La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
en tránsito
DÍAZ Ferrán, el antiguo presidente de los empresarios españoles, guardaba en su casa un lingote de oro, aparte de que evadía impuestos, blanqueaba dinero y cobraba cien mil euros al mes en dinero negro. No está mal. En Cataluña, hace unos seis meses, la policía detuvo a un ex conseller de la Generalitat (militante de ERC, por más señas) que formaba parte de una red de contrabando de tabaco y que guardaba en su casa 25.000 euros en cajetillas ilegales. Tampoco está mal. Y podríamos seguir y seguir. Y éstos son los casos que se investigan y salen a la luz, porque podemos sospechar que hay muchos más -y quizá más graves- que no se investigan ni son descubiertos, o bien por ignorancia o por falta de medios o porque sus implicaciones políticas y sociales -y hasta institucionales- son tan graves que nadie se atreve a destaparlos. Y todos imaginamos que hay muchos casos así.
Ante una situación así, lo más fácil es caer en la tentación de pensar que somos un país de sinvergüenzas y de pícaros, un país sin remedio que desde los tiempos del Lazarillo desprecia el trabajo manual y que sólo está capacitado para producir embaucadores y farsantes. Y puede que sea así, desde luego, y todos estos ejemplos nos lo demuestran. Y yo incluso iría más lejos, y diría que las ideas que inspiraron la Logse, y la consiguiente marginación de la Formación Profesional de los planes educativos -por considerarla discriminatoria y hasta denigrante para los alumnos-, no sólo procedían de la pedagogía moderna que buscaba una enseñanza más igualitaria, sino también de los viejos prejuicios hispánicos de los hidalgos y los cristianos viejos que desdeñaban el trabajo manual y el comercio, por considerarlos una actividad propia de herejes o de muertos de hambre. Y aunque sé que muchos pedagogos se escandalizarán si leen esto, me pregunto si son de verdad conscientes de las motivaciones que les llevaron, y todavía les llevan, a prescindir de la Formación Profesional en los planes de estudio de un país que tiene uno de los índices de fracaso escolar más altos de Europa.
Pero a pesar de todos los motivos para caer en la desmoralización, no es bueno que empecemos a pensar que vivimos en un país de sinvergüenzas y de pícaros y de irresponsables. ¿Eran pícaros los jornaleros andaluces que trabajaban doce horas al día, y por un salario de miseria, en los años 50 o 60? ¿Eran sinvergüenzas? ¿Habrían sido capaces de esconder un lingote de oro en su casa, o de guardar 25.000 euros en cajetillas de tabaco de contrabando? Ya sé que los modelos de sociedad en que vivían unos y otros son muy diferentes, pero que nadie nos diga que hay una especie de fatídica ley hispánica que nos condena a ser pícaros y sinvergüenzas. Porque no es verdad.
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