Puntadas con hilo

Piropos y piropos

  • ¿A qué mujer le molesta que le silben guapa por la calle? El debate no es tan simple y esconde un trasfondo viciado por una sociedad que muchas veces ataca, sin oír, todo lo que huele a feminista.

EN las redes sociales circulan desde hace tiempo vídeos, con millones de visitas, de mujeres que han grabado las actitudes y los comentarios de los hombres que las miran o siguen al pasar cuando caminan por las calles. La intención de quienes los cuelgan no es otra que denunciar una situación de acoso que no es exclusiva de ningún país. De hecho, las campañas para hacer frente a este fenómeno han surgido en los últimos años en ciudades tan dispares como El Cairo, Buenos Aires o Bruselas. Bélgica fue pionera en Europa al aprobar el año pasado una ley que contemplaba multas de hasta 1.000 euros y penas de un año de prisión para quienes lancen piropos en la calle. ¿Cualquier piropo? No, los ofensivos y sexistas.

La cultura del halago y la lisonja es muy sevillana. Que una mujer (o un hombre) disfrute de un piropo es algo aceptable y hasta recomendable si forma parte de un juego seductor y galante. Pero no todos son poesía ni mucho menos. Por cada frase amable que una mujer pueda oír hoy en la calle ha tenido que taparse los oídos probablemente ante diez groserías o, lo que es peor, auténticos insultos o proposiciones sexuales. Hay una gran diferencia entre hacer que una mujer se sonroje y que enrojezca. Y a esto último se refirió esta semana la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), la sevillana Ángeles Carmona, al decir que hay que erradicar los piropos.

No lo hizo bien: se equivocó al decir que da igual que el piropo sea "bonito, bueno o agradable", porque lo considera igualmente "una invasión". No debe ser la mujer quien determine cuándo un silbido deja de tener gracia o supone una agresión, porque el Gobierno debería luchar contra la falta de respeto a la mujer sin satanizar cualquier expresión que un hombre pueda lanzar si la intención no es otra que mostrar su admiración. Generalizar en esto de los piropos se convierte en un arma de doble filo y tratar de prohibirlos sólo pervertiría esa norma y alimentaría un mayor desprecio hacia todo lo que huele a feminismo en una sociedad donde el machismo no sólo sigue latente, sino que se crece entre las generaciones más jóvenes.

Por eso las declaraciones de Ángeles Carmona desencadenan una avalancha de guasas varias que tapan el verdadero trasfondo de una cuestión que preocupa a muchas mujeres y que, también en España, han dado pie ya a más de una campaña de sensibilización contra el llamado acoso callejero. No se trata de ninguna frivolidad.

Ahora, decir piropos no tiene por qué ser algo machista de por sí si el halago simplemente reconoce el afecto o la belleza por una mujer y se hace con respeto y sin violentar la intimidad de la piropeada. A muchas mujeres les agrada esto; de hecho, durante muchos años les han inculcado que lucir bellas y gustar a los demás es un valor. Aunque es verdad que hoy también hay mujeres que pueden sentirse ofendidas o agredidas con el piropo más inocente, por el simple motivo de que recibieron esa opinión sin pedirla. Actitudes radicales a las que se agarran otros para desprestigiar al feminismo y reducirlo a una corriente extremista. En estos términos cualquier debate se desvirtúa y eso explica que, cuarenta años después, la lucha por los derechos de las mujeres se malinterprete y feminismo se convierta para muchos en sinónimo de odio hacia los hombres.

¿Hay que erradicar entonces el piropo? Lo que hay que hacer es acabar con el comentario soez y grosero que hace que una mujer se quede callada por temor a provocar un conflicto o que borre su sonrisa por miedo a dar pie a un maltentendido o que sienta cómo quien la piropea sólo persigue sentirse dominante y superior.

El debate no es nuevo y, por mucho que se quiera ridiculizar a la presidenta del Observatorio contra la Violencia, hay investigaciones que apuntan que la literatura del siglo XVI ya relataba que el piropo llegó a prohibirse en los espacios públicos porque hacía sufrir a las mujeres. Nadie censura una cita de Neruda, sí zafiedades que, 500 años después, se reviven en las calles. Esas tradiciones, por sevillanas que parezcan, deberían desaparecer. Y ése es el debate.

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