30 años con los 'niños' de Olivares

Asesubpro se ha convertido en una familia para las personas acogidas y en un emblema de la localidad

Dos de los usuarios de la residencia, ensayando los villancicos.
Dos de los usuarios de la residencia, ensayando los villancicos.
Manuel Conradi

11 de diciembre 2007 - 02:49

Con tan sólo preguntar por la residencia, el colegio o el convento, sin necesidad de aportar más datos, cualquier olivareño será capaz de indicar la dirección de este edificio situado junto a la plaza mayor, que antes que de un hogar para personas con retraso mental gravemente afectadas fue, en efecto, el antiguo convento de los Hermanos de la Cruz.

Fue hace 30 años, explica Eduardo González Santiago, actual presidente de Asesubpro, cuando un grupo de familias creó esta asociación sin ánimo de lucro y de interés público. En 1982, y gracias al impulso de un sacerdote claretiano, Antonio Cano, se abría la residencia Nuestra Señora de la Esperanza, cuyo número de plazas se ha ido incrementando hasta las 41 de hoy día.

Y no son residentes comunes. Se trata de personas, explica Eduardo, con una minusvalía "del 99 por ciento, con una edad mental que no llega a los dos años". Personas, añade la gerente de la asociación, Encarnación García, cuya capacidad de integración social es "prácticamente nula", que sufren discapacidades físicas asociadas -algunos están en sillas de ruedas, otros son también ciegos...- y que necesitan una atención constante que sus familias, muchas de ellas de recursos económicos limitados, no pueden ofrecerles. "Se puede decir que el que entra aquí, salvo excepciones, sólo nos deja cuando fallece".

Un futuro sin esperanza, y pudiera parecer que sin alegría, el que espera a estos residentes, 15 de los cuales están aquí desde que se inauguró el centro. Sin embargo, en el patio lleno de plantas al que los usuarios no suelen salir "porque se las comen", el jolgorio de risas y villancicos que se oye parece desmentir el sombrío panorama.

En una gran sala contigua, algunas de las trabajadoras del centro ensayan con panderetas y muchas risas la gala de Navidad en la que sus niños se disfrazarán para hacer un belén viviente. Y aunque alguno de ellos supera ya los 50 años -algo raro a causa de su frágil salud- y hay a quien no le gusta que los llamen así, "por supuesto que son nuestros niños", asegura Nieves Blanco, que lleva 25 años en la casa.

Nieves misma era una niña que acababa de hacer la primera comunión cuando visitó por primera vez el centro, algo frecuente entre los vecinos de Olivares por entonces. "Se convirtió en algo necesario para mí. Estaba deseando que llegara el fin de semana para poder venir", explica.

Desde hace 13 años, es trabajadora del centro, pero su vocación no ha disminuido. "No puedo pasar sin los niños. Es muy duro, y difícil, porque algunos están pachuchitos y se pueden ir cualquier día. Pero no lo cambio por nada. Mis dos hijos tienen hasta celos, aunque ellos también vienen a verlos. A veces me los llevo a casa o al campo", afirma Nieves.

Desde que el personal del centro pasó de ser voluntario a laboral, hay menos visitas por parte de los olivareños, aunque son muchos, dice Nieves, los que se paran cuando sacan a los niños de paseo, y los reconocen y preguntan por éste o aquél, porque en su día fueron colaboradores.

Pero las necesidades de estas personas son grandes y el centro cuenta ya con 43 empleados, casi todos de Olivares. La pedagoga, María Eulalia Pérez, por ejemplo, muestra los gráficos en los que se registran todas las incidencias de los usuarios: las visitas, salidas, actividades, los datos para el control de esfínteres, programa individual de alimentación...

"No todos pueden aprender lo mismo", afirma, "pero sí necesitan que las actividades tengan carácter lúdico, para no cansarse", afirma mientras enseña el cuarto lleno de juguetes, puzzles o mecanos donde hacen sus ejercicios. "Sí, tienen el cuerpo de adultos, pero son niños".

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