La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Demasiados niñatos en la política
Como quien canta su mal espanta, me voy a arrancar por Los Ganglios, que en el álbum intitulado La guapa y los ninjas afirman, premonitoriamente, que “En el futuro no hay ni rayos láser, ni humanoides, ni veraneo en Marte, ni naves espaciales. Hay machetes, puñales, tumores cerebrales, pesadillas nucleares, ratones y piojos”. Su profecía distópica no va desencaminada. En el barrio han puesto un centro especializado en la eliminación de piojos y liendres al que no le falta clientela. Los mosquitos que propagan la Fiebre del Nilo han cambiado definitivamente de río y les han dado el verano a los vecinos a orillas del Guadalquivir. Las cotorras nos dejan algún plano secuencia que no despreciaría Alfred Hitchcock –entre las varias lecturas de su Los pájaros, la de la rebelión de la naturaleza nos interpela de forma directa–. Y también están las ratas como animal de compañía: de unas semanas a esta parte, especialmente a partir de la caída de la tarde, los paseos por parques y riveras, e incluso por calles y plazas, conllevan sortear ratitas “gordas y redonditas” (ahora estoy cantando por Pata Negra) a las que “parece que no os falta de comer”. Como –llamadme clásica– ante la visión de estos roedores a mí me da por quedarme paralizada y dar un grito agudo, sumo crispación al ambiente, lo reconozco.
Leo en este su diario las explicaciones de los gobiernos –autonómico o local, depende de la plaga– ante tales marabuntas y las medidas para atajarlas. Me pregunto si es necesario dar ocasión a la invasión y la consiguiente masacre por medios biocidas; si a estas alturas no se puede prevenir más, mejor y antes. Más nos valdría atajar las causas, en vez de las consecuencias. Ir al origen del problema conlleva conservar la ya maltrecha biodiversidad de Sevilla –sin especies insectívoras, pongo por caso, proliferan los mosquitos–, resolver de forma efectiva el problema de la basura (“Qué guarros son los sevillanos, que dejan la basura fuera del contenedor”, escucho decir. Que alguien me diga qué hacemos con la bolsa si el contenedor está a rebosar), o no malograr y después talar árboles sanos como si nos sobraran (también leo en estas páginas que 110 están amenazados por las obras del nuevo barrio de la Cruz del Campo). Cuando arremetieron contra el ficus de San Jacinto –ese del que el catedrático Enrique Figueroa, referente de la Ecología en España y Medalla de Oro de la Ciudad, afirma que es un error darlo por muerto, y para el que el movimiento vecinal pide tiempo y respeto–, también acabaron con los pájaros y otras especies que equilibraban el sistema. Las plagas que vivimos son un problema de salud pública. Ratitas –cierro con los Amador–, yo os comprendo porque sois de nuestra parte chunga. De la que, por cierto, no andamos faltos.
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