho, anteriores trabajos suyos como La broma infinita forman parte a partir del 1 de octubre de la exposición Café Arte que se inaugura en el Instituto Cervantes de Tokio y que, comisariada por Cristina García-Lasuén, ofrece una historia de la animación española a través de varios de nuestros artistas más internacionales, incluidos Eugenio Ampudia y Marina Núñez.

González, que disfrutó este año de una residencia en la Cité Internationale des Arts de París, ha impartido clases en la segunda edición de las becas Sevilla es talento para ti, cuyo apartado docente clausura esta semana el también pintor Chema Cobo. Para el artista sevillano, que no exponía individualmente en Rafael Ortiz desde 2008, las piezas que ha reunido, inéditas en su mayoría, tienen una factura más desenfada y libre que trabajos anteriores. El papel del azar, la oposición entre pasión y razón, la confrontación de formas... son algunos de los elementos que definen estos cuadros, que junto a otras dos series oníricas en pequeño formato de 12 lienzos cada una, avalan el fecundo momento creativo de quien es, por derecho propio y con independencia de los vaivenes del mercado, uno de los nombres más importantes del arte español actual.

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