"Lo más importante de Napoleón no fueron las batallas, sino el Código Civil"

José León-castro. catedrático de derecho civil de la universidad de sevilla

Aunque su vocación inicial era la literatura, terminó dedicando su vida al estudio y enseñanza del Derecho

Cofrade sobrio y profundo, fue hermano mayor del Gran Poder

José León-Castro, en el Trinity Pub del Hotel Inglaterra, durante un momento de la entrevista.
José León-Castro, en el Trinity Pub del Hotel Inglaterra, durante un momento de la entrevista. / Fotos: Belén Vargas
Luis Sánchez-Moliní

18 de diciembre 2016 - 08:45

Una forma de estar en el mundo. Cuando termina la entrevista, José León-Castro (Sevilla, 1950) se despide del periodista para entrar en la capilla de San Onofre. Finaliza así un momento grato, en el que se ha charlado de Derecho Civil, de la hermandad del Gran Poder, de la situación actual de la Universidad, de literatura y de personajes olvidados de Sevilla. "Yo soy muy parco en mis contestaciones", advierte el catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla y antiguo discípulo de Alfonso Cossío. Sin embargo, cuando comienza la charla nos encontramos a una persona a la que le gustan las palabras, las cuales usa con orden y corrección. José León-Castro, que fue hijo de un conocido médico y catedrático sevillano, es uno de esos cofrades sobrios y profundos que cada vez escasean más en Sevilla. Durante 2000 y 2004 fue hermano mayor del Gran Poder, experiencia de la que guarda buenos y malos recuerdos. Sólo hay que charlar con él cinco minutos para caer en la cuenta de que es un hombre sumamente educado, culto y respetuoso. Se le nota la antigua pátina universitaria, la idea de que un catedrático no sólo debe ser alguien que maneje una determinada disciplina, sino que debe tener un estilo, una forma de estar en el mundo.

-Hablemos de Derecho Civil. ¿Le debemos más a Roma o a Napoleón?

-Es hablar de lo mismo, porque el Código Civil napoleónico, que sirvió de modelo a tantos códigos europeos, bebe directamente de Roma. El ochenta por ciento de nuestro Código Civil es prácticamente romano, excepto el derecho sucesorio, que bebe más de las Siete Partidas de Alfonso X.

-Pero la figura de Napoleón es importante en este aspecto.

-Indudablemente. Como le digo a mis alumnos, lo más importante de Napoleón no fueron las batallas que libró como general, sino el Código Civil francés. Podemos decir que lo hizo él, porque estuvo encima de los redactores, supervisando todos los detalles.

-Sin embargo, el proceso de redacción del código español fue más tortuoso.

-Sí, fue una elaboración sufridísima, laboriosa, desgraciada. Tenía que ser un código único para todos los españoles y los catalanes dijeron que de ninguna manera. De ahí surgió el germen del foralismo, eso que hoy llamamos independentismo, secesionismo, etc.… Cataluña se opuso a la codificación única para toda España y fueron poniendo chinas en el camino, hasta el punto de que el Código Civil español no se publicó hasta 1889, 86 años después del francés. Fue Alonso Martínez el que se dio cuenta de que la comisión de codificación no avanzaba porque los catalanes, que tenían un derecho civil propio, no querían la unificación. Lo solucionó metiendo a los foralistas en dicha comisión y, al final, se logró el consenso. Como verá, la historia es cíclica.

-Los profanos en la materia no somos muy conscientes de la importancia del Derecho Civil. Es una de las grandes creaciones de la humanidad, como la Odisea o la Capilla Sixtina.

-El Código Civil resume la vida del hombre: el nacimiento, el matrimonio, el contrato y el testamento. El Derecho Civil gira en torno a la persona, si bien tengo que decir que cada vez interesa más el patrimonio de la persona que la persona en sí.

-En general, nos quejamos de que hay un exceso de regulación en la vida contemporánea. Demasiado Derecho, por decirlo de alguna manera.

-Más que demasiado Derecho lo que hay es una hiperdimensión de las normas. Hoy todo es normativismo, positivismo, como decimos los juristas. Alrededor de las normas primarias, las verdaderamente sustanciales, ha crecido una legislación adjetiva, complementaria, que le ha dado una dimensión inabarcable al Derecho. Hoy, el Derecho Civil no es sólo el Código Civil, sino también la Ley Hipotecaria, la Ley de Arrendamientos Urbanos, etc… tantas y tantas leyes que pueden ser importantes, pero que han sobredimensionado el mundo del Derecho.

-Las cosas han cambiado…

-Sí, pero el Derecho, al igual que la Justicia, sigue siendo el mismo. El Derecho es un sentimiento, "el arte de lo bueno y de lo justo", como decían los romanos.

-¿Qué echa en falta en el Derecho actual?

-Creo que le falta humanidad, solidaridad, sensibilidad. El Derecho fue más noble y equitativo en otras épocas.

-¿Y qué sobra?

-Como decíamos antes, normas. Hoy legisla cualquiera y no se está haciendo bien en España. Durante el Gobierno de la UCD se legisló muy bien, casi al nivel de la vanguardia europea. Se hicieron leyes verdaderamente importantes. Las autonomías han multiplicado el país por diecisiete…. Diecisiete señoritos legislando a su modo, a su conveniencia y a su interés.

-Además, muchos de los textos legales son completamente ininteligibles para una persona de cultura media alta que no pertenezca al mundo del Derecho. Por ejemplo, hay sentencias cuya gramática es endiablada.

-Eso es algo que ha cambiado mucho. Antes, leerse una sentencia del Tribunal Supremo, de esas del Aranzadi, era una delicia, porque estaban muy bien escritas. Hoy son un perfecto galimatías, no hay quien las entienda. Además, con el agravante de que muchos jueces creen que son reyes de taifas y un mismo pleito puede ser resuelto de forma muy diferente, según la sala en el que caiga. Esto no es una crítica a los jueces, sino a la ambigüedad y al oscurantismo de muchas leyes, que por tanto son susceptibles de interpretaciones muy diversas. La literatura jurídica de hoy no es buena. Las leyes adolecen de pobreza de léxico, no tienen elegancia de estilo. Si usted lee las antiguas exposiciones de motivo, que eran donde el legislador justificaba una ley, se dará cuenta de que eran piezas literarias fantásticas. Hoy escribe una ley cualquiera, quizás por la pobreza de los muchos legislativos que hay, uno por autonomía.

-Me han comentado que es descendiente de Daóiz, el héroe del Dos de Mayo.

-Descendiente directo no, porque Daóiz murió muy joven y sin descendencia, pero sí tengo algún parentesco. Mi abuela materna era Condesa de Daóiz, título que pasó a la hermana mayor de mi madre. Pero no le puedo decir mucho más, porque no soy muy aficionado a los temas nobiliarios.

-Su principal blasón es el de ser catedrático de Derecho Civil. ¿Vocación o necesidad?

-Yo quería estudiar Literatura, pero mi padre, que era catedrático de Medicina, me dijo que antes tenía que estudiar otra carrera y me sugirió Derecho. Me matriculé en la Facultad sin ninguna vocación. No fue hasta segundo de carrera, al hacer un curso sobre contratos y obligaciones, que ha sido mi principal tema de investigación, cuando vi por primera vez lo que era el Derecho y que me gustó mucho. Poco después encontré a mi maestro, don Alfonso de Cossío y Corral, quien orientó definitivamente mi vocación. Eso sí, desde muy joven tuve la vocación por la docencia. Si hubiese sido químico hoy estaría explicando Química Orgánica.

-En esa época era muy importante tener un maestro.

-Sí, pero don Alfonso Cossío falleció muy pronto y me quedé huérfano, académicamente hablando. Yo estaba en una situación óptima para haber sido catedrático con 29 ó 30 años y la muerte de mi maestro me obligó a ponerme en la cola, a buscar magisterios laterales hasta que logré la cátedra en Jerez, donde pasé unos años deliciosos. En el 91 conseguí llegar a Sevilla.

-¿Y cómo era don Alfonso Cossío?

-Un hombre irrepetible, un caudal de conocimiento, de anécdotas, de vivencias, pero sobre todo de enseñanza de lo que es la vida. Entre otras cosas me enseñó el valor de la amistad… Lo recuerdo llorando como un niño en la sesión necrológica de mi padre. Asimismo, me enseñó la lealtad y el esfuerzo permanente que hay que hacer en la vida para alcanzar lo que uno quiere. También la humildad que hay que tener cuando se han conseguido los objetivos.

-Aquella Facultad de Derecho que le tocó vivir era muy diferente a la actual.

-Aquel mundo no tenía nada que ver con este. Ni por parte de los docentes ni por parte de los dicentes. En la Fábrica de Tabacos estábamos las facultades de Letras, Ciencias y Derecho, que era la esencia de la Universidad de Sevilla. Pero yo recuerdo perfectamente el claustro de Ciencias: don Francisco González García, don Julián Rodríguez de Velasco, don Francisco García González -que era primo hermano de Lorca-…. En letras recuerdo a don Juan de Mata Carriazo, don Antonio Blanco Frejeiro, don Francisco López Estrada, don Agustín García Calvo… En Medicina también había un claustro extraordinario: Bedoya, Zarapico, García Díaz, que fue luego hermano mayor del Valle… En Derecho estaba don Manuel Giménez Fernández, don Francisco de Pelsmaeker, don Ignacio de Lojendio, don Francisco Díaz de Tejada…

-¿Y el alumnado?

-También era muy distinto. Los jóvenes de entonces éramos más hipócritas, menos sinceros que los de hoy, pero estábamos más comprometidos y éramos más serios. Como institución, y pese a lo duro que fueron esos años, aquella universidad era excepcional.

-Cambiemos de tema. Usted fue hermano mayor de la Hermandad del Gran Poder entre 2000 y 2004. No debe ser un cargo fácil.

-Siempre digo que lo verdaderamente grandioso es haber sido hermano mayor del Gran Poder, porque serlo es un dolor de cabeza diario. Su gran patrimonio son los devotos, a los que hay que facilitar la relación con el Señor. Lo cual no es fácil y te obliga a mantener una mediana empresa que pueda abrir diez horas diarias la basílica, con una docena de empleados con sus nóminas y su seguridad social, con unos costes y unos presupuestos elevadísimos… Es una auténtica responsabilidad. El primer día que me levanté como hermano mayor sentí algo que me pesaba. Después, aunque le parezca un misticismo lo que le voy a decir, Él me ayudó y me allanó el camino. El día que lo dejé fue una liberación.

-¿Cuál era su idea de hermandad?

-Tuve muy claro desde el principio que, para mí, la hermandad estaba muy por encima de la cofradía. Intenté traspasar a la hermandad mi filosofía de vida: me preocupé por editar libros e iniciamos un aula de formación cultural y religiosa que no tuvo el éxito que yo esperaba, pero que fue el germen de algo que ahora se hace en todas las hermandades… Traje gente a hablar de la manipulación embrionaria, de los matrimonios interconfesionales, a personas tan dispares como Amalia Gómez o Iñaki Gabilondo… ¿Interesó? A nadie. En el mundo de las hermandades, por desgracia, lo que sigue interesando sobre todo son las cofradías. Yo tuve otro modelo y fracasó.

-¿Algún momento que recuerde especialmente?

-Muchos. Los momentos de absoluta intimidad con el Gran Poder a las tres de la mañana, con la basílica a oscuras, a mí me producían a veces un miedo sano, una familiaridad inquietante. Estaba convencido de que, cualquier día, me iba a decir: "Mira, vete a tu casa, que lo estás haciendo fatal". En general, es increíble ver cómo la gente habla con el Señor, cómo gesticulan, cómo le contestan... Esa es la fe.

-¿Algún momento duro?

-Cuando tuvimos que ver salir a la Virgen en un cajón para su restauración.

-Son muchas las voces que hablan de una decadencia de la Semana Santa, ¿comparte usted esa idea?

-No soy optimista. Creo que hay que esperar algunos años para que vuelva de nuevo el modelo de Semana Santa que a mí me atrajo al mundo de las cofradías. Es verdad que han pasado ya los años en los que el respeto brillaba por su absoluta ausencia, como se ha visto, por ejemplo, durante la reciente salida extraordinaria del Señor. El problema de las hermandades es que ha llegado una gente distinta a la que había antes, gente con menos formación, que no lee ni cultiva el espíritu… Ojo, que hay excepciones, como el actual hermano mayor del Gran Poder.

-Actualmente está publicando en este periódico una galería de personajes olvidados por la ciudad. ¿Es Sevilla una ciudad amnésica?

-No sólo amnésica, sino injusta. Sevilla ha dado personajes grandiosos, muchos de los cuales tuvieron que irse. Los personajes de los que escribo son completamente ignorados o desconocidos. La idea me surgió, obviamente, con la lectura del poema de Luis Cernuda Donde habite el olvido.

-Cernuda fue, precisamente, uno de los grandes olvidados durante una época. Ya no.

-Sí, fue un gran olvidado, probablemente por culpa de él, porque fue un hombre muy agrio y complicado. Tiene esos impresionantes versos: "Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,/ Tierra nativa, más mía cuanto más lejana". Cernuda se tuvo que ir para seguir sintiéndose sevillano.

-De los muchos personajes que componen la serie me gustaría destacar por su exotismo al anticuario Andrés Moro González, conocido como El Moro.

-Cuando la gente lea el artículo puede que piense: "Este tío era un fresco". Yo vivía muy cerca de su tienda de antigüedades y alguna tarde iba allí con mi padre. Era una persona con una cabeza excepcional y sabía más de lo debido. Tenía su propio pintor, su escultor y su orfebre para falsificar lo que luego vendía como auténtico. Por ejemplo, en los derribos compraba vigas del XVII o del XVIII para, con la madera, hacer un crucificado que hacía pasar como barroco. Lo mismo hacía con monedas de plata del XVII para hacer, por ejemplo, un candelabro de seis brazos. Era un personaje cultísimo a pesar de no haber estudiado y sabía, al primer vistazo, de qué escuela provenía un cuadro. Sabía distinguir lo falso de lo auténtico. Le robaban todos los días en su tienda, que era enorme, pero jamás denunció nada, porque no le interesaba. No quería que nadie metiese el hocico en su negocio.

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