Emilio A. Díaz Berenguer

¿Sustituimos a los políticos por IA?

La tribuna

Por muy eficiente que sea la máquina, siempre adoptará decisiones de acuerdo con su creador, y nunca alcanzará todas las dimensiones de la mente humana

¿Sustituimos a los políticos por IA?
¿Sustituimos a los políticos por IA? / Rosell

07 de marzo 2018 - 02:32

Lo que no hace mucho sería considerado como ciencia ficción, hoy crea la inquietud propia de un mundo desconocido, pero que es factible. Pocos son los escépticos que siguen defendiendo el poder del mito sobre el logos o, lo que es lo mismo, de las creencias sobre la ciencia.

Si el internet de las cosas forma parte esencial de un futuro que ya es presente, al igual que la tecnología de análisis Big Data, el internet del valor, la Inteligencia Artificial (IA), etc, ¿por qué una buena parte de la tarea más automatizada de los políticos no podría ser realizada, más pronto que tarde, por una IA que hubiera sido sometida previamente a una etapa de aprendizaje en la toma de conciencia para adoptar decisiones justas de acuerdo con las leyes, la jurisprudencia y los usos y costumbres propios de la cultura del territorio y de sus ciudadanos?

Se acabarían las corrupciones, y hasta las corruptelas; la IA adoptaría decisiones más justas que los humanos y podría hacerlo a favor de las mayorías, con el debido respeto a las minorías, si así se programara. Ocuparían la categoría de políticos los programadores de las máquinas que gestionaran la "cosa pública" y los burócratas serían los encargados de introducir los datos y del mantenimiento de las mismas. Todo limpio y pulcro; un mundo esterilizado, más allá de lo que Orwell pensaba, en el que hoy ya hay más móviles que humanos sobre la tierra. Para el año 2020 se espera que más de 50.000 millones de aparatos y dispositivos estén conectados a internet.

Un real Estado de bienestar en el que todos seríamos iguales ante la ley y, lo que es más importante, ya que hasta hoy no se cumple, iguales ante la aplicación de la ley. Al fin alcanzaríamos el nirvana de la igualdad, la aspiración utópica de la izquierda; también la derecha estaría satisfecha, ya que se acabaría con la subjetividad del intervencionismo de las administraciones públicas y la ley de la oferta y la demanda se podría imponer a mayor gloria de Adam Smith. Se acabaría con los incapaces, los mediocres, los trepas, los pesebristas, los caraduras, los amorales, los sinvergüenzas, etc. Sería el fin de las superestructuras sociales viciadas por aquellos que acceden a sus cúpulas para defender sus intereses particulares mediante relaciones de favor con el poder político. Las personas dejarían de estar condicionadas en el desarrollo de sus capacidades por la imposición de intereses colectivizados.

¿Quién mejor que una neutral Inteligencia Artificial para dictar leyes más justas que las que son fruto del juego de intereses de las superestructuras políticas? Pero, ¿es eso posible sin intervención de la Inteligencia Humana?

¡En absoluto! Por muy eficiente que sea la máquina y por mucho que haya aprendido, siempre adoptará decisiones de acuerdo con su programador, su creador, y nunca alcanzará todas las dimensiones de la mente humana. Podrá perfeccionar, incluso superar, la conciencia de acceso, la objetiva, de los humanos, aunque a nosotros nos haya costado miles de años alcanzarla, pero la fenoménica, la subjetiva, la que nos diferencia a cada uno de todos los demás, no es copiable, ni replicable.

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son idóneas para su uso por los políticos con el fin de llevar a cabo una gestión más eficaz y eficiente de sus responsabilidades públicas, pero no para ser sustituidos por ellas; representan la esperanza en un futuro que ya está aquí, pero que deberá abatir las barreras que levantarán algunos interesados en mantener sus burbujas de confort en el mundo de la política, que podrán ganar batallas, pero sin posibilidad alguna de vencer en esta revolución incruenta de la que todos saldremos beneficiados, tanto los ciudadanos, como la clase política.

Así como la imprenta supuso la gran revolución cultural analógica de la historia reciente de la humanidad, acabando con el acaparamiento del poder del conocimiento por los monjes en los monasterios, para ponerlo a disposición del pueblo, las nuevas tecnologías de la información hacen inevitable el empoderamiento de los ciudadanos, de manera que los políticos deberán adaptarse a esta nueva realidad, sí o sí. La soberanía residirá en el pueblo del que emanan los poderes del Estado, y no al revés.

Cuanto antes demos los pasos necesarios para incorporar las TIC al mundo de la política, al de la producción y al de las relaciones sociales en los países democráticos, antes ganaremos el futuro que nos merecemos y dejaremos de vivir bajo la espada de Damocles que nos colocaron encima los intereses de unos pocos y que el mito de las creencias religiosas se encargó de cincelar en nuestras mentes: que hombres y mujeres hemos venido a este mundo para ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.

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