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Sabina y familia: bien, gracias

  • El cantante demuestra su poder de convocatoria en su concierto en el Estadio de la Cartuja, en el que emocionó con sus clásicos y se apoyó en su banda

El concierto de Joaquín Sabina, en imágenes

El concierto de Joaquín Sabina, en imágenes / Juan Carlos Vázquez

Sonaba a ritmo de vals Y nos dieron las diez -en realidad, pasaban diez minutos de la hora- mientras entraba la banda en el enorme escenario negro del Estadio de la Cartuja. Aquel himno destacado en la carrera de Joaquín Sabina se ofrecía en una versión instrumental, pero no importaba, porque el público la coreaba en masa. Un comienzo que ya marcaba la dinámica que iba a tener la noche: el jiennense venía a Sevilla a presentar Lo niego todo, su primer disco de estudio desde Vinagre y rosas (2009), pero serían los clásicos del repertorio del cantante los que iban a protagonizar los momentos de mayor emoción de la velada.

Sabina arrancó su concierto compartiendo algunos temas de ese álbum que ha creado con la ayuda de Leiva y de Benjamín Prado: Quién más, quién menos, No tan deprisa o ¿Qué estoy haciendo aquí? De entre las nuevas canciones, aparte de la que da título al trabajo, la que mejor pegada demostró en el auditorio fue Lágrimas de mármol, que recuerda con sus riffs de guitarra a la Sweet Jane de Lou Reed. Después vino un paréntesis en el que el protagonista se ausentó y cedió el espacio a su banda, a la que definió como su propia familia, una formación en la que están sus queridos Pancho Varona, Antonio García de Diego y la onubense Mara Barros, que interpretó un fragmento del disco en solitario (Por motivos personales) que ha publicado.

Entre los temas de su nuevo disco, 'Lágrimas de mármol' y 'Lo niego todo' tienen más pegada

Volvió Sabina dejando atrás su sempiterno bombín y ahora con un sombrero blanco para entonar Una canción para la Magdalena, y entonces se desató el entusiasmo. Ahí empezaba el espectáculo que el público esperaba. Las primeras notas de Por el bulevar de los sueños rotos levantaban a la gente de los asientos. Todo el Estadio de la Cartuja -a 12.000 personas había reunido el músico- de pie acompañando al veterano.

Mara Barros de nuevo, transformada en señora de la copla, racial y poderosa, se enredaba en un No debía de quererte y sin embargo te quiero, perfecta introducción para el Y sin embargo de Sabina, al que nadie le puede negar su capacidad para cautivar a las masas, que gritaban los estribillos si él callaba o acompañaba por palmas (caso de Ruido) algunos clásicos.

Aunque los años no pasan en balde, y Sabina acusó el calor -en Sevilla, dijo, hasta el sudor huele a Chanel; en algún momento habló de los consejos del médico para no deshidratarse- y estuvo un buen tramo del concierto sentado. Con Peces de ciudad se puso todo lo íntimo que alguien puede ponerse ante semejante auditorio. Con Lo nuestro duró llegó de nuevo la apoteosis, con Medias negras hubo un respiro. Sabina volvió a ausentarse, y Antonio García de Diego al teclado y Pancho Varona a la guitarra interpretaron A la orilla de la chimenea; más tarde, de la mano de Jaime Asúa, la noche se convirtió en un concierto de rock & roll con el tema Seis de la mañana. Y regresó Sabina con una Noche de bodas con aires mexicanos, que fundió con Y nos dieron las diez, con todos los brazos meciéndose con la cadencia de la canción. Era difícil no emocionarse cuando, junto a Asúa, el músico se marcó un rock por derecho como los que defendía en los primeros 80, Princesa.

En la letra de Contigo, que fue uno de los bises de la noche, Sabina dice que no quiere cortarse la coleta. Y lo cierto es que el cantante ha sabido reinventarse y llenar estadios sin recurrir a las soflamas ni los recursos fáciles en los que podía caer antes. Aunque no sea el Dylan español, como reconoce en la letra de Lo niego todo -magnífica declaración de intenciones ese título-, el maestro posee, indudablemente, la virtud de no decepcionar a los fieles, incluso de convertir a los escépticos. Las dos horas de ayer pasaron muy rápido.

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