Gluck y la reforma del género lírico

La Orquesta Barroca de Sevilla, dirigida por la prestigiosa batuta de Enrico Onofri, interpreta hoy en el Teatro de la Maestranza la ópera 'Orfeo y Eurídice' en versión conciertol 'Orfeo y Eurídice'. Orquesta Barroca de Sevilla. Ópera en versión concierto. Hoy a las 20:30 en el Maestranza. Entradas de 22 a 41 euros.

El violinista y director de orquesta italiano Enrico Onofri.
El violinista y director de orquesta italiano Enrico Onofri.
Pablo J. Vayón / Sevilla

22 de mayo 2011 - 05:00

Cuando en los años 30 del siglo XVII aparecen en Venecia los primeros teatros públicos de ópera, el género, que había nacido unas décadas atrás como un espectáculo esencialmente cortesano e intelectual, da un giro hacia su popularización, que pronto lo conducirá al florecimiento de un estilo en el que se primaba el virtuosismo de los cantantes por encima de la propia naturaleza del drama. Mediado el XVIII, el hartazgo hacia esta forma recargada de teatro musical belcantista había generado ya una literatura crítica de notable consistencia. El cambio general de las mentalidades y un ambiente intelectual en el que había vuelto a revalorizarse el mundo de valores de la antigüedad clásica creaban las condiciones ideales para que el género lírico se sometiera a una profunda reforma.

Esta tarea histórica correspondió al alemán Christoph Willibald Gluck (1714-1787), un músico que venía desarrollando la típica carrera de un compositor itinerante de óperas en la Europa de su tiempo, y al dramaturgo italiano Rainiero de' Calzabigi, un libertino que conocía bien toda la literatura crítica con la ópera italiana y los desmanes de los divos. Gluck y Calzabigi se conocieron en Viena en 1761 y al año siguiente tuvieron la oportunidad de plasmar sus ideas al serles encargada una obra para celebrar la onomástica del emperador Francisco I.

El tema escogido fue el de Orfeo, el cantor tracio que bajó al Hades para rescatar a su esposa Eurídice, fallecida por la mordedura de una serpiente. El sujeto era ya toda una declaración de intenciones, por sus connotaciones iniciáticas y ascéticas, y por haber sido frecuentemente utilizado por los primeros autores de ópera de la historia (de Peri y Monteverdi a Landi o Luigi Rossi). Calzabigi escribió un libreto en el que la acción se condensaba con un admirable espíritu de síntesis, apoyándose para ello en una poesía simple, pero noble y distinguida. Redujo los personajes a sólo tres: la pareja protagonista más la alegoría del Amor. En oposición, el coro ganó notable importancia, lo que puede entenderse como un vestigio no sólo de la tragedia clásica, sino de la ópera francesa, que el libretista había conocido durante una larga estancia en París.

Gluck respondió con una música que, aun partiendo de las tradiciones italiana y francesa, sonaba absolutamente nueva. En busca de verosimilitud y naturalismo, el compositor suprimió radicalmente las arias da capo (terreno predilecto de los virtuosos castrati) y los recitativos secos, apostando por un recitativo declamado acompañado por la orquesta y una simplificación melódica en las arias (la mayoría en forma de rondó), con una escritura más silábica que melismática.

La obra se estrenó en el Burgtheater vienés el 5 de octubre de 1762 con el título de Orfeo ed Euridice, azione teatrale per música in tre atti con un éxito muy apreciable y tendría una influencia decisiva en el camino que la ópera habría de tomar en el futuro. No deja de resultar chocante que el Maestranza haya tardado 20 años en presentar un título de esta trascendencia histórica y que cuando lo haga sea en una versión de concierto. Consolémonos con la indudable calidad artística de los intérpretes convocados.

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