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Crítica de Música

Melodías de estío

MORELLÓ / DEL PINO

XVII Noches en los Jardines del Real Alcázar. Vicent Morelló, flauta travesera; Daniel del Pino, piano. Programa: Granados en París (obras de Pessard, Saint-Saëns, Granados y Bizet/Borne). Lugar: Jardines del Real Alcázar. Fecha: Martes 6 de septiembre. Aforo: Tres cuartos de entrada.

Hay un tipo de música que parece adaptarse a la perfección a estas noches tórridas de verano que este año -y especialmente esta semana- se están repitiendo más de lo deseable. No la música de amplios desarrollos, densas texturas y complejo contrapunto, que parece exigir a nuestro cerebro una atención mayor de la que puede permitirse, sino la más ligera de las melodías acompañadas, limpias, ligeras, breves, que invitan a abandonarse a la sensualidad y a la molicie. Es por ello por lo que, con acierto, este ciclo del Alcázar suele ofrecer todos los años un buen número de sesiones con este tipo de repertorio.

Como el que Vicent Morelló y Daniel del Pino brindaron el pasado martes, profundizando en uno de los homenajes del año. Fue otra vez Granados en París y su entorno, con algunas piezas muy poco conocidas de Saint-Saëns, como el Romance Op.37 o el Adagio y variación extraído del ballet de su ópera Ascanio, una sinuosa Andalouse de Émile Pessard y la ya bien conocida Fantasía virtuosística de François Borne a partir de temas de la Carmen de Bizet. A su lado, el Granados de salón de la Romanza y el estilizado folclorista de las Danzas españolas.

Es música ligera, refinada, melódicamente brillante, sencilla si quieren, pero que crece con interpretaciones de dos soberbios músicos como Daniel del Pino, uno de los grandes pianistas españoles de su generación, la que roza los 45 años, y Vicent Morelló, solista de flauta de la ROSS, que destacó por su sonido homogéneo, equilibrado entre registros y su agilidad, que mostró no sólo en la Fantasía bizetiana sino en la pulida ornamentación de la Oriental o la Rondalla aragonesa. Para del Pino quedó además el compromiso de confrontarse con dos piezas mayores del repertorio de todo el siglo XX, Quejas y El Pelele. Miró la primera desde el dramatismo contenido y se dejó llevar en la segunda por el color y el frenesí del ritmo.

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