Fascinados por las imágenes

Los elementos protocinematográficos incluidos en 'Máquinas de mirar' sirven de nexo de unión con el arte contemporáneo en una muestra que cautiva al espectador

'La paradoja del Santo', de Regina Silveira.
'La paradoja del Santo', de Regina Silveira.

30 de noviembre 2009 - 05:00

Comisarios: Eva Schmidt y Nike Bätzner CAAC (Américo Vespucio, 2. Sevilla) Hasta el 10 de enero

Hasta que a finales del siglo XIX el cine popularizó la representación de imágenes en movimiento, la mayoría de los aparatos precedentes que intentaron construir esa ilusión eran artilugios mecánicos o juegos visuales, dispositivos sencillos manejados a mano que al no poseer ningún tipo de tecnología maravillaban por su habilidad para engañar al ojo. Es conocida la anécdota que refiere que durante la primera proyección de los hermanos Lumière en el Salon Indien de París el 28 de diciembre de 1895, la locomotora filmada que llega a la estación de Ciotat les parece tan real a los asistentes, que algunos asustados se levantan de sus sillones pensando que podían ser atropellados por el tren. Con creces, el cinematógrafo aventajaba en realismo a todo lo anterior, una superioridad que consigue convertirlo rápidamente en un medio habitual apto para todos los públicos, pero que con el paso de los años y debido a su cotidianeidad, termina por anular la capacidad de asombro del espectador ante lo que está viendo.

Amurallada la imaginación dentro de los límites que permite la pantalla, el halo mágico que acompaña a multitud de invenciones previas a esa culminación nos da la posibilidad de recapacitar en torno a cómo se originan las imágenes, técnicas basadas en principios ópticos que poseen una considerable dosis de sugestión. Esa carga poética de los elementos proto-cinematográficos sirve de nexo de unión para enlazar con el arte contemporáneo, un territorio idóneo para inventar mundos ficticios más allá de la mirada. Teniendo en cuenta estas perspectivas coincidentes, la exposición Máquinas de mirar se nos presenta como un diálogo productivo donde se entrecruzan las dos propuestas: por un lado la colección de curiosidades del cineasta experimental Werner Nekes, que contiene aparatos como zoótropos, dioramas, cámaras oscuras, caleidoscopios y linternas mágicas, además de estudios de movimiento como los de Muybridge o Marey; por otro una selección de 45 trabajos artísticos realizados desde los años sesenta hasta hoy, una antología donde destacan obras como los reflejos giratorios de Olafur Eliasson, las pinturas transparentes de Sigmar Polke, la panorámica Sunset Strip de Ed Ruscha, la minúscula habitación imaginaria de Pipilotti Rist, la calavera de Douglas Gordon, la animación deformada de William Kentridge, las esculturas de Robert Smithson, las siluetas de Kara Walker o la instalación de Eulàlia Valldosera. Sevilla es la última sede de esta coproducción compartida con los museos de Siegen y Budapest, una ciudad que aporta artistas locales como Curro González o Alejandro Sosa, dos autores que encajan con exactitud en el planteamiento general de los comisarios.

Las piezas históricas y las actuales mantienen un encuentro sin visos nostálgicos ni comparativos; en la convergencia, las dos partes salen reforzadas e incluso acrecentadas. El acierto combinatorio es mayúsculo, ya que ambos contextos reflexionan en torno a la contemplación y sus modos de aprehensión. Cada una a su manera, intentan explorar las condiciones cambiantes de la visión humana, un relativismo que nos demuestra que las cosas no son como aparecen ni de una única manera, sino que pueden entenderse según el punto que vista que tomemos o las circunstancias que las acompañen. Complementando este proyecto, el CAAC también exhibe durante estos meses Dispositivos ópticos, una muestra paralela que enriquece el discurso de la anterior al indagar en cuestiones arquitectónicas en torno los hábitos de mirar culturalmente establecidos.

Aunque en España también encontramos colecciones análogas a la de Nekes, caso de la recopilación del director Basilio Martín Patino en Salamanca o la del catalán Tomàs Mallol en Gerona, la del alemán posee mayor envergadura (entre 30.000 y 35.000 objetos) y no sólo se ciñe a cuestiones pre-cinematográficas, sino que también alcanza otros aspectos más complejos relacionados con la percepción retiniana y la representación de la realidad, incluyendo tratados sobre perspectiva, estudios de sombras, anamorfosis, imágenes enmascaradas, reflejos especulares o paisajes estereoscópicos.

Quizás Máquinas de mirar sea la exposición más ambiciosa que ha acometido el centro durante la dirección de José Lebrero, que dice adiós a su etapa sevillana -prolongada durante seis temporadas-, con un excelente broche final.

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