Cultura

Patriarca de la pintura romántica

  • Enrique Valdivieso reivindica en la primera gran monografía sobre Antonio Cabral Bejarano a esta figura esencial del XIX. Marcó la dirección que hizo tan popular a la escuela sevillana.

Antonio Cabral Bejarano (1798-1861) fue una figura fundamental de la pintura sevillana del siglo XIX y el primer director del Museo de Bellas Artes de la ciudad. Su vida transcurrió entre dos períodos estéticos de duración similar: el neoclásico, que se prolongó hasta la muerte de Fernando VII y durante el cual tuvieron lugar su formación y primeros pasos profesionales, y el romanticismo, que acogió su plenitud creativa bajo el reinado de Isabel II. Considerado el patriarca de la escuela romántica de pintura, retrató a los principales personajes de su época y sin rivales en el entorno que pudieran hacerle sombra -José Gutiérrez de la Vega y Antonio María de Esquivel habían emigrado a Madrid en busca de mayores glorias artísticas- recibió hacia 1850 el encargo de su obra más conocida: la decoración de la capilla del Palacio de San Telmo, donde los duques de Montpensier instalaron su domicilio y crearon la que sería conocida como la segunda corte de España.

Su figura, aún no suficientemente valorada, protagoniza el número 100 de la colección Arte Hispalense de la Diputación de Sevilla, que firma Enrique Valdivieso. El catedrático de Historia del Arte ha reunido en esta monografía todas las noticias de su obra, aporta una biografía de mayor coherencia y estudia en profundidad la producción de un creador que le deslumbró en el otoño de 1977, al poco tiempo de llegar a Sevilla, cuando vio una de sus pinturas en el domicilio del marqués de Marchelina. Ese cuadro, El marqués de Arco Hermoso y su familia, ocupa ahora la portada del libro, que ayer se presentó en la Casa de la Provincia. "Es la obra máxima del retrato romántico en Sevilla y uno de los lienzos más notables realizados en España en ese período. Siempre he defendido que debería estar en el Museo de Bellas Artes", afirma Valdivieso de esta obra bucólica que exalta los beneficios del campo en un paraje próximo a Dos Hermanas.

Muchas de las pinturas de Antonio Cabral Bejarano -que a veces completaba sus cuadros con sus dos hijos, Francisco y Manuel- permanecen sin identificar en museos y colecciones particulares. Valdivieso ha logrado convencer al Museo del Romanticismo de Madrid de que una pintura sin firmar ni datar que atesoraba es el autorretrato de este artista, que se pintó a sí mismo hacia 1850 con solemnidad neoclásica, recién nombrado académico en Sevilla y director de la Escuela de Tres Nobles Artes, siguiendo la tradición del autorretrato de Murillo de la National Gallery de Londres. Por eso él confía en que el catálogo de su obra, tras el esfuerzo asumido en este libro, aumente pronto.

Los coleccionistas bien informados -como la baronesa Thyssen, la Casa de Alba o la familia Sánchez-Dalp- sabían desde hacía tiempo del atractivo de sus lienzos y atesoraban trabajos aquí reproducidos. Así ocurre con la expresiva Lavandera con su hijo (colección Carmen Thyssen, Madrid) o con el Torero cuya composición física sugiere la figura de Francisco Montes Paquiro, el diestro más popular en los días de Cabral Bejarano, y que la colección Sánchez-Dalp custodia junto a su pareja, una prudente cigarra pintada hacia 1845.

"El lienzo de la juvenil cigarrera formando pareja con el torero se hizo muy popular en la época y todo el mundo quería tener esos dos prototipos de Sevilla. La iconografía tomó auge a partir de 1845, cuando Merimée convirtió al torero en el protagonista de la novela Carmen y luego Bizet compuso la ópera del mismo título. Cabral Bejarano llevó a la pintura esos modelos, que le reportaron un éxito comercial muy grande, como prueba el que hiciera muchas repeticiones de ambas figuras para distintos clientes", continúa.

Y es que, para Valdivieso, "lo más atractivo de la obra de Cabral Bejarano reside en que, inducido por la admiración que todo el tipismo sevillano causaba en los extranjeros, supo recrear de manera extraordinaria los primeros motivos de la pintura costumbrista: los retratos de majos que bailan (ella con la Torre de Oro de fondo y él con la Giralda), las escenas de taberna y mesones, los niños vendiendo fruta... Es decir, el mundo palpitante y vitalista de Sevilla que los viajeros románticos tanto admiraron y que él fue el primero en codificar. Como patriarca y pintor de más edad, fue el primero en dar los pasos en esa dirección que luego ha hecho a la pintura sevillana de la época popularísima".

Así ocurre con Don Juan de Dios Govantes Bizarrón, su retrato de un influyente militar que en la Sevilla de la época sirvió a la causa liberal e isabelina en la lucha contra los carlistas, y con otra de sus obras maestras, El patio de Monipodio, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Montevideo y cuya reproducción en color recoge el libro. "Esta enorme pintura de tema cervantino se la encargó el marqués de Salamanca para decorar su palacete madrileño. En ella muestra a Rinconete y Cortadillo con Monipodio, jefe del tropel de delincuentes, rodeados de truhanes y pícaros que cantan y bailan en el patio de un corral de vecinos sevillanos. Es sin duda la obra maestra del costumbrismo sevillano", recalca Valdivieso, deslumbrado por "este pintor de escasa obra, figura señera del arte español y padre de la pintura romántica local, al que nunca se le ha dedicado una exposición individual".

A su reivindicación y conocimiento contribuye sin duda este número 100 de Arte Hispalense, colección para la que Valdivieso pide "la Medalla de Oro de la cultura de Sevilla". "Ninguna otra ciudad de España tiene una colección de este nivel, que tanto ha aportado a la historia de la cultura local", recalca este catedrático que cuenta en dicho catálogo con otro libro sobre Roelas y para quien el título más logrado "sigue siendo esa maravilla titulada Velázquez en Sevilla, de Julián Gállego".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios