Cultura

Chomón, el cineasta

  • Cameo y Filmoteca de Cataluña recuperan parte del valioso legado del pionero turolense Segundo de Chomón

La Filmoteca de Cataluña y Cameo editan una imprescindible y emocionante colección de películas del turolense Segundo de Chomón, uno de los pocos españoles citados en las historias universales del cine -que, como saben, suelen ser las historias de dos cinemas nacionales: EEUU y Francia-, gran artesano del trucaje en el así denominado cine primitivo de vertiente fantástica, en los films à trucs, en las féeries de hadas y varitas mágicas. Para los compendios, Chomón, siempre a la sombra de Mèliés, fue, además de pionero del truco, ese avispado profesional que cuando el cine de atracciones declinaba y se imponía el de integración narrativa supo reciclarse en experto de los proto-efectos especiales, llegando a participar en largometrajes esenciales como Cabiria (1914) de Pastrone o, a sólo dos años de su muerte, Napoleón (1927) de Gance. Como advierte Joan M. Minguet, autor del texto que acompaña a la edición y especialista en el cine de Chomón, es preciso matizar esta manoseada semblanza y eludir las simplificaciones, pues si es indudable que el pionero brilló sobremanera en la confección de trucajes -durante el rodaje y en el laboratorio- y la consiguiente realización de pequeñas películas para el deleite de las pupilas modernas ávidas de estímulos y metamorfosis, no es menos cierto que el extenso catálogo que dejó en la Pathé (entre 1905 y 1909) demuestra una decisiva versatilidad genérica y, en especial, una preclara inclinación por trascender el impacto visual minando la autarquía de unas fantasmagorías que supo incorporar paulatinamente a películas más complejas desde el punto de vista narrativo.

Así, Minguet hace hincapié en el "nacimiento del cineasta" que se iba produciendo en paralelo al Chomón de los espectros, las humaredas y los bailes frenéticos de las serpentinas y cuya confirmación puede admirarse en películas como Superstition andalouse (1912), en la que ya nada queda del plano policéntrico y hermético del primer mudo y donde el sueño de la vigilia de una de las protagonistas -momento fantástico dentro del verosímil realista- queda acotado mediante convenciones gramaticales fácilmente descifrables. Siendo esto cierto, y sin olvidar que lo que Minguet desea es ofrecer pruebas de la importancia de Chomón así como censurar los tópicos que lo han minusvalorado, al turolense regresamos, obviamente, para lo contrario, para la cruz, es decir, para celebrarlo como "cineasta" pero del exceso y la risa trasera, de la magia feroz y escatológica. Superstition andalouse, más compleja y fina, palidece frente a las anteriores L'hereu de Can Pruna, Les oeufs de pâques, Ki Ri Ki, acrobates japonais o la mítica Electric Hotel, peliculitas sorprendentes, de exaltación del imaginario, que, es evidente, pertenecen a otro modelo de representación, no a un estadio primitivo o menos elaborado del cine narrativo por llegar. Minguet acierta cuando describe a Chomón como un hombre que se supo ajustar al cine como mercado, vislumbrando a su vez hacia dónde se dirigía en tanto relato. Eso no debe ocultar, claro, que, como Méliès, su aportación principal sea a unas formas y fórmulas que no han sido hegemónicas. Con sólo reparar en el último Oliveira -El extraño caso de Angélica- se entiende hasta dónde ha llegado ese cine escasamente narrativo y decididamente espectacular que se aventuró en las profundidades del plano.

Director Segundo de Chomón. Cameo/Filmoteca de Cataluña.

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