La guerra del tiempo

Con Walter Benjamin como referente, esta primera entrega del 'Manifiesto incierto' de Frédéric Pajak ofrece una nueva muestra de su singularidad como ensayista gráfico.

Arriba, el dibujante, escritor y editor francés Frédéric Pajak (Altos del Sena, 1955). Abajo, Walter Benjamin entre la enfervorizada multitud fascista.
Arriba, el dibujante, escritor y editor francés Frédéric Pajak (Altos del Sena, 1955). Abajo, Walter Benjamin entre la enfervorizada multitud fascista.
Ignacio F. Garmendia

22 de mayo 2016 - 05:00

MANIFIESTO INCIERTO. Frédéric Pajak. Trad. Regina López Muñoz. Errata Naturae. Madrid, 2016. 192 páginas. 19 euros.

Autor de obras posteriores sobre Apollinaire o Joyce, el editor, impresor, escritor y dibujante Frédéric Pajak logró justo reconocimiento con La inmensa soledad, insospechada ganadora del prestigioso Premio Médicis, donde trazaba una suerte de biografía entrecruzada de Nietzsche y Pavese a partir de sus respectivas experiencias -sumadas a las suyas propias- en la ciudad de Turín. Por este y otros títulos se lo ha calificado como inventor del ensayo gráfico, pero su propuesta -que en efecto podría ser adscrita a lo que algunos estudiosos denominan visual thinking- tiene también mucho de narrativa, entreverada de pasajes autobiográficos, y tampoco queda lejos, en algunos momentos, del poema en prosa. Es el de Pajak un discurso entrecortado, impresionista, meditativo, que huye de las ideologías y proclama -o más bien sugiere- un profundo descreimiento de todas ellas. En lo que se refiere a la forma, lo característico de su trabajo es que sus dibujos no ilustran los textos de un modo literal, sino que dialogan con ellos, los amplían o se sitúan en un plano distinto, pero complementario.

Publicada como La inmensa soledad por Errata Naturae, la primera entrega de este Manifiesto incierto, que su autor ha proyectado en nueve volúmenes, sigue esta vez los pasos de Walter Benjamin, "soñador abismado en el paisaje" al que Pajak retrata en sus viajes a Italia o España -Andalucía, Barcelona, Ibiza- por la convulsa época de entreguerras, entre la conquista del Estado de Mussolini -"Tiene el cuerpo fofo y flácido como el puño de un tendero obeso", escribió el pensador alemán, tras verlo de cerca durante su visita a Capri- y la devastadora llegada al poder de los nazis. Siempre lúcido a pesar de sus contradicciones, o también por causa de ellas, Benjamin se servía de la dialéctica marxista pero no terminaba de creer en el socialismo, permaneció al margen de la disciplina académica y se convirtió, hasta hoy, en la imagen misma del intelectual apátrida: errante, perseguido y finalmente abocado al suicidio. Los apuntes que le dedica Pajak lo dibujan como un hombre infinitamente curioso y a menudo perplejo, interesado por las vidas anónimas con las que se cruza en un continuo peregrinar que anticipa el exilio definitivo. Un aire de melancolía, que parece inseparable del arte de Pajak, recorre tanto el texto como las ilustraciones, agrupados en capítulos más o menos temáticos que alternan las reflexiones, los apuntes del natural, los esbozos memorialísticos -una forma elegante, es decir contenida de autoficción- y la inquisición histórica o biográfica. "Leer, y vivir. Contar un poco lo que leo, lo que vivo, por qué, cómo", escribe el autor, que no deja de tener conciencia de la realidad de nuestra época -"En ciertas estaciones fronterizas hay gente detenida, interrogada y rechazada"- ni de la continuidad que une unas desgracias y otras.

Obra extraña, fragmentaria, singularísima, a veces discursiva y otras ensimismada, trufada de citas que se superponen a las vivencias propias, el Manifiesto no defiende consignas expresas ni su exposición sigue un curso lineal, aunque tanto los episodios personales -infancia solitaria, viajes, conocimiento directo de la barbarie neofascista- como los dedicados a los años del auge del totalitarismo buscan remontarse al pasado y restituirlo, frente al olvido de "una sociedad sin memoria". Así lo declara en el preámbulo el mismo Pajak, que aspira a evocar la "historia borrada" y vencer de este modo la "guerra del tiempo", librada desde un presente vaciado de su conexión con los hechos pretéritos que pese a todo sobreviven en forma de "recuerdo inerte, privado de voz, de sustancia, de realidad". Esa sustancia diluida impregna tanto las palabras -hechas "añicos entre sus zarzas y su maleza"- como los dibujos de un autor que ha logrado crear con ellos, si no exactamente un género, un admirable estilo propio.

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