Un blanco espacio de libertad

Crítica de Danza

Rosalía Gómez

13 de marzo 2017 - 02:34

La ficha

**** 'Double bach' Compañía Antonio ruz. Dirección escénica y coreografía:Antonio Ruz. Idea original e interpretación al contrabajo: Pablo Martín Caminero. Danza y colaboración coreográfica: Tamako Akiyama. Diseño de vestuario y espacio escénico: Daniela Presta y Antonio Ruz. Diseño de iluminación: Antonio Serrano. Fecha: Damingo, 12 de marzo. Lugar: Teatro Central. Sala B. Aforo: Casi lleno.

En una sociedad en la que el diálogo parace haberse vuelto imposible, el arte sigue mostrando cómo son las alianzas las que enriquecen el mundo. Un buen ejemplo de ello es este Double Bach, un afortunado encuentro entre Pablo Martín, muy querido en Andalucía por sus incursiones en el mundo del flamenco -flamenco de Vitoria, bromea siempre el artista-, la bailarina japonesa Tamako Akiyama (entre otras cosas, 14 años como solista en la Compañía Nacional de Danza) y el ecléctico bailarín y coreógrafo cordobés Antonio Ruz, que esta vez se ha quedado fuera del escenario para ordenar este armonioso dúo entre la danza y la música: dos suites para violonchelo de Bach, que Martín adapta a su instrumento (un precioso contrabajo de 1835), con la técnica del pizzicato.

Con un impresionante trabajo musical, realizado de memoria y con una concentración cercana a la meditación, músico y bailarina habitan un rectángulo blanco que, lejos de limitarlos, les ofrece una libertad absoluta, un espacio de pureza -tan cercano al arte japonés- donde expresar los mil matices que encierran las dos suites del músico alemán. Una libertad que se convierte en arte gracias al dominio absoluto de la técnica y al extenso vocabulario que ambos poseen, gracias a sus incursiones en distintos campos musicales y dancísticos.

Guiada por la música, la sabia mano de Ruz y una eficacísima iluminación, Akiyama gira llenando de volutas el espacio, salta en los allegros 'pizzicando' su cuerpo, rememora las danzas de corte y busca el suelo explorando sin miedo la oscuridad que rodea su blanco mundo. Pero también se vuelve sensual, buscando la complicidad del músico y permitiéndose comparar sus curvas a las del no menos sinuoso instrumento.

Un trabajo preciso, luminoso y carente de estridencias.

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