Del cine al teatro televisivo

En su trasvase al teatro, SmokingRoon cae en tierra de nadie, un híbrido sketchizado en el que si se percibe un aroma distintamente es el de la tele. Así, empujada la dramaturgia hasta casi el roce con el patio de butacas, fragmentado el espacio con versatilidad y economía de medios, se impone el punto de vista doméstico; una dinámica, en definitiva, de camera café: escenas breves de débil hilazón que necesitan de la rápida compenetración entre público e intérprete debida al costumbrismo chistoso y a la confianza generada por actores populares gracias a la pequeña pantalla.

Si a esto añadimos que, para la mayoría de los espectadores, en SmokingRoom la sustancia narrativa se sitúa como suspendida al conocerse lo que pasa (el doble filo de la popularidad), poco queda más que echarse en brazos de estos actores ahora tan cerca y además en carne y hueso: si el texto de Gual y Walovitz no pasará a los anales de la comedia y si el propio engranaje escénico de interrupciones constantes apenas deja hueco a la progresión dramática, al menos los gags y el apoyo perseverante en la particular fisicidad del elenco permite buenas versiones de todos ellos: de la ridiculez tragicómica de Secun de la Rosa a la verborrea taimada de Manolo Solo; del esquinado Morón al expansivo Soto.