Luppi, en la mente del represor

El veterano actor visita este fin de semana el Central para encarnar a un viejo general de la dictadura militar argentina en 'El reportaje', una obra sobre los resortes del autoritarismo

Francisco Camero Sevilla

28 de febrero 2015 - 05:00

Protagonista de más de un centenar de películas y de incontables montajes teatrales y respetado en ambos lados del Atlántico, Federico Luppi (Buenos Aires, 1936) llega este fin de semana al Teatro Central con una obra que le toca especialmente. En El reportaje, escrito por Santiago Varela, quien antes de dramaturgo fue un curtido periodista político, y con dirección de Hugo Urquijo, el veterano actor se mete en la piel, pero sobre todo en la mente, de un pulcro, educado y culto general involucrado en algunos de los episodios más terribles y dolorosos de la reciente historia de Argentina.

"Yo he vivido casi toda mi vida bajo regímenes militares y estoy muy familiarizado con las personas de ideas reaccionarias y con esos señores con bigote, muy bien peinaditos, como yo mismo ahora, y con cara como de piedra mal tallada. Les aseguro que nunca, y no estoy exagerando, es cierto lo que digo, jamás percibí en esa gente algo parecido al sentido del humor cotidiano, nunca les escuché referirse a algo con alegría. Todo esto puede dar para una catarata freudiana incontenible, pero el caso es que yo ni siquiera hablo de que esas personas sean malas o buenas, pero desde luego lo que son, lo son demasiado", contaba ayer Luppi en el Central a propósito del ominoso personaje al que da vida, uno de esos tipos que durante la dictadura militar "se acogieron a la cobarde protección de la famosa obediencia debida", y de paso, como escribió alguien, convirtieron sus creencias en órdenes para todos los demás.

En ese intento de radiografiar algo que en última instancia trasciende las coordenadas históricas y geográficas concretas a las que se refiere la obra, en la que se ambienta, pues la historia del pensamiento autoritario es tan antigua como la de los primeros seres humanos que vivieron en sociedad, El reportaje recrea el encuentro entre ese general, encarcelado por su participación en el incendio en el verano de 1981 del teatro bonaerense El Picadero -son reales tanto el atentado como el local, que se convirtió en un emblema de la resistencia a la dictadura antes de acabar pagándolo así de caro-, y una periodista española que acude a verlo para preparar la entrevista televisiva que el general ha decidido conceder. "Se trata de una mirada a los fundamentos ideológicos y ontológicos del terror. Hay muchos que se ponen un uniforme pero en realidad no saben para qué se lo ponen", dice Luppi sobre esta historia que trata del peligroso abismo que se abre cuando alguien, teniendo ya el poder, se propone además "exhibirlo".

Susana Hornos encarna a la periodista que se enfrenta a ese cara a cara con el viejo militar. "La obra propone una mirada relajada y observadora", dice la actriz, española pero afincada desde hace muchos años en Argentina, donde ha aprendido, dice, que "se puede rescatar la memoria, pero no desde la venganza", así como "la dignidad de la militancia". Aunque es su tercer trabajo con Luppi, sigue sorprendiéndose: "Es un placer inmenso. Hay momentos actuando en los que me digo: ¿cómo puede ser tan hijo de puta? No por su personaje, sino por la facilidad que tiene para inspirarte sentimientos tan intensos y diferentes en un momento. En las funciones que hemos hecho ya, a ratos la gente no puede parar de reírse, y al final, seguro, acaban preguntándose de qué se estaban riendo".

En efecto, en su aproximación a la "andadura cotidiana de alguien de esa calaña moral", el autor del texto, dice Luppi, introdujo "formas de humor", pero evitando "cualquier tipo de burla o de exageración que pudiera desvirtuar la búsqueda de la verdad profunda, triste y perniciosa que explica el pensamiento de esta gente". Gente como el general censor y represor al que él presta su voz, su cuerpo y sus gestos, un hombre "transparente" que no se arrepiente ni se avergüenza de nada, pues al fin y al cabo sigue pensando que sus convicciones son mejores que las de los demás.

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