Cultura

Fotografiar lo invisible

  • Alarcón Criado exhibe las fotografías del granadino José Guerrero, que tienen en su serie 'Roma' algo diferente: una mirada que se posa sobre cuanto se ignora, abandona o relega a la oscuridad

Fotografiar lo invisible

Fotografiar lo invisible

Si visita esta muestra, no se apresure. Deje a la mirada reposar ante las fotografías y pronto tendrá, como recompensa, formas robadas a la oscuridad en Carrara, las necrópolis de Cerveteri o un acueducto subterráneo de Roma. José Guerrero (Granada, 1979), experto en horizontes luminosos y abiertos (los de La Mancha o los de algún desierto californiano) apuesta en esta ocasión por la mirada cercana que busca cuanto se ignora, se abandona o queda sencillamente en la oscuridad.

Hace años, la crítica e historiadora del arte Rosalind Krauss explicaba la fotografía mediante dos conceptos antitéticos: la huella y el recorte. La huella es naturalmente la de la luz que el fotógrafo busca y a la que se entrega. Pero la foto, si contara con este único componente, sólo sería un indicio de la naturaleza, como el rastro de un animal o los rasgos que deja el paso del agua en las riberas. Pero la entrega del fotógrafo a la luz no es completa porque el recorte depende de él. Del amplio y luminoso panorama elige un fragmento y abandona el resto: el mundo se convierte así en imagen. Una operación arriesgada porque ¿hará justicia el recorte, la imagen, a la relación que el fotógrafo ha ido tendiendo con su entorno?

Sus imágenes se antojan frutos cálidos de un encuentro con un pasado sin retorno

Las piezas de la muestra, pertenecientes a la serie Roma (2015-2017) -Guerrero las trabajó durante su estancia como becado en la Academia de España en esa ciudad- logran una síntesis peculiar entre huella y recorte. Este último parece estar a la espera de la luz, aguardar a que la luz arranque de la oscuridad formas diversas o confiera a los objetos determinadas cualidades.

Las fotografías que he citado al principio parecen en efecto aguardar a la luz, sorprenderla para así recoger los rasgos suficientes para que surja la figura. En este sentido destaca de manera especial la serie titulada Carrara. El lugar, depósito de ese cómplice de la luz que es el mármol, aparece sumido en la oscuridad. De las tres fotografías, una de las dos de menor formato muestra un bloque de piedra ya tallado pero dejado en tierra, abandonado. En la otra hay otro bloque tallado, pero detrás la roca viva marca con sus estrías el alcance de la luz en la penumbra. Este es el tema exclusivo de la tercera imagen. De mayor formato, situada en la pared izquierda del fondo de la sala, la devastada superficie del muro de roca, recortada en la luz, es un silencioso relieve, testimonio de muchas pérdidas que después, a pleno sol, se convirtieron en ambiciosas figuras.

Hay en estas obras un rasgo que no es nuevo en José Guerrero: la atención a lo caduco. Una de sus primeras series, Efímeros, se componía de edificaciones sometidas al tiempo: cercas deterioradas y casas abandonadas, o testimonios de un pasado recuperado sólo con esfuerzo. También otras series, Desértica o Andalucía, incluyen casas de labor derruidas, piscinas llenas de escombros, carreteras bruscamente interrumpidas, castilletes de tendidos eléctricos en desuso. Esa huella del tiempo late también sin duda en Carrara: ¿para qué se talló esta piedra, después abandonada? ¿Qué ocurre con la roca viva? ¿Está agotada? ¿Es aún capaz de forma? ¿La sustituye el mercado por materiales más rentables?

El atractivo de de la acción incesante del tiempo se advierte también en las fotografías al aire libre, como en la imagen fragmentaria del Arco de Septimio Severo. Tomada desde un punto de vista lateral, la fotografía deja que la mirada se deslice sobre las superficies desgastadas de la piedra. La desigual dureza del material o quizá la diferente resistencia derivada de la misma talla destaca ciertos valores de superficie que a veces parecen propios de la pintura.

La exposición en su conjunto parece recuperar las andanzas del habitante de la ciudad contrafigura del turista. Colecciona éste lugares comunes al dictado de los tour-operadores, en tanto que el vagabundo urbano (de Baudelaire a De Certeau, pasando por Breton) sorprende imágenes al paso. Así ocurre con la del Arco de Septimio Severo y también las de Pompeya o las de las pinturas murales de Villa Livia. Otros autores, como Bleda y Rosa, recogen fragmentos de La Alhambra o la ciudad romana de Bulla Regia como tácita invitación a recordar cuanto en ellos pudo ocurrir. Las fotos de Guerrero son diferentes: se antojan frutos cálidos de un encuentro con un pasado sin retorno: evitan cuanto pueda estorbar al repentino tropiezo con algo que toca la sensibilidad y se guarda, como testimonio individual, en el bloc de notas.

Este temple presta especial sentido al vídeo Roma, tres variaciones, en especial a la primera parte. La proyección, con una rapidez propia del posterior recuerdo (o del fluir del agua), despliega el tortuoso recorrido de un acueducto subterráneo de Roma. La iluminación de la imagen es la precisa para dar cuenta del laborioso trazado, mostrando así cuanto suele pasar desapercibido en la vieja ciudad.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios